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México, D.F. jueves 28 de septiembre de 2000
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Editorial

DILEMAS DE LA OPEP

SOL La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) realiza en la capital venezolana su más sólido intento, en tres décadas, por lograr coherencia interna y recuperar su evanescente función de controladora y estabilizadora del mercado petrolero. La reunión de Caracas, que agrupa a casi todos los mandatarios de los países miembros, así como a observadores de otras naciones productoras de hidrocarburos -la nuestra entre ellas-, debe enfrentar, sin embargo, severos obstáculos para lograr tales propósitos.

El primero de ellos es la manifiesta heterogeneidad de los integrantes del cártel, cuando no la abierta enemistad entre algunos de ellos -Irak y Kuwait, por ejemplo-; en Caracas se sientan a la mesa representantes de naciones con economías muy diversas: los reinos petroleros del Golfo Pérsico, como Arabia Saudita y el propio Kuwait, son países apegados a los rasgos más arcaicos del Islam que, adicionalmente, nadan en la abundancia; en ellos, los pobres son invariablemente trabajadores extranjeros; Nigeria o la propia Venezuela, en cambio, tienen mayorías poblacionales en situación de pobreza o de miseria, y son, al mismo tiempo, sociedades más abiertas a las realidades del mundo contemporáneo. Con todo, el obstáculo más grave para concertar estrategias comunes es que los integrantes de la OPEP son, a fin de cuentas, rivales comerciales natos. Cuando varios de ellos se han puesto de acuerdo para restringir la oferta de crudo, no falta el oportunista que aprovecha la coyuntura para incrementar sus exportaciones petroleras.

Por otra parte, es claro que varios gobiernos desean utilizar la cumbre de la OPEP como caja de resonancia de sus propios intereses políticos; tal es el caso de Irak, que ha hallado en la reunión una circunstancia propicia para clamar por el fin del embargo de la ONU, vigente desde su invasión a Kuwait, o del propio anfitrión, el presidente Hugo Chávez, quien ha encontrado en la organización petrolera un escaparate para su propia oferta de liderazgo.

Un tercer problema, acaso el más grave para la OPEP, es la manifiesta declinación de su capacidad de control del mercado. Un dato inequívoco de este declive es que el reciente anuncio del presidente estadunidense, Bill Clinton, en el sentido de que volcaría al mercado de hidrocarburos parte de la reserva estratégica de su país, tuvo un efecto moderador de los precios mucho más rápido y profundo que la medida adoptada por el cártel, en marzo pasado, de incrementar su bombeo de petróleo en 800 mil barriles diarios.

En este contexto de estrechos márgenes de acción, no ha sido ni será fácil encontrar acuerdos sólidos, específicos y durables. Uno de los pocos puntos destacables de consenso es el reproche a los grandes consumidores de petróleo -Estados Unidos y la Unión Europea, en primer lugar- por su responsabilidad en la actual carestía energética y, en particular, por los elevadísimos impuestos a la gasolina; tales políticas fiscales no sólo desalientan el consumo, sino que dan pie a una circunstancia paradójica: algunos Estados europeos ganan hasta cuatro veces más con sus gravámenes al petróleo que los países que lo venden.

Finalmente, la OPEP enfrenta un dilema crucial: si pretende subsistir, mantenerse y consolidarse como factor de control y equilibrio en el mercado, está obligada, en la presente circunstancia, a adoptar medidas efectivas de disminución de los precios petroleros; en suma, los países miembros deben mostrar su disposición a percibir menores ingresos en el corto plazo, a fin de evitar una brusca caída de las cotizaciones en el próximo ciclo del mercado.


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