PELIGROSA DEPENDENCIA
La Comisión de Agricultura de la Cámara de Diputados acaba de confirmar dramáticamente -como si ello fuese aún necesario- que con el Tratado de Libre Comercio de América del Norte la dependencia alimentaria de México se hizo casi total y es particularmente riesgosa. En efecto, casi el ciento por ciento de las importaciones de granos y oleaginosas que realiza el país provienen de nuestro vecino del norte, mientras que las exportaciones mexicanas -sobre todo de frutas y verduras- se dirigen al mismo socio comercial al cual, por otra parte, vendemos nuestro petróleo (que algún día se agotará) para poder compensar el déficit en la balanza comercial, ya que las importaciones de alimentos (sin hablar de las de mercancías y de insumos para la industria maquiladora) más que se duplicaron en sólo nueve años -desde 1990 hasta 1999-, al pasar de mil 830 millones de dólares en el primer año citado a 3 mil 946 millones en el último.
Si tenemos en cuenta que la dependencia de un solo cliente vendedor y comprador es sumamente peligrosa, pues reduce nuestra capacidad de negociación y, además, hace que sobre nuestra economía cuelgue la espada de Damocles del peligro de una crisis o de un enfriamiento en la economía de la cual dependemos, resulta evidente la necesidad y la urgencia de encontrar otras opciones.
Ahora bien, el Tratado de Libre Comercio con Europa no lo es porque la Unión Europea no tiene interés en comprometerse en ultramar, como acaba de demostrarlo con su cambio de política ante los países de Africa, el Caribe y el Pacífico, a los cuales les ha quitado casi todas las facilidades e incentivos de que gozaban anteriormente en el entonces Mercado Común Europeo. Por el contrario, la UE concentra sus capitales y sus inversiones en el reforzamiento de la ''fortaleza Europa'' frente a la competencia estadunidense y también en la ampliación del mercado europeo hacia el Este, en el ex bloque socialista de Europa oriental, en el que también compite con Washington.
Por consiguiente, si se desea tener una estrategia que supere el inmediatismo sexenal, no quedan sino dos caminos. El primero -establecer más y mejores acuerdos con los principales países sudamericanos, para reforzar la capacidad mutua de resistencia a una crisis mayor resultante de los problemas que podrían desatarse en Estados Unidos-, enfrenta la dificultad de la carencia de capitales estatales importantes, tanto en México como en los posibles socios latinoamericanos, para hacer las grandes inversiones en infraestructura y en servicios que aumenten la competitividad de nuestras economías y, además, choca con la falta de voluntad política de los gobiernos más librecambistas que el propio Banco Mundial, que esos países padecen. El segundo, en cambio, es más fácil y menos costoso: proteger la producción agrícola nacional, sobre todo de granos básicos, por razones sociales, de soberanía, de autosuficiencia alimentaria y de economía bien entendida. Siempre es mejor apostar al país que a una utópica inalterabilidad de la prosperidad ajena, esperando sólo que del cuerno de la abundancia norteño nos puedan seguir cayendo algunas migajas.
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