TURBULENCIAS Y TURBULENTOS
En Washington, como antes en Seattle, la protesta popular contra la política del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial consigue, como única respuesta, la represión. Ya se ha visto, en efecto, de qué le ha servido al gobierno boliviano el fracasado estado de sitio que Hugo Bánzer impuso para tratar de acallar las protestas a la privatización del agua, incluso del flujo de los ríos que utilizan los campesinos según sus usos y costumbres...
No vivimos, en efecto, en la prosperidad sino en una ola recesiva que no ha acabado, y nada menos que el director del Departamento para Occidente del FMI pone ya en duda las rosadas previsiones económicas anteriores para nuestra región, a la vista de las caídas de las cotizaciones en las bolsas latinoamericana.
Las "turbulencias" bursátiles (llamémoslas sin eufemismos pánicos ante la conciencia de que la burbuja especulativa puede estallar) son el resultado del fracaso de la acción de los gobernantes turbulentos. O sea de quienes, nuevos aprendices de brujo, creyeron que podrían despilfarrar o destruir el activo de sus respectivos países, privatizando incluso las empresas lucrativas o estratégicas, y simultáneamente poder dedicar el dinero así obtenido a subvencionar a sus amigos, los más ricos, y no al desarrollo nacional, de modo de atraer, con esa "generosidad" pagada por todos, nuevas inversiones de quienes exigían toda clase de ventajas y seguridades.
El resultado (el rápido avance de la pobreza, la terrible reducción de los salarios reales y del mercado interno, la consiguiente desindustrialización en los sectores que requieren más mano de obra y, por lo tanto, el desempleo masivo, la fuga de capitales, el desequilibrio permanente en la balanza financiera, la necesidad de nuevas concesiones para atraer otros capitales para colmar ese agujero, etc.) ha sido catastrófico. Se ha apostado todo a una prosperidad extranjera nada segura y por cierto no eterna, así como a la exportación, devastando el poder adquisitivo, el mercado interno y las industrias nacionales, y ahora sólo queda prender veladoras ųno se sabe bien a qué santoų para que no le suceda nada al Hermano Mayor y, por consiguiente, a quienes viven a su densa sombra.
El Banco Mundial acaba de dar a conocer al respecto que México sólo ha sido superado por Brasil en cuanto a las privatizaciones de su patrimonio empresarial, pero que los 31 mil 458 millones de dólares obtenidos en diez años vendiendo todo lo que se podía vender sin grandes trastornos políticos no bastan sino para cubrir 41.9 por ciento de la deuda comprometida por el gobierno para rescatar los bancos que el ex presidente Carlos Salinas de Gortari privatizara.
Es notable también el informe anual de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), organismo de las Naciones Unidas, según el cual hay que crear "más sociedad" y reforzar el papel de lo público por sobre el mercado y el interés privado, documento que dice que "afortunadamente, la euforia privatizadora se encuentra en una fase de reflujo". En efecto, esta visión realista contrasta con la obstinación de quienes, en nuestro continente, se empeñan en mantener la receta privatizadora y neoliberal contra viento y marea.
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