LA GUERRA Y LOS HALCONES
El gobierno que preside George W. Bush da muestras precoces
y preocupantes de sus actitudes en materia de defensa: en lo que va de
su administración, el actual gobierno ha ahondado la irritación
contra la Marina entre la población puertorriqueña que se
opone al uso de la isla de Vieques como polígono de tiro y campo
de entrenamiento; ha causado un riesgoso incidente con China, con lo que
las relaciones bilaterales con ese país asiático alcanzan
su nivel más ríspido en muchos años; para colmo, antier,
Bush anunció el inicio de los trabajos orientados a la creación
de un "escudo antimisiles", el cual supone el desconocimiento, por parte
de Washington, del tratado ABM (de limitación de misiles antibalísticos)
firmado en 1972 por Estados Unidos y la extinta Unión Soviética.
De esta manera, en escalas diversas y en puntos del planeta
muy distantes entre sí, empieza a expresarse el equipo de halcones
que acompaña a Bush en el poder y que, según diversos analistas,
en no pocos casos le evita al mandatario la tarea de tomar decisiones por
sí mismo.
A diferencia de los belicistas típicos de los tiempos
de la Guerra Fría, los actuales carecen de la experiencia personal
de la guerra --como se reseña en la contraportada de esta edición--,
lo que introduce el riesgo adicional de las determinaciones frívolas.
El más claro ejemplo de ello es el empeño
por revivir aquella olvidada Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE)
de la era de Reagan, que consistía en el desarrollo de una serie
de dispositivos de alta tecnología para impedir que Estados Unidos
fuera víctima de un ataque nuclear, y a la cual los medios denominaron
"Guerra de las Galaxias" por la inocultable dosis de ciencia ficción
que subyace en la concepción misma del proyecto.
Al igual que entonces, la idea del escudo antimisiles
sigue siendo tan incierta desde el punto de vista tecnológico como
irritante, desde el diplomático, para Rusia y China, en la medida
en que denota la alarmante búsqueda, por parte de Estados Unidos,
de una impunidad nuclear y constituye, por lo tanto, un gesto de hostilidad
inequívoco.
Por último, es preocupante que los halcones del
presidente Bush desconozcan lo que el sentido común podría
indicarles: que la forma más barata, segura y eficiente de impedir
un ataque con misiles balísticos es evitar, por medios políticos
y diplomáticos, el empleo de tales artefactos.
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