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México, D.F. lunes 2 de abril de 2001 
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Editorial
 
 VIOLENCIA EN EL FUTBOL 

SOL El futbol, juego-espectáculo que mueve a millones de aficionados en todo el mundo y que debería ser una fiesta, está dando muestras de ser un desafío más cercano al de la guerra, el miedo y la inseguridad. Para ejemplo, lo sucedido ayer en el estadio Olímpico Universitario durante y despúes del clásico Pumas-América. 

Llama la atención que en la mayoría de estos desafortunados casos la culpa recaiga en el aficionado, en las barras bravas, la porra, o el desquiciado solitario que se vuelve indetectable entre la masa. Pero ¿quién se ha detenido a reflexionar qué hay detrás de estos actos violentos? 

En Latinoamérica no pasa un domingo sin nota roja en los noticiarios deportivos, ni un lunes sin que la prensa dedique un espacio al saldo que dejó la jornada. Un clásico Boca-River, en Buenos Aires, Argentina; o entre Colo-Colo y la Universidad Católica de Chile, en Santiago de Chile; o un Peñarol- Nacional, en Montevideo, Uruguay, no sólo registran los --ya normales para ellos-- hechos violentos en la tribuna, sino que transforman las calles y barrios de estas ciudades en verdaderos campos de batalla, en los que la afición, el ciudadano común, el transeúnte han sido víctimas de la pasión desbordada en barbarie de los grupos de seudoaficionados. Y qué decir de algunos países europeos como Inglaterra, Italia o Rusia, donde hace unos días acabamos de presenciar un lamentable incidente en la tribuna de un estadio. 

En México, el futbol es el deporte más popular entre la población y afortunadamente la epidemia de la violencia no lo ha infectado como en otras latitudes. Pero hay varias luces de alerta que merecen una atención mucho más comprometida, que el simple deslinde de responsabilidades o la fácil atribución de los hechos a grupos vandálicos o a locos sin escrúpulos. 

Cuando aparece la violencia, los directivos de los clubes y de la federación, encargados de que el futbol sea --además de un negocio millonario-- un espectáculo de auténtico goce social, de sano esparcimiento, se limitan a culpar al aficionado. Para algunos, el único remedio es la represión o la mano dura en contra de los bárbaros desenfrenados que desprestigian y ponen en riesgo su jugoso negocio. La contradicción radica en que precisamente han sido ellos quienes, en ocasiones con el apoyo de los gobiernos estatales, han subvencionado a las porras que, por cierto, cada día son más peligrosas. 

La responsabilidad de que el futbol sea un espectáculo debe ser compartida. Tanto directivos como las barras deben ser los primeros en garantizar que así sea. También es cierto que hay grupos de vándalos que sólo van a los estadios a hacer desmanes, razón por la cual se tienen que mejorar los sistemas de vigilancia y seguridad en los estadios y sus alrededores. En el caso del estadio Olímpico Universitario --donde más problemas se están dando--, es competencia de las autoridades de la UNAM evitar que grupos ajenos a la institución afecten su imagen con este tipo de disturbios, ya que la violencia social --que en México poco tiene que ver con el juego del futbol-- encuentra en las manifestaciones populares los espacios idóneos para hacerse presente. 

En todo momento se deben reprobar las actitudes violentas ade los seudoaficionados, y es lamentable que sucedan este tipo de calamidades en torno a un deporte tan querido por los mexicanos. Es necesario que los altos directivos de los clubes de futbol afronten el problema con seriedad y no se limiten en culpar a terceros. Son ellos quienes, al ver únicamente por sus propios intereses --económicos, por supuesto--, más daño le están haciendo a nuestro balompié, y quienes están alejando cada vez más a la familia de los estadios.  ¿Por qué la violencia en el futbol, qué está pasando? La sociedad se merece una respuesta. Que el futbol sea el deporte que todos queremos, el del fair play dentro y fuera del estadio.

 

 

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