Debe aplaudirse la determinación de la Secretaría de Comercio y Fomento Industrial de aplicar sanciones arancelarias a ocho productos estadunidenses --vidrio, vinos, muebles de madera, fructosa y cuadernos, entre otros--, en respuesta a la barrera aduanal impuesta por el país vecino a la importación de escobas mexicanas.
Cabe recordar que esta es sólo la más reciente de una inveterada actitud proteccionista de las autoridades comerciales de Estados Unidos contra productos mexicanos, una actitud que viene de mucho antes de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y que no se modificó en forma significativa tras la entrada en vigor de ese mecanismo trilateral.
Desde el embargo contra el atún mexicano --una medida proteccionista disfrazada de preocupación ecológica--, pasando por el acero, el cemento y, más recientemente, los camiones de carga, el tomate y el aguacate, las dependencias aduanales y comerciales del vecino del norte han demostrado una sistemática renuencia a la aplicación, sin más, del libre intercambio de productos. Estas acciones son expresión, por una parte, de la contradictoria actitud proteccionista que impera en el país que tan enfáticamente se manifiesta en los foros internacionales en favor del libre comercio. Pero, por la otra, obedece coyunturalmente a la influencia que los productores estadunidenses son capaces de ejercer en diversos ámbitos --empezando por el Legislativo-- y también, en ocasiones, a presiones políticas y económicas de diversa índole contra nuestro país.
En suma, las trabas impuestas por Estados Unidos al flujo de mercancías mexicanas a su mercado interno constituyen una constante con la cual es preciso contar, incluso en el marco del Tratado de Libre Comercio, y que al parecer no va a atenuarse en el futuro próximo; por el contrario, las tendencias aislacionistas que hoy se expresan en la sociedad del país vecino podrían llevar a un reforzamiento del proteccionismo comercial.
En este contexto, la política de reciprocidad parece ser la única aconsejable para enfrentar los embargos, bloqueos y barreras comerciales del país vecino: afectar intereses comerciales estadunidenses constituye la forma adecuada para lograr que nuestro socio deje de lesionar los intereses comerciales mexicanos.
Ciertamente, en el momento actual lo que menos convendría a ambas economías sería una ``guerra de aranceles''; por eso resulta necesario resolver los diferendos en el ámbito de los mecanismos establecidos a tal efecto por el TLC. Pero hasta ahora ha sido sólo México el que se ha visto obligado a acudir a ellos con una lamentable frecuencia.
Finalmente, cabe esperar que la Secretaría de Comercio se mantenga en su decisión, no baje la guardia y siga reaccionando en forma similar a eventuales nuevas agresiones comerciales por parte de Washington. Lo único peor que no tomar sanciones de reciprocidad sería adoptarlas y luego dejarlas sin efecto como resultado de presiones diplomáticas, porque ello denotaría debilidad y nos colocaría en una grave posición de desventaja ante este difícil, pero ineludible, socio