¿TRIUNFA LA INTOLERANCIA?
Ante el menosprecio, la arrogancia y la cerrazón de
los dirigentes legislativos, la delegación de líderes zapatistas
que se encuentra en la capital de la República desde hace una semana
anunció ayer su regreso a Chiapas, así como la disposición
del EZLN a proseguir en la búsqueda de "espacios incluyentes para
la participación de todos los que desean un México verdaderamente
nuevo" y de "alternativas para alcanzar la ley indígena". La reacción
de los alzados es sorpresiva pero comprensible, habida cuenta que, desde
mediados de enero de 1994, su organización ha tratado, por diversas
vías, de encontrar caminos de participación cívica
pacífica y legal y, al mismo tiempo, de construir términos
dignos de integración de los pueblos indígenas en la institucionalidad
nacional y que, desde entonces, el poder público les ha cerrado
toda posibilidad en esos sentidos.
La llegada de Vicente Fox a la Presidencia y el envío
de la iniciativa de la Cocopa al Legislativo por parte del nuevo mandatario
abrieron una valiosa oportunidad para sentar las bases de solución
al conflicto; así lo entendieron los zapatistas y actuaron en consecuencia,
al anunciar que su directiva viajaría a la ciudad de México
para pugnar, ante el Congreso, por la aprobación de esa iniciativa,
rechazada por Ernesto Zedillo y congelada por las dos pasadas legislaturas.
En su marcha a la capital, a su paso por algunas de las zonas indígenas
más marginadas del país, y durante su presencia en el Congreso
Nacional Indígena, realizado en Nurio, Michoacán, los comandantes
rebeldes se convirtieron en depositarios de una indudable representatividad
indígena, y con ella llegaron a la ciudad de México.
Pero en el Distrito Federal no sólo los esperaba
un amplio y clamoroso reconocimiento por parte de grandes sectores sociales,
sino también la hostilidad, la intolerancia y la soberbia de intereses
políticos y económicos contrarios al establecimiento de un
nuevo estatuto de dignidad y justicia para los indígenas del país
y que ocupan, por desgracia, la mayor parte de las posiciones clave en
el Congreso de la Unión y no pocas en el Ejecutivo. Pronto se hizo
evidente la determinación de esos intereses, y de quienes los representan,
de reventar la presente oportunidad de pacificación y reconciliación
nacional abierta por el cambio de gobierno y por la voluntad de paz de
los zapatistas.
Es inocultable que, en el estrechamiento de esas perspectivas,
ha desempeñado un papel importante el incumplimiento parcial del
presidente Fox a las tres condiciones planteadas por los indígenas
rebeldes para reactivar el diálogo con el Ejecutivo federal, el
cual pretendió guardar como improcedentes cartas de negociación
tres de las siete posiciones militares en la zona de conflicto y cuyo desmantelamiento
reclaman los zapatistas.
Resulta alarmante constatar con cuánta precisión
responde este Legislativo, uncido a las visiones oligárquicas, caciquiles
y racistas de los jefes de las bancadas mayoritarias, a la frase que el
propio Fox formuló el pasado 5 de febrero: "Tenemos --dijo entonces--
una sociedad democrática y muchas instituciones autoritarias".
Los dirigentes rebeldes fijaron su regreso a Chiapas para
el viernes próximo. Las horas que siguen serán determinantes
para que la sociedad se movilice en demanda de una mínima flexibilidad
por parte de los legisladores, impedir, de esa manera, que se pierda la
presente oportunidad de paz --la más sólida y esperanzadora
desde 1996-- y convencer a los sectores dominantes de la clase política
nacional de la necesidad de escuchar sin regateos ni humillaciones a los
representantes indígenas. Está en juego, en estos momentos,
la viabilidad de la convivencia pacífica entre mexicanos y la perspectiva
de un país sin excluidos. |