REFORMA FISCAL
La reforma fiscal es un tema de la mayor relevancia para
el país que ocupará a los legisladores a partir de la próxima
semana, cuando el Ejecutivo, por medio de la Secretaría de Hacienda,
haga llegar su propuesta de reforma a la hacienda pública al Congreso
de la Unión.
Si bien es una necesidad impulsar por consenso la reforma
fiscal integral que permita ampliar la base de contribuyentes, simplifique
los procesos tributarios y favorezca el crecimiento económico, también
es primordial analizar el contenido e impacto social de la propuesta del
Ejecutivo, en tanto que los más afectados por las cargas tributarias
han sido, por tradición, los que menos tienen.
Las autoridades hacendarias se empeñan en defender
la propuesta que presentarán al Congreso en la lógica de
los beneficios macroeconómicos, atracción de capitales, estabilidad
y finanzas sanas -discurso que no es nuevo- y alertan sobre los escenarios
oscuros que pesarían sobre la economía de no aprobarse la
reforma en los términos en que la presentan.
En contraparte, algunos especialistas advierten sobre
el impacto económico que produciría, por ejemplo, la aplicación
del IVA a los alimentos y medicinas, medida que, aseguran, afectaría
sensiblemente el ya de por si escaso y paupérrimo presupuesto del
80 por ciento de las familias mexicanas, en tanto que las familias de mayores
ingresos no resentirían el impuesto proyectado.
También se han escuchado voces de la iniciativa
privada como la de Raymundo Winkler, del Centro de Estudios Económicos
del Sector Privado (CEESP), quien considera prudente la aplicación
de una tasa generalizada para el IVA y estima que el impuesto sobre la
renta (ISR) debería ser menor al 32 por ciento.
La reforma fiscal, no cabe duda, es indispensable, pero
es necesario ampliar el debate, desarrollarlo, antes de aprobar un proyecto
que mantenga la antigua política de gravar más a los que
menos tienen. Si en verdad se pretende crear una reforma integral que genere
beneficios en común, la discusión en el Congreso, sobre todo
por parte de quienes defienden la propuesta del Ejecutivo, debe superar
las advertencias de crisis, los tecnicismos fiscales y las elocuencias
económicas. En el centro del debate deben estar las personas, las
familias, la sociedad, que no son cifras y mucho menos simples y llanos
objetos de recaudación.
Los discursos, las formas y las posiciones partidistas
son parte inherente al debate político; siempre lo enriquecen, pero
hay asuntos de fondo que exigen un mayor compromiso con la justicia social.
La reforma fiscal es uno de estos temas que merece aterrizar los acuerdos
y las decisiones legislativas en beneficio de todos los mexicanos, empezando
por los más desfavorecidos, a los que se les pretende cobrar un
impuesto por medicinas para curar enfermedades recurrentes como diarreas,
fiebres o pulmonías.
Está en el Congreso de la Unión la posibilidad
de decidir entre un modelo de recaudación tributaria acorde con
la realidad social y económica del país, o uno que se mantenga
en la abstracta lógica del discurso macroeconómico, que ha
generado más de 50 millones de pobres en el país.
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