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Hugo Gutiérrez Vega: el actor de Pasolini
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o conoció en casa de Rafael Alberti durante una cena informal. Le gustaba la poesía y la actuación como a él, pero Pasolini ya era un personaje. Como se disponía a filmar El Evangelio según San Mateo, les comentó que Jesucristo no sería un actor profesional, sino un joven estudiante que formaba parte de un sindicato clandestino que luchaba contra Franco.

Hugo Gutiérrez Vega, notablemente emocionado, dijo que esa sería una gran experiencia para Enrique Irazoqui, el joven activista catalán que sería el protagonista de la cinta y que, por supuesto, a él le gustaría participar.

−¿Quieres participar?

Conocemos la respuesta. El cineasta le apuntó en una tarjeta fecha, hora y una dirección en el sur de Italia. Llegó puntual y notó una considerable fila que paulatinamente atravesaba la puerta. Pensó que les harían una prueba.

Dijo que lo había invitado el director y sin más le indicaron que siguiera adelante como los demás. En el trayecto le dieron una túnica, un turbante, una bolsa con un sándwich y una fruta. Salieron a un patio que fue encontrarse a campo abierto; ahí subieron a una colina, donde vio a otros como él que se enfundaban túnicas, sandalias y turbantes mientras comían apresurados.

“Hice un papel formidable, al que llamé ‘sombra que pasa en la lejanía’. Formé parte de una multitud que gritaba vivas a Barrabás. Cuando se estrenó la cinta me apersoné en las primeras butacas, pero no me vi. Como pensé que no había puesto suficiente atención volvía a ver la película. Tampoco me vi, aunque sabía que alguno de esos turbantes que se agitaban en medio de la gritería era el mío, aunque nunca lo pude reconocer.”

Algunos de sus amigos cinéfilos que miraron con atención la película −iconográficamente inspirada en los murales de Giotto− descubrieron un reloj en la muñeca de un Rey Mago y en una escena, al filo del horizonte, una camioneta que daba tumbos en la terracería, pero nunca un rasgo de Gutiérrez Vega.

Pese a ello fue una época notable para el poeta jalisciense: se publicó su poemario Buscado amor, con un poema-prólogo de Rafael Alberti, donde el poeta de la generación del 27 elogia el “personal acento” de su canto: “Hermosa voz, a veces desolada / y a tientas, aunque siempre / capaz de volver clara, pura y joven /del más hondo desierto”.

Contaba Gutiérrez Vega que cuando fue tercer secretario de la embajada de México en Italia, los rumanos lo invitaron a recorrer su país. También habían invitado a Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda y Rafael Alberti. Gutiérrez Vega fue el encargado de la “logística maletera”.

“Yo era nadie, un mocoso que había publicado una traducción y anhelaba publicar mis poemas en la editorial Losada, que contaba con una buena colección de poesía. Por supuesto, yo fui el maletero, y la peor maleta era la de Pablo Neruda, pues, si veía un caracol, lo metía a su maleta, o una piedra, o un pedazo de madera.

De regreso a Roma se encontró a don Gonzalo Losada y en una comida le comentó que sabía que los mexicanos eran astutos. “Tienen un partido que finge ser demócrata, y porque le cargaste las maletas a mis tres lectores de poesía, los que aprueban lo libros: Asturias, Neruda y Alberti, a tu libro no le van a decir que no. Y así fue. Por eso digo que Buscado amor fue, sin hipérbole, un libro que me costó sangre, sudor y lágrimas. Cargar maletas por toda Rumania no fue cualquier cosa”.

La vida menuda, doméstica, la mujer, el tiempo, sus encuentros con lugares, personas y sus itinerarios emocionales son ingredientes básicos de su poética. Poeta conversacional es el “marinero que siempre espera un naufragio más profundo” para no dejar de vivir en el “descalabro” permanente.

Las dos pasiones de Gutiérrez Vega, poesía y teatro, siempre tuvieron una relación de vasos comunicantes. Tiene poemas sobre El balcón, de Jean Genet, Ludwik Margules, Chejov o Julieta Egurrola.

La cinta Fresas salvajes le incitó a escribir un poema. Se lo envió a Ingmar Bergman, el director de la película, y a los dos años le contestó. Le hizo un comentario del poema y le dijo que al dárselo a leer al viejo profesor, un actor sueco, se había emocionado mucho.

Hace 10 años murió Hugo Gutiérrez Vega, el “poeta del montón”, como se calificaba, y con sus poemas, al carnicero y a Borola Tacuche de Burrón, nos sigue provocando una sonrisa.