LAS CONSECUENCIAS DE UNA ELECCION INDIRECTA
La reñida contienda por la presidencia de Estados
Unidos ha sacado a la luz los peculiares métodos del sistema electoral
del país que se jacta de ser ejemplo de vida democrática.
Para ser presidente no hace falta conquistar la mayoría de los votos
directos, tan sólo es necesario obtener 270 sufragios del Colegio
Electoral.
Con este sistema, un candidato puede resultar presidente
sin contar con el respaldo mayoritario del voto popular. Así sucedió
en 1888, cuando el republicano Benjamin Harrison obtuvo 95 mil 713 sufragios
menos que su adversario, Grover Cleveland, y fue presidente gracias a que
la distribución de sus votos le otorgaba la mayoría en el
Colegio Electoral.
En esta elección, el hoy candidato republicano,
George W. Bush, aventaja al vicepresidente demócrata Al Gore por
una mínima diferencia y el nombre del próximo presidente
se sabrá hasta el 17 de noviembre, cuando se den a conocer los resultados
del último recuento de votos en Florida. De este escrutinio dependen
los 25 votos correspondientes a Florida en el Colegio Electoral.
El retrasado anuncio oficial está generando una
crisis política ante la incertidumbre de no saber quién será
el sucesor de Bill Clinton. Aparentemente, lo normal hubiera sido que para
estas alturas, y con el fin de que la crisis no se agrave, el candidato
en desventaja ?Gore en este caso? se declare perdedor y permita que su
oponente, el más favorecido, se proclame presidente.
La clase política estadunidense sabe que una crisis
política, peor aún si se trata de credibilidad electoral,
puede tener serias repercusiones tanto en materia de gobernabilidad (¿un
presidente proclamado de manera ilegítima?), como en el ámbito
internacional. Sin más, Estados Unidos, país que otorga las
credenciales democráticas en el mundo, no puede permitir que se
cuestionen sus procesos electorales.
Contra esta idea, Al Gore se ha mantenido firme en la
contienda y, apoyado en el derecho de impugnar los resultados, presentó
ocho demandas con la intención de que un juez sentencie que las
elecciones en Palm Beach (polémica por el confuso diseño
de las papeletas) y otros condados se repitan. De proceder estas demandas,
la incertidumbre se podría extender durante semanas y, por consecuencia,
la crisis política se agravaría.
Por otro lado, si Gore aceptara su derrota antes de que
finalice el escrutinio en Florida, el presidente entrante, Bush, podría
cargar con una losa de dudas sobre el resultado. En ambos casos, se augura
un déficit político para el vencedor.
Sea Bush o Gore, el 20 de enero debe tomar posesión
el nuevo presidente de Estados Unidos. Mientras tanto, habrá que
ver si Gore se mantiene firme hasta las últimas consecuencias o
acepta su derrota por el bien de la cuestionada democracia estadunidense.
Ya después, los ciudadanos podrán analizar
con calma la viabilidad democrática de su peculiar sistema electoral. |