COLOMBIA: LA VOLUNTAD DE PAZ
El inicio de un proceso de negociación entre el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y el gobierno colombiano, encabezado por Andrés Pastrana, es un hecho auspicioso que ratifica la voluntad de paz de que han dado muestra, desde hace año y medio, las autoridades de Santafé de Bogotá. Este nuevo esfuerzo pacificador se suma al que persiste, pese a todos los obstáculos, entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), la organización guerrillera más antigua del continente.
Los procesos referidos resultan particularmente meritorios si se toman en cuenta la existencia y la beligerancia de múltiples sectores e intereses opuestos a la paz en Colombia, los cuales han intentado torpedear -a veces con éxito- las gestiones de desarme.
Hace unas semanas, una mujer fue atrozmente asesinada en una región rural colombiana mediante un dispositivo lleno de explosivos que le fue fijado en el cuello, y la autoría del crimen fue atribuida de inmediato a las FARC. El presidente Pastrana suspendió de inmediato las actividades de la agenda de negociación, pero unos días más tarde hubo de rendirse a la evidencia de que el homicidio había sido una provocación orientada, precisamente, a descarrilar el proceso pacificador, cuyo programa fue restablecido de inmediato por orden presidencial.
Ayer, en otro intento de sabotaje de la negociación, el senador conservador Enrique Gómez Hurtado acusó al gobierno de "entregarle la soberanía nacional" a las FARC, a las que acusó de cometer sistemáticas violaciones a los derechos humanos en la región desmilitarizada que controla. Pero Pastrana, lejos de prestar oídos a esa declaración provocadora, prorrogó por otros seis meses el estatuto de los territorios de despliegue de organización guerrillera.
En términos políticos, el inicio de la negociación con el ELN habrá de ser, si cabe, más arduo de lo que ha sido el trato con las FARC. Ha de considerarse que el primero de esos grupos insurgentes tiene fama pública de perpetrar actos terroristas y cometer atentados que provocan, además de daños humanos, desastres ambientales.
Pero, independientemente de lo verídico de tales señalamientos, el ELN es síntoma, al igual que las FARC, de conflictos sociales profundos que es preciso atender y resolver, y el primer paso obligado en esa dirección es poner fin a la guerra, una de las muchas que se libran en Colombia.
En el contexto referido, la voluntad de paz de Pastrana, quien se ha mostrado resuelto a cargar con todos los costos políticos que sea necesario para pacificar su país, es ejemplar y digna de encomio. Cabe esperar, por el bien de los colombianos y de todos los países de América Latina, que el tiempo le dé la razón frente a sus críticos.
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