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México, D.F. lunes 13 de diciembre de 1999
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CHILE SIN VENCEDORES; SOLO VENCIDOS

SOL El electorado chileno, según los datos que arroja el escrutinio, postergó su decisión sobre quién ocupará el Palacio de la Moneda hasta la segunda vuelta. Ahora bien, de las urnas salen de todos modos algunas cosas claras. Antes que cualquier otra, se impone la comprobación de que el país está polarizado entre un centro izquierda y una derecha que cuenta con apoyos importantes en el centro derecha.

Cualquiera sea el futuro presidente deberá enfrentar la desconfianza o la oposición activa de la mitad de sus conciudadanos, ya que las fuerzas se equivalen y el caudal muy escaso de los que no votaron ni por el socialista ultramoderado Ricardo Lagos ni por el dinámico derechista ''civilizado'' Joaquín Lavín, difícilmente incline de modo decisivo algún plato de la balanza.

En efecto, los votantes humanistas, comunistas, ecologistas y pinochetistas activos probablemente dividirán sus votos de modo equivalente entre los dos contendientes, e incluso algunos de ellos podrían votar en blanco. En segundo lugar, la división cuantitativa de los votos y su distribución geográfica muestran un corte social y cultural, pues el norte salitrero y trabajador, tradicionalmente de izquierda, mantuvo sus tradiciones al igual que las zonas de obreros y campesinos pobres en el sur, votando más que por Lagos contra la derecha, mientras que en las zonas donde los trabajadores están mezclados con importantes capas de la vieja y de la nueva clase media (la capital y las grandes ciudades del centro-sur) la mayoría favoreció a Lavín.

Puede decirse, entonces, que Lagos contó con parte importante del viejo caudal electoral de la izquierda más un sector grande de los votantes democristianos, mientras que Lavín logró salir del círculo de las clases altas para ganar también cuantiosos votos populares en la anterior reserva democristiana. La derecha tiene así componentes pinochetistas-fascistas pero también componentes conservadores y ultraconservadores fundamentalistas, y no se apoya sólo en los empresarios y terratenientes sino igualmente en importantes sectores populares que temen que un triunfo de la izquierda lleve a una desestabilización económica y política del país y que han sido arrastrados por la fuerte ola de la campaña nacionalista chovinista desatada en defensa del dictador Pinochet.

Queda claro también que las concesiones suicidas del gobierno y del mismo Lagos, así como de los socialistas a ese nacionalismo, en el caso de la defensa de Pinochet contra lo que se presentó como una violación inglesa y española de la soberanía chilena, reforzó a la derecha y al pinochetismo, como era de prever. Y que la extrema moderación de Lagos, que no presentó diferencias sustanciales en su programa económico y social con respecto al de su adversario pinochetista, ayudó a reforzar la hegemonía cultural de la derecha, a presentar como única y lógica su política, justificándola, y a quitar motivos de movilización y de esperanza a los indecisos, alejando de paso a parte de la izquierda tradicional, ecologista o socialcristiana.

Habrá que ver ahora, en la segunda vuelta, si esta opción errónea y timorata de Lagos y de sus aliados no conduce a un triunfo de Lavín sobre la base de la utilización demagógica por éste del miedo a un cambio que no aparece claro, pues sus mismos partidarios no osan declarar sus intenciones ni el alcance de las medidas que proponen. La idea de que la democracia se construye con maniobras y no con ideas, propuestas, claridad y movilizaciones coloca nuevamente en peligro a la democracia chilena, ya que el país está dividido pero con una confusión que favorece a la derecha.


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