El fenómeno de la creación y producción artística en México en los últimos 15 años se me presenta como uno extraordinariamente rico. Abarca desde la generación de los nacidos al filo del siglo, como Rufino Tamayo (muerto apenas) o Manuel Alvarez Bravo, los que nacieron en las dos primeras décadas de este siglo moribundo, como José Chávez Morado, Alfredo Zalce o Raúl Anguiano, los de la década del 20, algunos de los cuales ya forman parte de la célebre generación que ahora solemos llamar de ruptura, de la que los más nacieron en los 30; aquéllos que vinieron después, cincuentones ahora, digamos, a quienes se ha acomodado no muy felizmente en una ``generación intermedia'', los feroces creadores de grupos, arte conceptual y artes alternativas en los 70, y finalmente aquéllos que empezaron a hacer obras y exponer en la década de los 80. Para mí la realidad artística de México en los últimos 15 años está constituida total y legítimamente por ese empalme de generaciones, todas ellas válidas y contribuyentes, con la personalidad de cada generación y la individual de cada artista, y los entrecruces generosos, sápidos y valiosos, en lo personal y en lo artístico, que se dan entre todos. Sin olvidar, desde luego, que los de mayor edad, como creadores en activo, están en una dinámica que modifica y enriquece constantemente sus estilos propios. Pero para efectos de este texto me ocuparé sólo de quienes empezaron a ``hacerse sentir'', a mostrar su obra a partir de los años 80 o si acaso un poco antes. Se tratará, por lo tanto, de un panorama mocho.
Mocho pero que, espero, tiene una razón de ser. No es ahora mi intención ni quizá el sentido y el espacio para la lectura de este texto lo permitieran tratar de hacer un panorama de la realidad artística mexicana de hoy día. Sino sólo responder a la excitación de un espectador (y entiendo el hacer de un crítico como casi nada más que el de un espectador que se manifiesta en un discurso estructurado), responder digo a la excitación de un espectador frente a la andanada de nuevos y y tan diversos artistas que de pronto han brotado en México. Una impresionante cantidad de cosas, entre las que seguramente hay cosas malas o que ahora me parecen malas pero entre las que lo bueno es mucho. Un espectáculo fabuloso al ojo, al sentimiento y a la consideración intelectual, en lo que sólo hay que lamentar que el arte haya corrido más rápido, se haya ampliado más que la crítica. Más bien, que la crítica no alcanza la diversidad y cantidad de lo que hacen los artistas. Creo que todos los que hacemos crítica nos hemos ocupado de varios o muchos de los creadores jóvenes, aunque no haya todavía apenas sino algunos libros, como el ilustrativo, inteligente y simpático de Luis Carlos Emerich. Creo que en general puede hablarse en nuestro medio de una crítica profesional (sea ``académica'', sea ``literaria'') de buena calidad. Pero ni los críticos somos tantos, ni todos (yo soy uno de esos casos) lo somos de tiempo completo ni, más aún, los medios a la disposición de la crítica dan cabida a todo lo que pudiera haber ni, por otra parte, la suelen pagar bien; menos ahora, en tiempos de crisis y cólera.
De modo que lo que ustedes podrán oír en los párrafos siguientes deben entenderlo como una respuesta-testimonio de un espectador ante la producción de estas últimas generaciones mexicanas de artistas. Más bien una muestra de azoro que otra cosa; con apenas quizá un intento de ordenación de mis ideas frente a ustedes.
Diré más, no sé si en mi descargo o en mi daño. Trataré de referirme a tendencias, modos, corrientes, actitudes, más que a artistas en lo particular. Pero, inevitablemente, ejemplificaré con algunos artistas. Algunos pocos. Aquéllos cuya obra circunstancialmente conozco mejor, aquéllos con los que tengo alguna forma de relación, aquéllos cuyas propuestas me han sacudido más. Pero son algunos pocos, no más. A muchos, muchos muy valiosos, no me referiré por falta de espacio y por el temor de hacer de este texto un catálogo. Y en eso hay una indudable injusticia. Que asumo, pidiendo excusas. El quehacer del crítico, lo sé, está plagado de este inevitable tipo de injusticias. No implica, por favor, que aquéllos a quienes no cite sean necesariamente para mí malos artistas, o mediocres, o indignos de consideración; ni siquiera que no conozca su obra.
Toda consideración sobre los acontecimientos del arte mexicano en la segunda mitad de este siglo tiene que arrancar de una referencia a la generación de ruptura. Ahora se discute si el título es correcto (en todo caso me parece mejor que los de ``joven pintura mexicana'' o ``nuevo arte mexicano'', que ya no tienen vigencia porque los jóvenes de los años 50 ya andan sobre los 60 y arañando los 70); se discute si realmente se puede hablar de ``ruptura''. Ciertamente las cosas se ven diferentes después de 40 años de como las veíamos entonces. Ni la ``escuela mexicana'' previa era tan monolítica como la sentíamos (ahora reconocemos con gusto la variedad y enjundia de los artistas ``a contra corriente'', con Tamayo a la cabeza) ni la ruptura, siendo lo que fue, prescindió totalmente de una tradición anterior. De hecho toda ruptura incluye a su antecedentes, así trate de negarlo. El tiempo es sabio y ahora, y felizmente, se han restañado heridas. (Esta Academia es muestra de cómo conviven en amistosa fraternidad artistas de generaciones y tendencias diversas.) La ruptura significó un abrir ventanas hacia todos rumbos, donde cada quien tomó lo que a su juicio necesitaba para construir su obra, sin que hubiera ni manifiestos ni poéticas comunes. Fue una generación que cambió por su mérito y también, si se quiere, porque el tiempo lo pedía el rostro del arte mexicano. No sólo, sino que abrió caminos para lo posterior. La generación siguiente, la de los nacidos al borde de los 40 y que empezaron a hacerse visibles hacia mediados de los 60, no estuvo ya, por así decirlo, en el frente de batalla, tuvo, en cierta forma, más libertad para moverse, viajó con más facilidad. Para los miembros de esa generación ya no fue ni un problema ético ni una toma previa de posición hacer sus elecciones en referencia a lo que se hiciera o se hubiera hecho en otras partes.
Esas dos generaciones establecieron un circuito más fluido entre lo que sucedía fuera (incluida América Latina) y lo que se hacía dentro. La mejor comunicación contribuyó a ello. México siempre ha tendido a ser para bien y para mal un mundo artísticamente poco permeable, pero la situación estaba, para los avanzados 60, muy lejos del viejo aslamiento de los 30 ó 40. Eramos más sensibles al exterior. Eso tuvo que ver, así lo entiendo, con los movimientos de grupos que surgieron y tuvieron gran vigencia en los años 70, con el auge del arte conceptual, con la importancia de happenings, performances e instalaciones, con otros diversos modos de arte alternativo. La crítica al objeto artístico sobrevalorado, la desconfianza respecto a los ``grandes artistas'' endiosados, el ataque a los grandes concursos y bienales internacionales estaba en el ambiente de todo el mundo. En México hubo una naturalización de tales actitudes; el desgaste político del país, el alza del marxismo como verdad única, la situación de pobreza creciente y las represiones, encabezadas por la matanza de Tlatelolco en 1968, así como lo que sucedía en otras partes de AL, justificaron que a menudo los grupos y las alternativas de los años 70 resultaran fuertemente ideologizados y politizados, con referencia a situaciones locales concretas. La idea, se recordará, era acabar con el objeto artístico exaltado y culpable del comercio, la especulación, la corrupción y la entronización del artista.
Por lo menos debo hacer una referencia al Salón Independiente, de vida corta, no ideologizado, cuyas cabezas y mayor contingente correspondió a la generación de ruptura. Se constituyó en 1968 como respuesta de los artistas al oficial ``Salón Solar'' organizado por el Instituto de Bellas Artes. Sus actitudes se corresponden a las de la crítica a los salones protocolarios y a la promoción por parte del Estado, que en México era casi el único promotor. Aparte la validez de su postura, produjo, amparado por la Universidad, un hecho significativo: a falta de recursos, el salón de 1969 estableció que todos los artistas trabajaran sobre papel periódico. No estuvo ideologizado, pero debe recordarse que sus miembros fueron por lejos los artistas más solidarios del movimiento estudiantil de 68, lo que se ve, entre otras cosas, en que varios de ellos realizaron un mural conjunto y efímero en las mamparas que cubrían el dinamitado monumento a Miguel Alemán en Ciudad Universitaria.
Pese a los grupos, cuya vigencia se concentra por la mayor parte en los años 60 y después tiene un corte casi abrupto aunque algunos persisten y hay otros nuevosel otro arte seguía su camino. Continuaban trabajando los que lo habían venido haciendo, seguían las exposiciones e incluso se delineó un movimiento significativo como el ``Geometrismo mexicano'', en que coincidían procesos individuales diversos y los antecedentes europeos, estadunidenses y latinoamericanos. Con el precedente de las Torres de Satélite (1954), a partir de 1968 y la Ruta de la amistad la llamada ``escultura urbana'' empieza a ser, y lo es hasta hoy día, uno de los hechos importantes de la plástica mexicana.
Lo que ahora llamo ``artistas en tránsito'' hicieron sentir su presencia clara en el inicio de la década de los 80, algunos un poco antes. Entonces tenían entre veintitantos y treintaitantos años. Con algunas excepciones, habían nacido en la década de los 50. Incansablemente se ha ido incorporando más jóvenes, algunos con ya una consistencia discernible, que apenas pasan hoy por hoy los 20. A lo largo de sólo 15 años constituyen una secuencia impresionante. O estaban naciendo o andaban de pantalón corto cuando la generación de ruptura dio sus batallas. Pero ello es historia, a menudo una historia no bien sabida, sobre la que no se han interesado mayormente. No han sabido a menudo que su propia libertad tiene que ver con aquéllas batallas.
La generación de los artistas en tránsito está marcada por un signo, que considero sustancial: el de la recuperación de la imagen y del objeto artístico. Después de la desconfianza y el desprecio de los grupos hacia el objeto, se le concede nuevamente a éste un valor propio y un derecho a la existencia. Pero puede decirse que se trata, ahora, de un objeto ``herido'', en el que han quedado las huellas del trauma de los 70 y su desprecio a la obra de arte.
Una buena parte de los creadores que se inician con la década ochentera había empezado su carrera afiliada a los grupos iconoclastas. Si bien esos artistas habían reservado un espacio a su trabajo personal. Por esa circunstancia quizá mantienen frente a la obra de arte una cierta mirada al sesgo, una soterrada desconfianza, un algo de desprecio que aquí o allá se hace más visible.
No resulta así sorprendente que no pocos de ellos realicen, paralelamente a su obra en soportes y dimensiones tradicionales (o más o menos) trabajos en medios alternativos, como los performances, las instalaciones, el arte efímero, libros-objeto u o tros. También puede verse como manifestación de esa desconfianza frente a las estructuras establecidas el hecho de que los artistas busquen en ocasiones espacios alternativos o se agrupen independientemente para la posibilidad de que su trabajo sea visto y eventualmente adquirido fuera de los canales establecidos de las galerías. Espacios como La Quiñonera, el Salón des Azteques, Temístocles o Zona son, cada uno en su modo peculiar de operar, muestra de lo anterior. A mayor abundamiento están las acciones artísticas, verdaderas salidas a la calle, organizadas por Aldo Flores (Edificio Balmori y el Vaso de Leche), que desgraciadamente no han tenido más secuelas.
* Discurso de ingreso del autor a la Academia de Artes, 11 de abril de 1996
``Es medianoche en el siglo desde hace veinte años''. Esta frase, que oí en la representación de la última pieza de un escritor famoso, resume con bastante exactitud nuestra situación histórica. Y hace precisamente casi veinte años que conocí a Benjamin Péret, en una época en que la noche universal nos parecía, tan negra era, promesa de aurora. Durante todos estos años dominados cada día más por un horror sin rostro, a la vez gigantesco y monótono, Péret permaneció incorruptible. Resistió a todas las derrotas y, lo que es más heroico todavía, a todas las tentaciones. Y no hablo sólo de las más fáciles, de las más vulgares el poder, la gloria o el dinero sino de la más insidiosa y la más secreta: el nihilismo. Ese hombre, Péret, que creía tan poco en sí mismo, que le daba tan poca importancia a su obra poética una de las más originales y salvajes de nuestra época nunca cesó de confiar en la vida. Su desesperación y su pesimismo le impedían hacerse ilusiones pero no habían destruido en él ni las ideas ni la esperanza. Y podría incluso decirse que su esperanza se alimentaba de su desesperación, y su firmeza de la incertidumbre de su vida y de la de nuestra época. Hay que repetirlo: sólo son dignos de la esperanza aquellos que han perdido sus ilusiones. Gracias a hombres como Péret la noche del siglo no es absoluta.
Guillermo Kahlo (1872-1941) es considerado como uno de los precursores
de la fotografía moderna en México. Además de su especialización en la
fotografía arquitectónica y el retrato, su contribución se halla también en
el logro de texturas visuales.
Hoy se cumplen 55 años de su fallecimiento.
Luego de varios años de ausencia volví a verlo, poco antes de su muerte. Su rostro, marcado por los años, la pobreza y la lucha cotidiana, no había perdido nada de su inocencia. El cansancio y la enfermedad lo habían apagado, pero cuando reía empezaba a resplandecer con toda su antigua luz solar. Rostro de poeta, si por poesía se entiende no un talento o una vocación sino una disposición del alma a maravillar y maravillarse. (``La actividad, dice Novalis, es el poder de recibir.") Abierto a la seducción de lo insólito, Péret nunca acababa nunca de asombrarse y por eso su poesía sigue asombrándonos. El agua es la imagen de esa actitud que tenía Péret, el agua siempre en busca de su forma y siempre en trance de perderla. El agua, estatua momentánea y anulación de las estatuas. El agua, viento ayer, mañana roca. "Yo sublime": dispersión del yo en una cascada de imágenes, pérdida del yo y reconquista del amor: tú sublime. Los textos en prosa de Péret, desde el alucinante Au 125 du boulevard Saint-Germain, fluyen con una suerte de constancia en lo imprevisto, como un río que no sigue su curso sino que lo inventa. El humor de Péret no es el destello enceguecedor que produce la revelación del absurdo sino esa suerte de reblandecimiento general que sufre la realidad corroída por una imaginación líquida. Es decir una imaginación en movimiento perpetuo. La prosa de Péret fluye, se escurre entre los dedos, brota sin interrupción. Y la forma que toma su reposo es la del vértigo. Todo esto podemos decirlo también de sus poemas, aun si surge en ellos el elemento fuego, sobre todo en su forma mineral. Las imágenes de Péret avanzan como avanza el agua sobre un territorio volcánico no enfriado del todo todavía, donde el hielo y la llama se combaten. Estas imágenes avanzan, se dispersan en mil gotas, se reúnen, se aguzan como un puñal, crecen hasta desbordar la pared de cristal que las contiene, caen, se adelgazan increíblemente como un talle de mujer, se ensanchan y al fin lo cubren todo con su inmensa serpiente de agua. Al escribir esto pienso sobre todo en ese largo poema, Air mexicain, uno de los más bellos textos poéticos que hayan inspirado el paisaje y los mitos americanos.
Pero me he alejado de lo que quería decir. No tenía la intención de hablar de la poesía de Péret, y además no soy la persona indicada para hacerlo. Para mí, Péret fue no sólo un poeta de lengua francesa sino ante todo, la revelación de una dirección del espíritu que sabía reconciliar dos vías en apariencia contrarias: la acción y la expresión, la poesía y la vida.
El surrealismo es la tentativa desesperada de la poesía por encarnar en la historia. Por eso su suerte está ligada a la del hombre mismo. Y para Péret nada más natural que el ejercicio de la vida fuera inseparable de la acción revolucionaria. Esa incapacidad de compromiso y de concesión que fue la suya, su amor por la vida intemperie fantástica y a la que se lleva en la ciudad moderna, su nostalgia por los mitos, la libertad de su espíritu y el inflexible rigor de sus principios, todo ello hizo de él un ``hombre de otra época''. En este mundo de especialistas y de robots resignados, un hombre de verdad es un arcaismo. Si nuestra época es la del nihilismo, como algunos pretenden, Benjamin Péret, hombre de esperanza, es una figura del pasado. Pero no es ésa al mismo tiempo la prueba de que es hombre y poeta del porvenir?El otoño pasado, durante una breve estancia en París, lo vi con frecuencia. Recuerdo sobre todo unas horas que pasamos en un café, Breton, Péret y yo. He olvidado de qué hablamos y no podría ahora decir por qué esa velada me había conmovido tanto, pero sé que desde entonces la noche universal y mi noche personal se han vuelto más claras. Tiempo después escribí un poema, Noche en claro, que evoca esa velada. El poema podrá quizá decir mejor que estas líneas lo que significaba para mí la amistad de Benjamin Péret:
Noche en claro
A los poetas André
Breton
y Benjamin Péret
A las diez de la noche en el Café de Inglaterra
salvo nosotros tres
no había nadie
Se oía afuera el paso húmedo del otoño
pasos de
ciego gigante
pasos de bosque llegando a la ciudad
Con mil brazos con mil
pies de niebla
cara de humo hombre sin cara
el otoño marchaba hacia el centro
de París
con seguros pasos de ciego
Las gentes caminaban por la gran
avenida
algunos con gesto furtivo se arrancaban el rostro
Una prostituta
bella como una papisa
cruzó la calle y desapareció en un muro verduzco
la
pared volvió a cerrarse
Todo es puerta
basta la leve presión de un
pensamiento
Algo se prepara
dijo uno entre nosotros
Se abrió el minuto en
dos
leí signos en la frente de ese instante
Los vivos están vivos
andan vuelan
maduran estallan
los muertos están vivos
oh huesos todavía con fiebre
el
viento los agita los dispersa
racimos que caen entre las piernas de la
noche
La ciudad se abre como un corazón
como un higo la flor que es fruto
más
deseo que encarnación
encarnación del deseo
Algo se prepara
dijo el poeta
Este
mismo otoño vacilante
este mismo año enfermo
fruto fantasma que resbala entre
las manos del siglo
año de miedo tiempo de susurro y mutilación
Nadie tenía
cara aquella tarde
en el underground de Londres
En lugar de ojos
abominación
de espejos cegados
En lugar de labios
raya de borrosas costuras
Nadie tenía
sangre nadie tenía nombre
no teníamos cuerpo ni espírit
uno teníamos cara
El
tiempo daba vueltas y vueltas y no pasaba
no pasaba nada sino el tiempo que
pasa y regresa y no pasa
Apareció entonces la pareja adolescente
él era rubio
``venablo de Cupido``
gorra gris gorrión callejero y valiente
ella era
pequeña pecosa pelirroja
manzana sobre una mesa de pobres
pálida rama en un
patio de invierno
Niños feroces gatos salvajes
dos plantas ariscas
enlazadas
dos plantas con espinas y flores súbitas
Sobre el abrigo de ella
color fresa
resplandeció la mano del muchacho
las cuatro letras de la palabra
Amor
en cada dedo ardiendo como astros
Tatuaje escolar tinta china y
pasión
anillos palpitantes
oh mano collar al cuello ávido de la vida
pájaro de
presa y caballo sediento
mano llena de ojos en la noche del cuerpo
pequeño
sol y río de frescura
mano que das el sueño y das la resurrección
Todo es
puerta
todo es puente
ahora marchamos en la otra orilla
mira abajo correr el
río de los siglos
el río de los signos
Mira correr el río de los astros
se
abrazan y separan vuelven a juntarse
hablan entre ellos un lenguaje de
incendios
sus luchas sus amores
son la creación y la destrucción de los
mundos
La noche se abre
mano inmensa
constelación de signos
escritura silencio
que canta
siglos generaciones eras
sílabas que alguien dice
palabras que
alguien oye
pórticos de pilares transparentes
ecos llamadas señas
laberintos
Parpadea el instante y dice algo
escucha abre los ojos ciérralos
la
marea se levanta
Algo se prepara
Nos dispersamos en la noche
mis amigos se
alejan
llevo sus palabras como un tesoro ardiendo
Pelean el río y el viento
del otoño
pelea el otoño contra las casas negras
Año de hueso
pila de años
muertos y escupidos
estaciones violadas
siglo tallado en un aullido
pirámide
de sangre
horas royendo el día el año el siglo el hueso
Hemos perdido todas
las batallas
todos los días ganamos una
Poesía
* Prólogo del libro de Benjamin Péret Pulqueria quiere un auto y otros cuentos, de editorial Vuelta, que circula en estos días.
Bárbara Jacobs
Juicios y prejuicios