Opinión
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Por un CCH sin miedo, lleno de vida
C

onsternado, destino los siguientes párrafos a los integrantes del plantel sur del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH); considero que también son aplicables en las facultades y escuelas (en especial la preparatoria) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), incluidos los posgrados y la escuela de iniciación (secundaria).

En esta ocasión, la muerte se hizo presente en el CCH, ocasionó la tristeza, el dolor, la rabia y el pánico de sus participantes, especialmente de sus jóvenes estudiantes; muchos de ellos han manifestado el miedo que tienen, tan sólo por pensar en volver a su colegio, siendo que ese espacio, así lo dicta el buen sentido, debería ser, además de seguro, el lugar más atractivo para aprender hasta el mínimo detalle, para leer páginas apasionantes, para escribir textos libres que nazcan del alma, para experimentar e investigar con interés, rigor y curiosidad, para discutir y tomar decisiones democráticas en el salón de clase, para cooperar con absoluta responsabilidad y total libertad, para reír, para crecer en todos los sentidos de la palabra y disfrutar de la vida. Qué fuerte suena que a los estudiantes les dé miedo su escuela, prueba fehaciente de que, para ellos, con la vida no se juega. Atender los dictados de la naturaleza humana, y proceder con buen sentido, servirá, sin duda, para restablecer pronto el disfrute de la vida universitaria.

La tragedia del CCH evidencia el grado extremo de descomposición de la docencia en la UNAM, ocasionado por la desatención y abandono en que se encuentra el estudiantado, como manifestación de algo más amplio: el desconocimiento, descuido, y hasta desprecio, que se tiene socialmente por la educación, como si ésta no fuera importante. Lo anterior no es algo intencionado ni privativo de la UNAM, la pobreza educativa se corresponde con el escolasticismo, denunciado hasta el cansancio por Célestin Freinet. Y el escolasticismo o escolástica, como se le prefiera llamar, no es otra cosa que el nombre, colocado por el autor, en referencia a la enfermedad de una escuela agonizante.

No está de más recordar las principales características del escolasticismo universitario: desconfianza hacia los estudiantes, profesores y trabajadores (reglamentos, prohibiciones, sometimiento, sanciones, tribunal), rigidez del trabajo escolar, rutinario (tareas, planes de estudio, control de lecturas kilométricas), obligatoriedad de todo, egoísmo y competición inhumanas (desigualdad, individualismo, selección, rechazo, elitismo, exámenes, calificaciones que en realidad son cuantificaciones, acumulación de créditos, promedios, reprobaciones, certificados, títulos, “puntajes perfectos”, estímulos), control de todo (ahora digital), autoritarismo, ausencia de democracia, pedagogía de las espaldas, mercantilismo, pedagogía de la inexpresión y el silencio, violencia de género, distanciamiento de los directivos frente a los universitarios, profesores de asignatura mal retribuidos, inestables en su trabajo; y todo lo anterior decidido a nombre de la autonomía universitaria, con apoyo en el manejo discrecional de los centavos, etcétera. Mucho por revisar, mucho tiempo y esfuerzo habrá de invertirse. Nadie se agobie, habrá que proceder con buen sentido, “sin prisa pero sin pausa”. Universitarios, despertemos de una buena vez, tengamos presente el siguiente consejo de Freinet: “Y estaremos todos juntos, para ayudarnos cuando la subida sea demasiado dura, porque queda tanto por hacer…” ( Consejos a los maestros jóvenes, p. 18).

Freinet se propuso y logró desterrar el escolasticismo de su humilde escuela rural. Se apoyó, entre otras medidas, con una modesta imprenta escolar adecuada para dar la palabra a los críos. Se empeñó por vitalizar la escuela. Llegó a escribir: “Vamos a buscar de nuevo la vida y ese rencuentro será el acontecimiento decisivo de nuestra pedagogía” ( Técnicas Freinet de la Escuela moderna, p. 43). Vaya desafío, si los universitarios decidiéramos emular a Freinet para instaurar en lo sucesivo un CCH, y una universidad, atractivos, rebosantes de vida, donde el miedo, opacado por un clima de gran confianza, pase a otro plano. Miedo, pavor, considero yo, debería dar a los universitarios la simple amenaza de continuar indefinidamente sometidos por el escolasticismo. Procuremos entre todos salir del atolladero. Insisto, aunque pueda parecer un necio, en la necesidad de pensar en la educación que campea por todos los rincones de la UNAM; especialmente importante, para poder hacer propuestas, es que cada uno de los universitarios, especialmente los más afectados por los sucesos del CCH, reflexionemos seriamente en nuestra propia educación.

Estudiantes universitarios: sepan que son muy valiosos, acéptense, quiéranse, cada quien destaca en lo suyo; procuren ser autónomos, dejen de ser alumnos sometidos por los profesores y los directivos, quienes, a su vez, deberán bajar de la tarima y dejar de lado, para siempre, la práctica del control del estudiantado.

Es urgente hacer atractivo el CCH, rescatar muchas cosas valiosas de su proyecto de creación, y no reducir el asunto al apoyo sicológico y las medidas de seguridad (sin minimizar la importancia de éstas). En cuanto a la seguridad, nada mejor se haría que dar al estudiante el trato humano que le corresponde, estar cerca de él, escucharlo, llamarlo por su nombre, conocer sus necesidades, inquietudes y problemas; conseguir que se sienta aceptado, respetado, querido, por sus compañeros, por el profesorado y los directivos. La situación de violencia por la que atraviesa el país es muy delicada. Cada día, en los edificios de la UNAM, se han ido cerrando más los espacios, la torre de la Rectoría, el principal; cuando lo que se necesita es fomentar el acercamiento de los universitarios, en todos los sentidos. Solamente entonces, con otra dimensión, podrá pensarse en una universidad que, poco a poco, estará en condiciones de recobrar su total libertad, disminuir sus rejas, cerraduras, candados, cámaras de vigilancia, botones de pánico, la credencialización, y todo lo que se avecina; a esos controles nos hemos acostumbrado, pero hago un llamado para que seamos cautelosos, no vaya a suceder que el día de mañana quedemos atrapados definitivamente en nuestra propia cárcel.

¡Elevemos la mirada de la educación!

* Profesor en la UNAM