EL DILEMA DE PEMEX
Al incorporar ayer a connotados empresarios del país
al Consejo de Administración de Pemex, el presidente Vicente Fox
planteó que esa medida tiene como propósito modernizar la
paraestatal y hacerla más eficiente, transparente y competitiva,
introduciendo en ella una visión empresarial.
El mandatario reiteró que el afán de reestructurar
la empresa no se contrapone con la preservación del petróleo
como propiedad de la nación, ni con la conservación de la
industria respectiva como entidad pública. En otros términos,
debe tomarse nota de la garantía presidencial de que los nombramientos
referidos no constituyen, en ningún sentido, un prefacio a la privatización
de Pemex; a lo largo del actual sexenio, la sociedad habrá de tener
muy presente tal promesa.
Ciertamente, la paraestatal requiere con urgencia de técnicas
gerenciales y de talento financiero para hacerla eficiente, competitiva
y rentable, y los nuevos integrantes de su Consejo de Administración
?Carlos Slim, Lorenzo Zambrano, Alfonso Romo y Rogelio Rebolledo? pueden
desempeñar un papel positivo en esta perspectiva.
Sin embargo, y sin prejuzgar negativamente la capacidad
de los nuevos consejeros, la incorporación de empresarios a Petróleos
Mexicanos no garantiza, por sí misma, una organización sana
y eficaz. En sus tiempos, José López Portillo encomendó
la dirección de la paraestatal a Jorge Díaz Serrano, y el
nombramiento fue justificado con base en la trayectoria y experiencia empresarial
del designado en el ramo petrolero; sin embargo, la administración
de Díaz Serrano pasó a la historia con fama pública
de corrupta, derrochadora e incapaz.
Más allá de estas consideraciones, es claro
que la paraestatal no debe seguir sometida al saqueo fiscal de que ha venido
siendo objeto, toda vez que ello pone en severo peligro su existencia.
Hasta ahora, y desde principios de los años ochenta, el gobierno
ha echado mano sin límite ni medida de los recursos provenientes
de las exportaciones petroleras sin invertir lo necesario en la prospección
ni en la renovación de la planta instalada, mucha de la cual se
encuentra, hoy en día, en calidad de chatarra. En los inicios del
sexenio de Ernesto Zedillo, y en el contexto de la crisis provocada por
el error de diciembre, se llegó al colmo de hipotecar las ventas
futuras de crudo, como garantía de pago de los préstamos
de emergencia otorgados en esa coyuntura por Estados Unidos. En este sentido,
Pemex no sólo ha sido vista como la caja grande de los últimos
gobiernos priístas, sino también como la caja negra, habida
cuenta de la incontrolada corrupción que se ha desarrollado en la
paraestatal. Hasta la fecha, en suma, la empresa petrolera ha padecido
una actitud depredadora similar a la que llevó al colapso al sistema
ferroviario de la nación, el cual fue sobreexplotado por décadas
sin recibir, a cambio, las inversiones que requería para su mantenimiento,
renovación y expansión.
Se ha señalado, en el espíritu de contrarrestar
tal situación, la necesidad de dotar a Pemex de autonomía
para fijar sus márgenes de reinversión, así como de
darle un trato fiscal similar al de una empresa privada, y los señalamientos
presidenciales de ayer apuntan en esa dirección ciertamente saludable.
Sin embargo, cabe preguntarse si tal reconversión
es posible en el marco de los compromisos legados por el régimen
de Zedillo y con el poco margen del erario en el momento presente. Para
despejar esa duda, las autoridades debieran explicar con claridad de qué
manera y con qué recursos va a sanearse Petróleos Mexicanos
sin causar, con ello, un considerable hueco ?la tercera parte de los ingresos
fiscales, para ser precisos? en el presupuesto. |