DESCOMPOSICION
Ayer, en el sexto aniversario del asesinato de Luis Donaldo Colosio, y a unos metros del sitio en el que fue asesinado José Francisco Ruiz Massieu, se desataron de golpe los más graves fantasmas de 94. El hecho más significativo del día fue, en efecto, el confuso y cruento atentado ocurrido en el centro de esta capital contra Cuauhtémoc Herrera Suástegui --ex funcionario de la Procuraduría General de la República (PGR), perseguidor del ex gobernador Mario Villanueva; señalado por la DEA como colaborador de Amado Carrillo y sujeto a investigación- y sus secuelas, más confusas, si cabe: el señalamiento en falso de las autoridades, sostenido durante toda la tarde, sobre la muerte de Herrera Suástegui, y la súbita aparición de éste, con vida y con una herida de bala, nada menos que en el hospital del Estado Mayor Presidencial.
Tales sucesos -en los que murió una persona y resultó herida, además del propio Herrera Suástegui, la litigante Silvia Raquenel Villanueva, entre cuyos clientes hubo individuos vinculados al narcotráfico-- denotan, en primer lugar, una aterradora presencia y capacidad de acción del crimen organizado en el centro político del país; es significativo que una hora antes un subsecretario de Gobernación comía en el restaurante donde, posteriormente, ocurrió el atentado. Asimismo, evidencian lo que no puede ser, por parte de la PGR, más que absoluta y exasperante ineptitud o un designio de distorsionar la información, así como la persistencia de usos judiciales completamente irregulares y desaseados, como lo es el internamiento del ex funcionario judicial en un nosocomio castrense.
El atentado y la subsiguiente actuación equívoca de Mariano Herrán Salvatti, fiscal especial para la Atención de los Delitos contra la Salud (FEADS), quien la víspera había anunciado en entrevista de prensa que Herrera Suástegui estaba citado a declarar "esta misma semana", generaron un ambiente de zozobra, incertidumbre y desinformación que obliga a recordar lo que vivió el país hace seis años, en las postrimerías del salinismo.
A ese ambiente se sumó un factor adicional de crispación política y de regresión a los días de marzo de 1994: la inopinada declaración del candidato oficial a la Presidencia, Francisco Labastida, quien atribuyó a Manuel Camacho Solís, también aspirante presidencial, una "responsabilidad moral" en el homicidio de Lomas Taurinas.
De esta manera, ayer se hicieron presentes signos ominosos de una descomposición característica de fin de sexenio, con todo y los fantasmas de la violencia, el poder omnipresente del narcotráfico, la falta de voluntad para esclarecer los crímenes del pasado, el colapso operativo de la PGR y las cuentas internas no saldadas del poder público.
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