GUERRA CONTRA LAS MAFIAS
Las acciones emprendidas ayer por el gobierno capitalino
contra el robo de recursos fiscales en la Tesorería del Distrito
Federal --en el que podrían estar involucrados entre 50 y cien empleados
de confianza en distintas oficinas tributarias-- constituyen una expresión
clara de la resolución de la nueva administración urbana
ante las mafias que permanecen enquistadas en diversas oficinas públicas,
y cuya erradicación iniciaron las autoridades anteriores, las cuales
promovieron, en los últimos dos años, más de 750 denuncias
penales por desvíos de fondos en esa dependencia.
De acuerdo con la información ofrecida ayer por
el propio Andrés Manuel López Obrador, su equipo de colaboradores
detectó, desde antes de su toma de posesión, la falsificación
de comprobantes de pago de tenencia automotriz, impuesto predial y servicio
de agua. Los cobros así realizados, en vez de destinarse a las arcas
públicas, fueron a parar a cuentas bancarias particulares.
Esta práctica de robo burdo de los impuestos ciudadanos
es un botón de muestra de la corrupción que impera en todos
los niveles de la administración pública --el municipal y
el federal incluidos--, corrupción que, a su vez, permite entender
el descrédito de las instituciones ante la población y la
generalizada noción de que una parte incuantificable de las obligaciones
fiscales, en vez de ser utilizada en el funcionamiento del aparato gubernamental,
engorda los bolsillos de funcionarios de todos los niveles.
Para ilustrar esta circunstancia agraviante y vergonzosa,
cabe recordar que, también ayer, el secretario de Hacienda, Francisco
Gil Díaz, informó que sólo en una de las direcciones
de área de la dependencia a su cargo, las nuevas autoridades detectaron
a 300 "aviadores"; es decir, individuos que cobran un salario sin realizar
función alguna. Esa clase de contratación fraudulenta, por
medio de la cual generaciones de funcionarios han pagado favores o han
destinado dinero público a amigos o parientes, es otra clara expresión
de la corrupción imperante tras siete décadas de gobiernos
priístas.
Por lo que se refiere a las prácticas delictivas
descubiertas en la Tesorería del Distrito Federal, es clara la necesidad
de su esclarecimiento pleno y de una investigación que llegue a
fondo y hasta los más altos responsables de ese robo a las finanzas
de la urbe. Más aún, la sociedad capitalina debe mantenerse,
como lo pidió el jefe de Gobierno en su mensaje de toma de posesión,
atenta y vigilante de los destinos de su propio dinero. Ello implica rechazar
documentación comprobatoria que resulte sospechosa, denunciarla,
y exigir rigurosamente comprobantes regulares de sus pagos.
Todo hace pensar que no será, este, el último
descubrimiento de desvíos y hurtos de fondos públicos, porque
las mafias están enquistadas en muchas otras áreas de la
administración urbana y del aparato gubernamental en general. Ciertamente,
las investigaciones por venir --y cabe esperar que se emprendan en la Federación
con la misma prestancia que en la capital-- no podrían considerarse
una "cacería de brujas", sino la obligada procuración de
justicia contra malos servidores públicos. |