a segunda reunión de negociadores rusos y ucranios, celebrada ayer en Estambul, concluyó en menos de una hora sin acuerdos ni avances para un alto el fuego. El fracaso del encuentro era previsible al darse en un contexto en que ambos bandos han escalado las agresiones y los patrocinadores de Kiev redoblan su apuesta por convertir el conflicto en una derrota para Moscú.
El pasado 28 de mayo, el canciller alemán Friedrich Merz anunció que facilitará a Ucrania la fabricación de armas de largo alcance a fin de que ataque cualquier punto del territorio ruso, asegurando que su país continuará y ampliará el apoyo militar a Kiev. Una semana antes, el miércoles 21, los 27 miembros de la Unión Europea acordaron emitir 150 mil millones de euros (alrededor de 3.3 billones de pesos, la tercera parte de todo el presupuesto federal mexicano de este año) de nueva deuda para compras conjuntas de material militar. Adicionalmente, el organismo autorizó a sus integrantes romper las reglas fiscales e incurrir en déficit a fin de incrementar el gasto en defensa.
Esta medida fue una verdadera declaración de principios de Europa, sobre todo por haberse aprobado a instancias de la ultramilitarista alemana Ursula von der Leyen: hace una década, en el punto más álgido de la crisis griega, Atenas pidió que se le permitiera contraer déficit para cubrir las jubilaciones de los ancianos y conjurar la hambruna que se cernía sobre los sectores más vulnerables, pero Berlín se negó tajantemente a escuchar cualquier razón humanitaria. Sus bancos estaban por encima de cualquier vida, y hoy la supuesta inamovilidad germana en asuntos fiscales se dejará de lado para nutrir a su industria armamentística. Déficit fiscal para sostener el superávit de muertes.
Por su parte, Rusia ha arreciado sus bombardeos contra ciudades e infraestructuras ucranias, y Kiev llevó a cabo su ataque más demoledor contra las fuerzas armadas de su enemigo. El fin de semana, en una serie de acciones coordinadas, agentes ucranios lanzaron drones explosivos contra aeródromos militares en las regiones de Amur, Irkutsk, Ivanovo, Murmansk y Riazan. Según el Servicio de Seguridad de Ucrania, fueron destruidos alrededor de 40 aviones, incluido un tercio de los bombarderos estratégicos de que disponía Moscú, y lo más significativo es que las explosiones fueron ejecutadas por elementos infiltrados miles de kilómetros dentro de territorio ruso.
Fue ciertamente un golpe muy duro a las capacidades militares rusas, un gigantesco daño financiero y una humillación para las agencias de inteligencia, que no detectaron los preparativos del sabotaje.
Lo que no mencionan los medios occidentales es que supuso también la confirmación más inapelable de los argumentos esgrimidos por Putin para iniciar y mantener la guerra: la integración de Ucrania al bloque antirruso de la OTAN no sólo amenaza de manera directa la seguridad nacional, sino la existencia misma de Rusia, por lo que constituye y constituirá una línea roja intraspasable para cualquier líder del Kremlin que no sea un lacayo de Washington y Bruselas.
Por el contrario, el estribillo europeo de que permitir una victoria de Moscú en Ucrania dejaría a todos los países europeos a merced del peligro ruso
es un delirio paranoico o una mentira descarada. Por principio de cuentas, la OTAN ya apunta sus misiles contra Rusia desde cuatro de sus fronteras terrestres, además de su límite marítimo con Turquía en el mar Negro. Asimismo, Estados Unidos mantiene 100 mil soldados desplegados en bases militares de 17 países europeos, cuatro de ellos fronterizos con Rusia, en seis de los cuales alberga también armas nucleares. Cualquier análisis medianamente objetivo muestra que es la nación eslava la que se encuentra rodeada y acosada por una alianza rusófoba, y este hecho es independiente de la opinión que se tenga del actual inquilino del Kremlin.
Los recientes acontecimientos muestran que el conflicto en Europa del Este sólo terminará cuando Washington corte su provisión de armas a Kiev, y Londres y Bruselas se convenzan de que ninguna oleada de armas llevará a buen puerto su aventura con Zelensky, sino que acelerará el declive europeo. Confrontada con uno de sus mercados y proveedores más relevantes, envejecida y empequeñecida por la fatal combinación de la caída de la natalidad y la xenofobia racista que frena a los migrantes que tanto requiere, cada vez más sometida a un Estados Unidos volátil y también decadente, la vieja Europa apuesta por una guerra en la cual, incluso de ganar, perdería su futuro.