PINOCHET VS. ALLENDE: 27 AÑOS
El recuerdo del 11 de septiembre de 1973 sigue siendo doloroso e indignante para varias generaciones de latinoamericanos. Ese día, la soldadesca comandada por Augusto Pinochet, con el respaldo activo de Estados Unidos, se sublevó contra el gobierno constitucional del presidente Salvador Allende, bombardeó el palacio presidencial de La Moneda, acabó con las instituciones democráticas chilenas y comenzó una dictadura sangrienta que habría de durar 17 años. La tiranía pinochetista así instaurada no fue la única ni la más prolongada, y ni siquiera la más sanguinaria, de las que se entronizaron en América Latina en la séptima década del siglo XX. Sin embargo, a Pinochet y a sus cómplices les tocó la triste distinción de convertirse en paradigma de la infamia castrense que asoló el subcontinente y pasaron a la historia como los gorilas por excelencia.
El paulatino retorno de las naciones del Cono Sur, entre las décadas antepasada y pasada, a regímenes democráticos formales, no acabó con la pesadilla del terror. En todos los casos, las democracias restauradas hubieron de tolerar la impunidad de los genocidas de antaño; los dictadores militares uruguayos, bolivianos y brasileños no fueron nunca llevados a juicio por sus crímenes; en Argentina, donde se iniciaron procesos penales contra los cabecillas de las juntas militares, las leyes de Punto Final y de Obediencia Debida dejaron trunca la acción de la justicia. Pero el caso más agraviante era Chile, en donde el pinochetismo impuso una constitución que garantizó a sus líderes y operadores toda la impunidad necesaria, les reservó espacios de poder injustificados e importantes canonjías económicas en las que pronto se evidenció la corrupción castrense y, el colmo, les otorgó escaños -vitalicios o no-- en el parlamento.
Desde 1990, año del retorno del poder civil, hasta 1998, pareció que la institucionalidad política chilena habría de desempeñarse por tiempo indefinido como una democracia secuestrada y maniatada por sus antecesores en el poder. Pero el arresto de Pinochet en Londres alteró súbitamente ese panorama y, desde entonces, la sociedad chilena ha protagonizado grandes avances en la necesaria revisión de su pasado y hacia la impartición de justicia para el ex dictador.
A 27 años del golpe militar de 1973, la historia ha colocado al vencido y el vencedor de entonces en los sitios que les corresponde: Salvador Allende es un mártir de la democracia y del desarrollo social y nacional, y Pinochet es un procesado penal y un apestado político sin más perspectivas que proseguir su vergonzosa e incierta batalla legal para eludir la justicia o morirse de viejo.
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