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México, D.F. martes 7 de diciembre de 1999
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GROZNY: ULTIMATUM CRIMINAL

SOL La cruenta incursión militar rusa en Chechenia ha entrado a su cuarto mes sin que los estamentos de poder real de la comunidad internacional ųEstados Unidos, la Unión Europea, la Organización de Naciones Unidas, la OTANų hagan algo significativo por detener o atenuar la destrucción de las ciudades chechenas, la masacre de civiles y el drama de los cientos de miles de refugiados que se amontonan en la vecina Ingushetia, sin más perspectivas que las del hambre, el frío y las enfermedades.

Con el pretexto inverosímil de perseguir a un escurridizo grupo de terroristas islámicos, Moscú ha empeñado buena parte de los medios bélicos que le quedan en la destrucción sistemática de una pequeña nación cuyos delitos son, por una parte, el haber aspirado a la independencia y, por la otra, haber sido la cuna de una mafia que pretendió rivalizar con la que se encuentra enquistada en el Kremlin alrededor de Boris Yeltsin, un presidente cada vez más hipotético, y del premier Vladimir Putin, quien viene a ser el poder delante del trono y el articulador de los intereses mafiosos, burocráticos y castrenses.

En el sitio y la devastación de Grozny el Estado ruso ha retomado sin ambigüedad posible el carácter de cárcel de pueblos que tuvo el imperio zarista y que desvirtuó el proyecto soviético casi desde sus inicios y para el resto de su existencia, salvo los últimos años de la URSS (1985-1991). Habida cuenta de esa historia, el actual ejercicio de barbarie contra Chechenia resulta indignante pero no sorprendente. Lo sorprendente, en cambio, es el silencio generalizado y la inacción de gobiernos y organismos occidentales que hace apenas unos meses llegaron hasta el bombardeo aéreo masivo de Yugoslavia y la devastación de la infraestructura de ese país, en su supuesta determinación universal en pro de los derechos humanos.

Ciertamente, el poderío bélico de Rusia, con todo y su declive, es infinitamente superior al de Serbia, y cualquier análisis elemental de correlación de fuerzas haría impensable una acción militar de cualquier envergadura contra Moscú. Pero, así hubiese sido por consideraciones de imagen, Estados Unidos y Europa occidental estaban en la obligación de ejercer contra Rusia presiones diplomáticas y económicas que habrían atenuado o evitado el enorme sufrimiento nacional al que están siendo sometidos los chechenos.

El que no lo hayan hecho así confirma que el humanitarismo declarado por Occidente en su incursión contra Yugoslavia fue en realidad un mero pretexto y que el marcado contraste en el trato para con el régimen de Milosevic y para con el Kremlin no es que uno sea más o menos genocida y criminal que otro, sino que el segundo es, con todo y su barbarie y su corrupción, aliado, garante y acaso sirviente de los intereses político-económicos de Estados Unidos y la Unión Europea.

Ayer los mandos rusos lanzaron un ultimátum a la población de Grozny: o abandona su ciudad en un plazo de 120 horas ųquedan menos de 96ų o será exterminada en los bombardeos que se aproximan y que, puede inferirse, tendrán por objetivo la destrucción de lo que queda de esa urbe.

Lo anterior es expresión clara de un designio de despoblamiento y de tierra arrasada, que no había sido puesto en práctica por ningún gobierno ųni siquiera por Belgrado en Bosnia y Kosovo, ni siquiera por Bagdad en Kuwaitų desde la Segunda Guerra Mundial. Es, en consecuencia, una afrenta al proceso civilizatorio logrado por el planeta, pese a todo, durante la segunda mitad del siglo. En Grozny el mundo corre el peligro de asistir a una repetición de Lídice, Stalingrado, Dresde o Hiroshima, a una regresión humana a grados de bestialidad que se suponían superados. No debe ocurrir. Estados Unidos y la Unión Europea tendrían por lo menos que tratar de impedirlo. Sería demencial, ciertamente, que lo ensayaran por medio de la fuerza; pero sería imperdonable que no empeñaran en la tarea su vasto poder político, económico y diplomático.


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