UNAM: DESGASTE Y PROVOCACION
Ayer, el conflicto en la Universidad Nacional Autónoma de México, que ya dura seis meses, volvió a registrar episodios ominosos y a rebasar los límites del campus universitario. Estudiantes, no sólo de la UNAM, sino también de la Universidad Autónoma Metropolitana y del Instituto Politécnico Nacional, participaron en el bloqueo de importantes avenidas en los cuatro puntos cardinales de esta capital para protestar por el secuestro del estudiante Ricardo Martínez -quien apareció, al parecer, sano y salvo momentos antes del cierre de esta edición.
El desquiciamiento de la vialidad y los trastornos a la vida capitalina tuvieron, a su vez, efectos deplorables. Por un lado, hicieron resurgir las exigencias de ciudadanos, encabezados y azuzados por diversos medios electrónicos, que piden "mano dura" -es decir, violencia represiva- al Gobierno del Distrito Federal para hacer frente a las acciones de los paristas. Por el otro, el caos provocado opacó la consulta ciudadana realizada ayer mismo por académicos bajo el lema Por el diálogo en la UNAM. No obstante, la iniciativa, encaminada a obligar a las partes a resolver sus diferencias sin mayor demora por la vía de la negociación, tuvo una respuesta positiva por parte de la población.
Tanto el secuestro del estudiante como el bloqueo de avenidas importantes son provocaciones inaceptables que indican el grave deterioro en el que ha caído la huelga estudiantil, situación atribuible a la cerrazón y a la falta de voluntad política para alcanzar un acuerdo, tanto por parte de rectoría como del CGH. Hechos como los acontecidos en los últimos días -el desalojo violento del Periférico de hace una semana, en el que los granaderos cometieron excesos contra paristas- no hacen sino confirmar la certeza de que, mientras más tiempo dure el conflicto, mayores serán sus impactos y más difícil será, en consecuencia, su solución.
A seis meses del estallamiento de la huelga se hace evidente el desgaste de todas las posturas, y no sólo las de la intolerancia y la cerrazón que se expresan en ambos bandos, sino -dato alarmante- también de las moderadas. Es indicativo a este respecto que el profesor emérito Luis Villoro, quien participó en la formulación de la iniciativa de diálogo más auspiciosa hasta el momento, se mostró incrédulo sobre el alcance de la consulta ciudadana efectuada ayer por un grupo de académicos.
Por otra parte, es claro que el conflicto de la UNAM se ha convertido ya, además, en un problema urbano. Antes del mediodía de ayer ocurrieron dos inversiones térmicas, y a sabiendas de esa circunstancia los huelguistas decidieron crear, por la tarde, cuatro magnos embotellamientos. Tal muestra de irresponsabilidad fue rápidamente secundada por algunos locutores radiales que exigían a las autoridades capitalinas el uso de la fuerza pública para reprimir a los paristas. De esta manera, los ultras del CGH cuentan con nuevos antagonistas -como si no tuvieran ya suficientes con las derechas de la burocracia universitaria-- con los cuales interactuar para escalar el conflicto.
El necesario rechazo del griterío radiofónico y televisivo no se fundamenta sólo en un principio ético y humanista de repudio a la violencia ni en una observancia de las leyes y reglamentos vigentes en la capital de la República, sino que parte, también, de una consideración pragmática. Las voces que piden el recurso a la violencia represiva parecen ignorar que ésta sólo ahondaría el problema universitario y sus consecuencias negativas para la zona metropolitana. Concitar la represión parece ser, justamente, el objetivo de los sectores estudiantiles intransigentes. Tener un herido grave, un preso o incluso un muerto entre sus filas, sería, según su lógica, una manera de reavivar el cada vez más menguante apoyo de sus bases y agudizar la confrontación con las autoridades universitarias -y urbanas, a últimas fechas- hasta que la violencia se vuelva inevitable.
En consecuencia, cabe hacer un exhorto a la sociedad para que no se deje convocar por el griterío de todos los que exigen o pretenden provocar -con acciones o de palabra- una respuesta gubernamental de fuerza policial a las movilizaciones -ciertamente abusivas e irritantes- del movimiento estudiantil. Ni las provocaciones torpes y sin sentido de los sectores intolerantes de las autoridades universitarias y del CGH, ni los llamados a la violencia de medios y comunicadores, solucionarán nada. La insistencia en la negociación es la única vía sensata para superar éste y otros problemas nacionales.
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