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México, D.F. lunes 22 de noviembre de 1999
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CARCELES: VOLVER A LA READAPTACION

SOL El coro de voces partidarias de la pena de muerte, atizado a raíz del brutal robo y asesinato del bebé Braulio Suárez Peredo, ha sido enfrentado, por fortuna, por un conjunto de posturas razonadas en las que la obligada indignación no dejó de lado la necesaria sensatez. Entre las segundas, destaca la del presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, Jorge Rodríguez y Rodríguez, quien hizo hincapié en la necesidad de fortalecer las acciones preventivas y correctivas de la criminalidad.

Con respecto a la prevención de los delitos, es claro, como se señaló en este espacio el viernes pasado, que la sociedad en todas sus instancias debe revisar sus formas de inculcar los valores cívicos y éticos fundamentales a los individuos. No puede ignorarse que el descuido y el deterioro de tales valores están relacionados con la transformación en curso ųpropiciada por el modelo económico vigenteų de la sociedad, que pasa de ser un espacio de convivencia a un ámbito de competencia despiadada y de supervivencia del más fuerte; en ese contexto, es preciso redoblar esfuerzos en materia educativa y de integración social y familiar a fin de contrarrestar los fenómenos referidos.

Por otra parte, Rodríguez y Rodríguez puso en primer plano la necesidad de retomar, en las cárceles capitalinas, el principio de rehabilitación de los delincuentes, el cual a pesar de ser fundamento teórico del sistema penitenciario nacional, se encuentra por demás ausente en la operación de las prisiones de la metrópoli y del país.

Es sabido que la sobrepoblación, la corrupción y la falta de planificación y de recursos, han convertido en escuelas de la delincuencia las que debieran ser instituciones de readaptación y reinserción social. Difícilmente podría inculcarse a los reos valores y principios en centros de reclusión que amplifican y concentran las actividades delictivas de afuera y en los que proliferan el narcotráfico y la drogadicción, el hacinamiento, la venta de protección, la prostitución y las desigualdades abrumadoras entre presos ricos y presos pobres.

Ciertamente, las tareas de sanear y readecuar las cárceles enfrentan importantes obstáculos. El primero de ellos es la existencia de una vasta red de complicidades corruptas entre la delincuencia y segmentos enteros de las instituciones de procuración e impartición de justicia. El segundo es la dificultad de justificar, en un entorno de estrechez económica, la asignación de recursos económicos al sistema penitenciario, el cual suele ser considerado un rubro de nula prioridad a la hora de formular los presupuestos.

En estas circunstancias, la idea de orientar las penas carcelarias a la readaptación social de los delincuentes no tiene ni siquiera el margen de ser experimentada y eventuamente probada. Es preciso darle una oportunidad. La rehabilitación puede ser un instrumento fundamental en el permanente combate a la delincuencia.


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