i la contracultura es un antídoto contra el mainstream, una respuesta creativa contra lo establecido, los impresionistas hicieron contracultura, también Van Gogh, Lutero y Stravinsky, los estridentistas y los practicantes del movimiento dadá.
Pero también los jipis de los años 60, Picasso, Luis Buñuel y los punks, con grandes rompedores de lo establecido como Julian Assange y nuestro admirado El Nigromante quien, 15 años antes del nacimiento de Nietzche, lanzó su dardo ateo al decir en el remoto año de 1836 que Dios no existe.
No sólo ellos son o han sido practicantes de la contracultura, también los movimientos feministas, los colectivos LGBT+, los grupos de veganos, Greta Thunberg y Janis Joplin, “los aleluyas” retratados por Monsiváis y tantos otros que se han opuesto a la cultura dominante. Todos ellos son o han sido una resistencia crítica.
Ahora las obras de los impresionistas, que fueron desdeñadas en su origen, inundan las salas de los grandes museos y los cuadros de Picasso o los móviles de Calder se cotizan en dólares.
Pero no toda expresión contracutural llega a “normalizarse”. Autores como Charles Bukowski continúan resultando incómodos. Su prosa directa, sus descripciones crudas de los márgenes de la sociedad, de los destripados, de los don nadie, de la soledad en las zonas de miseria, siguen causando escozor. Para él la literatura debía ser “como un puñetazo en el estómago”.
Pocos quieren acercarse con su prosa cruda a las convulsiones de la decadencia y el alcoholismo, al sexo donde nadie se encuentra con el otro, a la alienación del trabajo convencional, al reverso oscuro del sueño americano. Bukowski lo sabía: “si vas a escribir, haz que duela, que sangre, que sea tan real que escueza”, como escribiera a su legendario editor John Martin, de Black Sparrow Press.
Para este poeta maldito, como algunos lo han calificado, la verdadera literatura estaba en los bares, en las cárceles, en “las habitaciones sucias de los hombres que han perdido todo”. La escritura se convirtió para él en “la única cosa que me mantiene cuerdo. Sin ella me volvería loco o me mataría”.
Escritor realmente underground, a diferencia de los que hacen expediciones sociológicas a los barrios miseria, más que explicar describe, más que señalar da cuenta de la vida menuda y marginal que vivía. Tal vez por eso aseguraba que “la mayoría de los escritores son unos mentirosos”, pues “escriben desde la cabeza”. Henry Chinaski, el alter ego de Bukowski en la novela Factótum, dice que escribe sobre los perdedores “porque soy uno de ellos”.
El problema del mundo, aseguraba, “es que las personas inteligentes están llenas de dudas, mientras los estúpidos están llenos de confianza”.
Recientemente Anagrama puso a circular Bukowski. Relatos y ensayos: fragmentos de Un cuaderno manchado de vino/Ausencia del héroe/La matemática del aliento y la ruta, una muy buena propuesta editorial para aproximarnos a la poética del autor de El amor es un perro del infierno y Mujeres. La matemática del aliento y la ruta no se había publicado en español, que contiene ensayos y entrevistas sobre la escritura y el oficio de escribir.
En estos días en los que el sueño americano se disipa de manera acelerada, conviene zambullirse en la obra de este escritor del desencanto y la acedia, del humor negro y la mirada socarrona. Tal vez nos ayude a descubrir otros espejismos, otros fuegos fatuos.