PENALES: EL TAMAÑO DEL INFIERNO
La
grave crisis del sistema carcelario en el país es expresión
de una problemática vasta, que incluye la corrupción, la
violación de derechos humanos como práctica regular, la infiltración
de las instituciones por parte de la delincuencia organizada y los vicios
que vienen arrastrando las instituciones de seguridad pública y
procuración de justicia en el país.
Así ha quedado de manifiesto, a raíz de
la fuga del narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, El Chapo,
del penal de Puente Grande. A manera de confirmación, ayer se produjo
otra evasión, esta vez de dos internos de Almoloyita, acusados de
delitos contra la salud, que eran trasladados de los juzgados penales de
Toluca a ese centro de reclusión.
El presidente de la Comisión Nacional de Derechos
Humanos (CNDH), José Luis Soberanes, presentó un panorama
alarmante de tal situación, al rendir su informe de labores ayer,
ante el Senado de la República. En su alocución, el ombudsman
destacó no sólo las irregularidades operativas que ocurren
en las cárceles --especialmente en Puente Grande, que es un supuesto
centro de reclusión de "alta seguridad"-- sino el descuido --por
decir lo menos-- de las autoridades federales de Seguridad Pública
y Gobernación ante las circunstancias que hicieron posible la fuga
del delincuente referido.
La conclusión que puede resultar de la comparecencia
de Soberanes, así como de informes sobre la presente situación
legal de El Chapo Guzmán --sobre quien hasta el momento no pesa
orden alguna de aprehensió--, es que existe una inaceptable y peligrosa
falta de coordinación y de eficiencia en las dependencias federales
y estatales de seguridad pública, procuración de justicia
y prevención y readaptación social, que se remonta a la administración
de Ernesto Zedillo y que dista de haber sido corregida por el actual gobierno.
Para colmo, algunos indicios señalan que, en el
curso de las diligencias posteriores a la fuga de El Chapo, la Procuraduría
General de la República (PGR) quebrantó las garantías
individuales de los 71 empleados de Puente Grande hasta ahora detenidos
por su presunta vinculación en la evasión. Es inadmisible,
a este respecto, que en esa dependencia siga recurriéndose a las
prácticas repudiables e ilegales de siempre, como si nada hubiera
cambiado en el país desde el 2 de julio del año pasado.
Esa aparente continuidad de los vicios institucionales
tradicionales defrauda el mandato ciudadano que sacó al PRI del
poder con la esperanza de un cambio real en las maneras de gobernar.
Por lo demás, es evidente que la presente ofensiva
del crimen organizado --y especialmente, del narcotráfico-- contra
el Estado y contra la sociedad no puede enfrentarse en las condiciones
de descontrol y caos que afectan a las instancias de prevención
y readaptación, de seguridad y de procuración de justicia.
Es impostergable, por ello, que los más altos funcionarios
de esas áreas, así como sus antecesores zedillistas, sean
llamados a rendir cuentas por el Congreso de la Unión o, en su caso,
por la propia PGR.
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