DESCOMPOSICION Y VIOLENCIA
La racha de homicidios y atentados en diversos puntos del país alcanzó ayer una cota escandalosa e indignante con los crímenes múltiples perpetrados en Sinaloa y Oaxaca. En el primer caso se han presentado diversas hipótesis iniciales para explicar la emboscada perpetrada en el municipio de Rosario, en la que fueron asesinados cuatro adultos y dos menores, además de un saldo de cuatro heridos: entre otras, una venganza de gavilleros contra sus denunciantes o una rencilla interfamiliar. En el segundo, en el que un matrimonio y uno de sus hijos fueron asesinados a cuchilladas en el interior de su vivienda, las autoridades locales han apuntado el posible móvil de una venganza relacionada con el narcotráfico.
Pero, independientemente de lo que establezcan las investigaciones en las horas y días sucesivos, no puede ignorarse el contexto y los precedentes de estos condenables homicidios múltiples. De alguna manera, en ambos el factor del narco hace sentir su presencia, incluso en lo ocurrido en Sinaloa, entidad en la que el trasiego de drogas es componente principal de la violencia crónica; adicionalmente, según los informes disponibles, la emboscada de Rosarito fue perpetrada con armas típicas del narcotráfico: fusiles de asalto AK-47 y AR-15.
En otro sentido, los crímenes referidos constituyen un hito trágico en la ola de ejecuciones y atentados que ocurren casi a diario en diversos puntos del territorio nacional; entre muchos otros, cabe recordar las muertes violentas del director de la Policía de Tijuana, en febrero, de dos periodistas en diversos puntos de la frontera, en las semanas pasadas, del oficial mayor de la PGR -quien se suicidó en esta capital el mes pasado-, de un comandante de la Policía Judicial Federal en Oaxaca, en abril, de tres agentes de la fiscalía antidrogas en La Rumorosa, BC, así como el atentado que sufrió en la Ciudad de México el ex funcionario de la PGR, Cuauhtémoc Herrera, actualmente bajo arraigo por sospechas de haber servido a los narcos. A esta enumeración, que dista ser exhaustiva, tal vez haya que agregar el sospechoso accidente en el que murió ayer, en Oaxaca, un agente del MP Federal que investigaba uno de los homicidios referidos.
Finalmente, esta secuencia exasperante de hechos de sangre se desarrolla en torno a dos ejes simétricos e inocultables: el fortaleci- miento de la delincuencia organizada en todas sus manifestaciones, la cual exhibe grados organizativos y poder de fuego siempre crecientes, y la también creciente descomposición de las instituciones encargadas de procurar justicia y combatir el delito. En este sentido, cabe dudar que los "hechos de corrupción, traición, indiferencia e ineficacia" en el marco de tales instituciones, y a los que se refirió ayer el titular de la PGR, Jorge Madrazo Cuéllar, en la ceremonia luctuosa de los agentes asesinados recientemente en La Rumorosa, sean episodios aislados: por desgracia, todo parece indicar que no son ya la excepción, sino la norma. Ante esta perspectiva alarmante, la sociedad no debe permanecer indiferente.
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