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México, D.F. domingo 6 de mayo de 2001 
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Editorial
  
PERDONEN LAS CRUZADAS... 

SOL Juan Pablo II, el Papa de Europa oriental, en su visita a Grecia acaba de pedir perdón a la iglesia cristiana de oriente (ortodoxa) por las Cruzadas, en particular por la primera, la segunda y la tercera, ordenadas y bendecidas por otros papas, y que se dedicaron a saquear el Imperio de Oriente, a conquistar Constantinopla, su capital, y a matar cuantos cristianos ortodoxos encontraron en su camino, para acumular riquezas y poder antes de atacar la Tierra Santa en manos del Islam (y de matar en Jerusalén indiscriminadamente a cuantos --cristianos, judíos o musulmanes-- se defendían del pillaje). 

Como se recordará, las Cruzadas en su momento y durante siglos fueron declaradas obras pías, redimieron supuestamente los pecados de los cruzados y fueron ocasión para nombrar santos a muchos de éstos. Ahora el Papa, aunque con unos siglos de retraso, condena los crímenes cometidos entonces en nombre de la fe cristiana contra otros cristianos y su gesto tiene un significado ético y político. 

Etico, porque es el último monarca por derecho divino que existe en la tierra quien condena, aunque sea a posteriori, el fundamentalismo, el fanatismo religioso, el fratricidio, así como el ansia de lucro que se esconde muy a menudo detrás de motivaciones supuestamente ideológicas. Esta condena es particularmente importante en el jefe de una iglesia que fue durante muchos siglos una gran potencia monárquica militar, que se apoyó en la Inquisición, a la que mantiene aún, aunque con otro nombre, así como mantiene el Index. 

Político, porque desde hace mucho el papa Karol Woytila, ante el retroceso del pensamiento religioso como resultado de la mundialización y de la consiguiente secularización de la vida cotidiana, combate el hedonismo del capital financiero y trata de oponerle un dique formado por el pool de todas las iglesias cristianas (protestantes, ortodoxas, católica) e incluso por un frente ecuménico con otras religiones monoteístas (Islam, judaísmo, budismo). 

Por eso intentó, en los años ochenta, celebrar el milenio del cristianismo en Europa, pero el derrumbe de la Unión Soviética de Gorbachiov alzó contra los católicos polacos, lituanos y ucraínos, el nacionalismo, con la utilización consiguiente de los patriarcas ortodoxos. Ahora intenta, pero por el mediterráneo oriental, un acuerdo con las iglesias amenazadas por el Islam turco, en Bosnia y Albania, o por Israel, en los territorios árabes ocupados o bombardeados a frecuentemente por Tel Aviv, y realiza un esfuerzo diplomático para obligar al gobierno de Ariel Sharon a cumplir con las resoluciones de las Naciones Unidas, y otro esfuerzo ecuménico paralelo para unir a las iglesias cristianas orientales, fuertes en Siria, Líbano y Palestina, con las ortodoxas de Grecia, Serbia y Chipre. 

Stalin le negaba importancia al Vaticano preguntando cuántas divisiones tenía el Papa. Pero Woytila, nacido en Polonia, vio pasar el stalinismo, al que ayudó a enterrar en su país, y conoce bien la importancia y el peso políticos de las ideologías, en primer lugar de la fe religiosa, sea en la tarea conservadora de la estabilidad política en un mundo convulsionado, sea en el combate contra la disgregación de los Estados (de cuya fuerza dependen muchos de los privilegios de las iglesias). 

Por eso, conocedor desde joven en su país del peso de los símbolos en política y de la acción propagandística, insiste en la consigna virtual de "cristianos del mundo, uníos" a costa, incluso, del principio de infalibilidad de sus antecesores y de la imagen de su propia organización eclesiástica. 

Juan Pablo II libra así, viejo, enfermo, una batalla contra el crecimiento del fundamentalismo islámico, hebreo y hasta cristiano en el campo de la religión y otra contra el pensamiento materialista salvaje y sin escrúpulos de la religión del capital, del Dios Mamón, del Becerro de Oro, como en tiempos precristianos. 

Es de esperar que los fundamentalistas que padecemos en casa aprendan de este hombre que, aunque tarde y mal, ya que lo hace a medias, no vacila en pedir perdón y en relativizar su pensamiento y su mensaje en nombre de la tolerancia, sin la cual no hay civilización posible.
 

 

 

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