EL PASTOR DE LA MUERTE
La creciente ola de actos violentos en los que un sujeto
armado arremete a balazos contra grupos de empleados de una compañía
se ha convertido en una suerte de fantasma fuera de control que amenaza
todos los días --sin distinción ni aviso alguno-- a la sociedad
estadunidense. Armado con un rifle de asalto AK-47, una escopeta y una
pistola semiautomática, Michael McDermott, de 42 años, irrumpió
ayer en el edificio de oficinas donde trabajaba, en Wakefield, Massachussets,
y asesinó a siete de sus compañeros.
Llama la atención que este tipo de fatalidades
sucedan, con mayor frecuencia, en un país donde los ciudadanos tienen
el derecho a comprar y portar armas de fuego. En un país donde la
influencia de los grupos más conservadores avala y promueve la aplicación
discrecional de la violencia --siempre el sistema legal puede girar en
su favor--, ya sea en el caso de un indocumentado que penetra a un rancho
en Arizona, o en una simple reacción de defensa propia, sobre todo
si en el acto están involucrados una persona de color o un latino.
Precisamente bajo la presión de estos grupos ultraconservadores,
relacionados con la derecha más radical del Partido Republicano,
fue que el presidente electo George W. Bush concedió el nombramiento
de John Ashcroft como fiscal general de Estados Unidos. Ashcroft, cristiano
devoto que sataniza el alcohol, el cigarro y el baile, es conocido por
su activismo antilaboralista, por su defensa al derecho a portar armas
y mantener la pena de muerte, y su posición amarrada en contra del
aborto.
Como era de esperarse, la decisión de Bush causó
el repudio de diversas organizaciones de defensa de los derechos civiles
de las minorías, mismas que advierten una intensa campaña
para evitar la aprobación del nombramiento. En contraste, el anuncio
fue bien recibido por la derecha republicana, que había venido exigiendo
mayores posiciones, bajo amenazas de división y ruptura en el partido.
Las concesiones políticas de Bush, específicamente
en el caso de Ashcroft, pueden resultarle contraproducentes en términos
de influencia ideológica en la impartición de la justicia.
Facilitar --aún más-- los medios para que los ciudadanos
se armen y dar soporte legal a hechos violentos en contra de las minorías
es un escenario previsible con un ultraconservador a cargo de la fiscalía.
Ante una sociedad como la estadunidense, que se ha distinguido
en los años recientes --según lo reveló un estudio
de la Universidad de Harvard-- por su apatía cívica y su
desinterés ante las decisiones políticas, la derecha radical
del Partido Republicano encuentra en la administración que encabezará
Bush un campo fértil para imponer sus convicciones. Tentaciones
que pueden transgredir la impartición de justicia con decisiones
discrecionales. Para Ashcroft bailar es un ofensa a Dios, pero dictar una
sentencia capital es... tener mano dura con los descarriados. |