La Jornada 18 de abril de 1996

Sección de Cultura


Luego de 43 años de exilio ``asumido'', el escritor retorna a Guatemala

El ser humano es inteligente al pensar, pero tonto cuando actúa: Monterroso

Recibirá el viernes 19 el doctorado Honoris Causa que le otorga la Universidad de San Carlos


Angélica Abelleyra/ I Si tuviera que escoger otro país para vivir, Augusto Monterroso seleccionaría sin vacilación: ``Guatemala, desde luego''.

Y en parte esto se cumplirá, aunque de manera temporal: luego de 43 años de ausencia, el escritor guatemalteco, nacido en Honduras, pero con exilio ``asumido'' desde 1956 en México, retorna a su país con el fin de recibir el viernes 19 de abril el doctorado Honoris Causa que le otorga la Universidad de San Carlos de Guatemala (cuyo rector informó que la comunidad académica e intelectual de ese país iniciará las gestiones para postular a Monterroso al Premio Nobel de Literatura).Antes de él, han obtenido ese octorado, el poeta Luis Cardoza y Aragón y el ex presidente Jacobo Arbenz (póstumo). ``Es un valioso reconocimiento a mi obra'', dice contento.

Pero no sólo esto lo mantiene animoso estos días en que se encuentra ``en el trance'' de los 75 años (que cumplirá en diciembre). Festeja la aparición de sus libros Tríptico (FCE), Cuentos fábulas y Lo demás es silencio (Alfaguara) y Complete Works and Other Stories, dos libros suyos en un volumen que edita la University of Texas Press, Austin. Los volúmenes circulan ya en las librerías de México en el caso de los dos primeros títulos, y entre lectores estadunidenses, en el tercero. Asimismo, este año apareció en México Refracción (Era/UNAM), un volumen con críticas a la obra de Augusto Monterroso.

Viajero por excelencia, acaba de ofrecer en Madrid la conferencia ``El otro Aleph'' en el marco del ciclo ``Grandes Escritores del Mundo en la Biblioteca Nacional''.La Araucana. ``Es un hallazgo digno de estudiarse para comprender hasta qué punto estos dos genios coincidieron en la concepción del Aleph, además del lenguaje y la construcción de la narración. Lo vi como una curiosidad en lengua española y fui a hablar de eso en Madrid''.

Así inicia una amena charla con Augusto Monterroso, situado en un sillón de la sala del que a veces se levantará para dar vueltas en torno de la mesa y estirar las piernas; para mostrar ``la Magdalena de Proust'' que compró durante una visita a la casa de aquél en Illiers, para cavilar sobre su exilio, su permanencia como ``rojillo'' y para ponerse una máscara que los sandinistas le regalaron y ahora él usa para ejemplificar su utilidad en momentos específicos: el acudir a un acto académico, a un bar, o por qué no? durante una entrevista.

Descubrió el otro Aleph por curiosidad Es ésta lo que le impulsa a escribir?

Supongo que sí. Siento mucha curiosidad por todo lo que sucede. De todo orden: cultural, político, geográfico, científico. Pero principalmente lo que más curiosidad me ha despertado es el ser humano. Me acuerdo que de chico observaba a mis amigos, a mis parientes y me preguntaba por qué hacían esto o lo otro, o por qué se reían y se vestían de tal o cual manera. Eso me llamó siempre la atención. Desde entonces no he parado.

Nunca pensó en la posibilidad de estudiar psicología?

Sí, claro. Hace 40 años los libros de Freud se leían mucho y quise ahondar en ello. La interpretación de los sueños me ayudó, pero más lo hizo Psicopatología de la vida cotidiana. Volviendo a la curiosidad, ésta se extiende a los seres humanos en los libros. De pronto ya no fue suficiente ver a la gente caminando en la calle y revisar a mis parientes o vecinos sino que quise ver cómo los diferentes autores han visto a los seres humanos.

También su escritura ha sido una reflexión de sí mismo, una forma de conocimiento?

No sé si la escritura misma; pero sí, el estudio de los demás termina por ayudar a estudiarse uno mismo y a llegar a la conclusión de que todos somos iguales. Sin embargo, no todos actuamos igual. Eso es algo que como escritor me ha interesado. Es en las reacciones de los humanos en donde está la diferencia.

Cuando habla del parecido en los humanos nos iguala en la tontería y la ridiculez. Es una muestra de amor al ser humano o de desprecio?

Tal vez de las dos cosas. Pero esto siempre hay que matizarlo y no es tan fácil. A ver: si uno observa, ve que el ser humano es inteligente cuando piensa, pero muchísimas veces es tonto cuando actúa. Podríamos seguir hablando de eso, podría darse un curso. Para terminar: probablemente se debe a que el ser humano muchas veces piensa inteligentemente, con la cabeza; pero actúa con las emociones. De ahí que se meta en tantos problemas porque mientras la cabeza le dice 'esto es así', hay algo que lo induce a actuar de otra manera. Y ahí hablamos de las pasiones.

Es Monterroso más cerebral que pasional?

Supongo que he sido de todo. Ahora puedo estar tranquilo diciendo esto, pero he cometido muchos errores, he hecho muchas barbaridades. El ser humano es muy complicado.

Hablando de su bestiario, de sus animales humanizados en fábulas cuál es el que más le gusta?

Me gustan los perros y los gatos. No tengo en casa ahora porque hay que dedicarles tiempo y los viajes constantes no lo permiten. Creo que todos empezamos a acercarnos a los animales a través de perros y gatos. Pero no tengo la manía de tenerlos, más bien los he tratado en mi literatura, como a muchos otros, incluidas las pulgas.

Qué animal no ha encontrado cabida en sus páginas y le hubiera gustado incluir?

Un lobo, quizás, por aquello de que el hombre es el lobo del hombre.

Ha dicho que nunca se ha propuesto escribir un libro. Esto es porque le significa una tarea pretenciosa, ardua? Ya cuenta con una lista de nueve libros.

No tengo idea. Probablemente sea por los géneros que practico: cuentos, ensayos y textos breves. Uno dice: voy a hacer un cuento o un ensayo. Pero uno generalmente no dice voy a hacer un libro de cuentos o de ensayos.

Ahora es una coincidencia feliz que se editen y reediten varios de sus textos Qué siente por ellos?

Bueno, sí, he publicado nueve libros como que no quiere la cosa. Todos me provocan cierta satisfacción.

``No estoy arrepentido de ninguno: al contrario, parece que estoy contento, aunque esto por lo general no se dice. Por otra parte, mis libros son muy diversos unos de otros, así que el que tengo en la mano es mi preferido''.

No es el preferido el que está escribiendo?

Para nada. A ese le falta mucho para ser el preferido. Ese está en proceso de afinarse, de revisión. Con ese más bien me peleo. Cuando sale cada libro siento una gran vergenza, y preferiría que nadie lo leyera. Y se me cumple: nadie los lee.

Es usted un perfeccionista?

(Después de un suspiro) Supongo que sí. Me gusta lo que está bien hecho pero no necesariamente quiere decir que uno siga las frases rebuscadas ni poéticas ni brillantes. El perfeccionismo es lo que lleva a la máxima sencillez y por tanto a la máxima claridad.

``La sencillez y la claridad y la facilidad de lectura son los elementos más importantes. La frase no debe verse, lo que se debe ver es lo que la frase dice. Esto significa que debe estar correctamente expresado y, como un ideal final, que sea bello. Porque una cosa, por verdadera que sea, puede no ser bella si no le añade lo que el arte de la escritura enseña.

Dice que escribir es hacer algo 'como que no quiere la cosa' Eso significa que se divierte cuando escribe, lo toma como juego? Continúa haciéndolo como divertimento?

Es difícil contestar eso. Son envidiables los escritores felices. Hay otros, como yo, que toman la cosa con más preocupación quizás por la forma, el contenido y la verdad. Pero sobre todo, preocupados por lograr un objeto bello. Esa es la preocupación primera y última cuando uno pretende ser un artista, tomar la literatura y la escritura como arte.


Augusto Monterroso
El Centenario*

...lo que me recuerda dije yo la historia del malogrado sueco Orest Hanson, el hombre más alto del mundo (en sus días. Hoy la marca que impuso se ve abatida con frecuencia). En 1892 realizó una meritoria gira por Europa exhibiendo su estatura de dos metros cuarenta y siete centímetros. Los periodistas, con la imaginación que los distingue, lo llamaban el hombre jirafa.

Imaginen. Como la debilidad de sus articulaciones no le permitía hacer casi ningún esfuerzo, para alimentarlo era preciso que algún familiar suyo se encaramara en las ramas de un árbol a ponerle en la boca bolitas especiales de carne molida, y pequeños trozos de azúcar de remolacha, como postre. Otros parientes le ataban las cintas de los zapatos. Otro más vivía siempre atento a la hora en que Orest necesitaba recoger del suelo algún objeto que por descuido, o por su peculiar torpeza, se le escapara de las manos. Orest atisbaba las nubes y se dejaba servir. En verdad, su reino no era de este mundo, y se podía adivinar en sus ojos tristes y lejanos una persistente nostalgia por las cosas terrenales. En el fondo de su corazón sentía especial envidia por los enanos, y se soñaba siempre tratando, sin éxito, de alcanzar los aldabones de las puertas y echando a correr, como en las tardes de su niñez.

Su fragilidad llegaba a extremos increíbles. Mientras iba de paseo por las calles cada paso suyo hacía temer, aun a los transeúntes escandinavos, un aparatoso desplome. Con el tiempo sus padres dieron muestras de ávido pragmatismo (que mereció más de una crítica) al decidir que Orest saliera únicamente los domingos, precedido de su tío carnal, Erick, y seguido de Olaf, sirviente, quien recibía en un sombrero las monedas que las almas sentimentales se creían en la obligación de pagar por aquel espectáculo lleno de gravitante peligro. Su fama creció.

Recuérdenlo: no hay dicha completa. Poco a poco en el alma infantil de Orest empezó a filtrarse una irresistible afición por aquellas monedas. Finalmente, esta legítima atracción por el metal acuñado vino a determinar su derrumbe y la razón de su extraño fin, que se verá en el lugar oportuno. Barnum lo convirtió en profesional. Pero Orest no sentía el llamado del arte, y el circo sólo le interesó como fuente de dinero. Por otra parte, su espíritu aristocrático no resistía ni el olor de los leones ni que la gente le tuviera lástima. Dijo adiós a Barnum.

A la edad de diecinueve años medía dos metros cuarenta y cinco. Después vino un receso tranquilizador, y sólo a los veinticinco descubrió su estatura normal de dos cuarenta y siete, que ya no lo abandonó hasta la hora de la muerte. El descubrimiento se produjo así. Invitado a visitar Londres por un gracioso capricho de Sus Majestades Británicas, se dirigió al consulado de Inglaterra en Estocolmo para obtener la visa. El cónsul inglés, como tal, lo recibió sin mayores muestras de asombro, y aun se atrevió a preguntarle por sus señas particulares, y a dudar de que midiera dos metros cuarenta y cinco a la hora de hacer la filiación. Cuando el cartabón reveló que eran dos cuarenta y siete, el cónsul hizo el tranquilo gesto que significa ``Ya lo decía yo''. Orest no dijo nada. Se acercó en silencio a la ventana y desde allí, resentido, contempló durante largos minutos el mar agitado y el cielo azul en calma.

En adelante la curiosidad de los reyes europeos elevó sus ingresos. En poco tiempo llegó a ser uno de los gigantes más ricos del Continente, y su fama se extendió incluso entre los patagones, los yaquis y los etíopes. En aquella revista que Rubén Darío dirigía en París pueden verse dos o tres fotografías de Orest, sonriente al lado de las más encumbradas personalidades de entonces; documentos gráficos que el alto poeta publicó en el décimo aniversario de su muerte, a manera de homenaje tan merecido como póstumo.

De pronto su nombre descendió de los periódicos.

Pero a pesar de todas las maniobras que se han fraguado para mantener en secreto las causas que concurrieron a su inesperado ocaso, hoy se sabe que murió trágicamente en México durante las Fiestas del Centenario, a las que asistió invitado de manera oficial. Las causas fueron veinticinco fracturas que sufrió por agacharse a recoger una moneda de oro (precisamente un ``centenario'') que en medio de su rastrero entusiasmo patriótico le arrojó el chihuahueño y oscuro Silvestre Martín, esbirro de don Porfirio Díaz.

* Una de las primeras apariciones de Monterroso en la literatura mexicana fue este cuento que, en 1953 editaron como libro Juan José Arreola, Jorge Hernández Campos, Henrique González Casanova y Ernesto Mejía Sánchez, con viñeta de portada de Ricardo Martínez. El Titulo del libro: Uno de cada tres y el Centenario. La editorial se llamaba Los Presentes.


Olga Harmony
Permanencia involuntaria