EL NEGOCIO DE LA CATASTROFE
Según estimaciones del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, los organismos financieros internacionales han realizado un negocio fabuloso otorgando créditos a las naciones del Tercer Mundo. Tan sólo en diez años, de un monto de 50 mil millones de dólares que esas instituciones concedieron a los países en vías de desarrollo, recuperaron 500 mil millones, un verdadero saqueo si se tiene en cuenta que las políticas impuestas a las naciones pobres, como condición para la entrega de los recursos, sólo han conducido al incremento desmesurado de la deuda externa, a la agudización de las desigualdades sociales, al aumento explosivo de los niveles de miseria, y a la concentración desmedida de la riqueza en unas cuantas manos.
Por si esto fuera poco, la globalización ha colocado a los países menos desarrollados como meros satélites -regidos por gobernantes lacayos- de las naciones ricas y ha ceñido por completo el destino de cientos de millones de personas a los designios de las grandes transnacionales, de los organismos y los especuladores financieros y de los gobiernos de los países más industrializados. Tan sólo en América Latina, las políticas de las instituciones financieras multilaterales han contribuido a que 40 por ciento de la población se encuentre en situación de pobreza crítica.
Así las cosas, resulta evidente que las promesas del Banco Mundial de "reconsiderar" su política hacia los países pobres no son sino un placebo ominoso y una llamada a engaño, pues es evidente que los organismos internacionales estuvieron siempre conscientes tanto de los terribles efectos de sus dictados como de los inmensos beneficios que éstos les reportaron. Incluso, las propuestas de algunos gobiernos occidentales de cancelar parcial o totalmente la deuda externa de algunas naciones del Tercer Mundo no son, a fin de cuentas, el resultado de la súbita generosidad o conciencia social de algunos financieros o gobernantes, sino del reconocimiento de que su voracidad ha tenido éxito y que es necesario paliar -que no remediar- la creciente miseria y la grave crisis social que se registran en gran parte del mundo para que éstas no se reviertan sobre los países desarrollados, especialmente interesados en mantener a toda costa -así sea mediante el empobrecimiento generalizado del resto de la humanidad- la estabilidad de sus mercados y de sus niveles de bienestar.
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