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Tumbando caña

De Eddie Palmieri no se ha dicho todo

A

lgo que poco se sabe, o que no es frecuente escuchar de Palmieri, es que el maestro era zurdo, un pianista siniestro tocando un instrumento diseñado para diestros. Lo cual explica ese estilo único y extravagante en su touche.

Había que verlo y escucharlo llevar con la mano izquierda la armonía, mientras con la derecha improvisaba un solo melódico, y después invertir: tumbao con la izquierda y armonizaciones improvisadas con la derecha. Cuando la gente escuchaba por primera vez sus discos, pensaba que eran dos pianistas los que tocaban, o bien, que Palmieri había grabado las partes por separado.

“Ser pianista zurdo puede representar tantas ventajas como desafíos”, me comenta Arturo Ortiz, destacado alumno de Palmieri y tambien tecladista zurdo. “Con mucho estudio y dedicación, los pianistas zurdos pueden alcanzar un alto nivel de habilidad y expresividad musical, y Palmieri era, además de un virtuoso, un músico muy estudioso y dedicado, lo que le hizo tener en el piano una perspectiva diferente con interpretaciones innovadoras y creativas fuera de serie”.

Por ejemplo, en el preludio de Adoración, uno de sus temas más célebres, su mano izquierda mantiene un montuno implacable, en tanto su mano derecha inventa improvisaciones jazzísticas a contra tiempo. Además, Palmieri era un pianista telúrico que tocaba con la fuerza y el sentimiento de un percusionista. Atacaba las notas graves golpeando las teclas con las palmas y los antebrazos. Cuando el erudito Robert Farris Thompson –escritor especializado en la diáspora africana– lo escuchó, dijo que era la combinación perfecta de los negros tamboreros cubanos con Debussy, John Cage y Chopin, curiosamente pianistas que Palmieri estudiaba a profundidad.

Asimismo, dedicaba horas de estudio a los grandes pianistas cubanos, como sus referentes Lilí Martínez, Peruchin y Rubén Gonzalez. Me contaba que en sus años de formación musical se pasaba largas tardes escuchando la colección de discos bailables cubanos que le llevaba el timbalero de la banda, Manny Oquendo. Eran discos de 78 rpm que el joven Palmieri atendía intentando descifrar las estructuras de esas lúcidas composiciones. “¿Cómo llegan a su clímax tan rápidamente sin que pareciera que se precipitan?”, se preguntaba. Al escuchar todo aquello, aprendió a componer su propia música. Ya sabía usar el piano como tambor, pero ahora empezaba a entenderlo como un instrumento de escritura, capaz de representar a toda la orquesta.

Su desarrollo musical fue tan sobresaliente que Jerry Masucci, director de la Fania Records, lo invitaba a participar en conciertos como el del Red Garter (1968) y el Club Cheetah (1971), con el fin de que se uniera a su constelación de estrellas. Pero, a diferencia de varios de sus colegas, la Fania no era algo que ayudara a definir su carrera ni legado. Él estaba más allá del fenómeno mediático del emporio salsero y procuró seguir su camino.

Una muestra del carácter del maestro que nunca se sometió a las imposiciones del mercado ni a los dueños de las empresas discográficas fue la decisión de romper relaciones contractuales con Harvey Averne, dueño de Coco Records, por haber sacado al mercado sin su permiso el álbum Unfinished masterpiece (1975), ya que nunca estuvo satisfecho con la producción musical, pese a haber ganado un Grammy. Su idea para ese álbum era establecer un punto de unión con la afrodescendencia tomando como eje el canto africano Kinkamaché, que transcrito del yoruba Ki nkan ma se significa nada malo pase a…

El pleito con Harvey Averne, empresario ligado con la mafia del Barrio, lo mantuvo algunos años alejado de la industria hasta que a finales de 1978 inició uno de los trabajos más emblemáticos de su obra discográfica, el llamado Álbum blanco de Palmieri. Inspirado por el White Album, de The Beatles, en la portada sólo se destaca su firma y el dibujo de un piano a lo lejos que proyecta una sombra que asemeja la figura de un sapo (apodo del pianista); así, sin más, porque consideraba tener ya tal reconocimiento que era innecesario aportar más detalles. Producido por el propio Palmieri para el sello Música Latina y por algunas circunstancias económicas, fue grabado en dos partes: en 1978, el lado A, y en 1981, el lado B. Contenía sólo cinco piezas, todas extensas, ejecutadas por músicos espléndidos como Victor Paz en todas las trompetas; Barry Rogers, trombones; el tremendo bajista Salvador Cuevas y, en las voces, Ismael Pat Miranda y el singular Cheo Feliciano.

El álbum abre con El día que me quieras, de Gardel y Lepera, en la voz de Cheo Feliciano, con una duración de siete minutos y medio. Sigue Ritmo alegre, danzonete de Bobby Collazo (10’30), Páginas de mujer, autoría de Eddie Palmieri (6’50), No me hagas sufrir, de Palmieri y Miranda (6’10) y Ven ven, también de Palmieri-Miranda (6’25). Temas en los que el pianista impone sus clásicas descargas instrumentales y su virtuosismo pianístico ya conocido.

La producción estuvo acompañada de una disputa jurídica por un presunto plagio de Gloria Estefan en Oye mi canto, al tema de Palmieri Páginas de mujer.

Eddie acusó a la cubana de haber plagiado el ritmo, la melodía, la armonía, el texto y la estructura de su sección de coros. La querella se presentó en la Corte Federal del Distrito Sur de Nueva York, instancia a la que asistió el musicólogo cubano Helio Orovio en calidad de perito, quien declaró que los parámetros musicales en disputa eran extractados de la tradición oral de la música cubana y, por lo tanto, no había fraude musical.