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México, D.F. lunes 21 de mayo de 2001 
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Editorial
 
ISRAEL: TERRORISMO DE ESTADO 

SOL Los bombardeos aéreos lanzados en días recientes por el gobierno israelí contra diversas localidades de Gaza y Cisjordania, en represalia por un atentado dinamitero suicida perpetrado por un militante de la organización fundamentalista Hamas, constituyen una acción bárbara e injustificable que no conseguirá más que alimentar la escalada de violencia en Medio Oriente. 

Sin ningún espíritu de justificar la atrocidad del atentado dinamitero del viernes en Netania, debe considerarse que su autor, un joven palestino originario de Tulkarem, en la Cisjordania ocupada --como la generalidad de los que nutren las organizaciones terroristas palestinas--, es un producto típico de la exasperación generada en los territorios ocupados y en el conjunto de la sociedad palestina por la violenta ocupación militar israelí, por el cerco en que se ha mantenido por décadas a ciudades enteras, por las condiciones de miseria, marginación y discriminación en que subsisten sus poblaciones y por el desvanecimiento de esperanzas en torno a la recuperación de la patria perdida tras la constitución del Estado judío en el antiguo protectorado de Palestina. 

En tales circunstancias es evidente que, en el espíritu de garantizar una seguridad efectiva para la población israelí, la mejor actitud del gobierno de Tel Aviv tendría que ser el cese de toda provocación contra los palestinos --como el establecimiento de nuevos asentamientos de colonos judíos en tierras palestinas-- y la eliminación de las trabas y las mezquindades interpuestas por Israel a la construcción del Estado palestino. 

En cambio, el envío criminal de aviones y helicópteros de guerra --y cuya tecnología de punta asegura un terrible poder de devastación-- para masacrar civiles inermes o demoler oficinas de la incipiente, embrionaria y cercada Autoridad Nacional Palestina, no harán más que incrementar el número de viudas, de huérfanos, de mutilados y de personas sin hogar en el bando palestino. Con ello, el gobierno de Sharon no sólo se coloca en la misma lógica primitiva y bárbara de los integristas --aunque con medios bélicos y tecnológicos más caros y sofisticados--, sino que contribuye a sembrar nuevos terroristas: jóvenes palestinos con un rencor infinito, sin nada que perder y dispuestos al martirio islámico contra lo que es visto como el agresor, por más que los bombazos criminales de Hamas se cobren mayoritariamente vidas de civiles inocentes. 

El gobierno que preside Ariel Sharon comparte la responsabilidad por estos actos atroces con el presidente estadunidense, George W. Bush, no sólo porque Washington proveyó a Tel Aviv de los aviones F-16 y los helicópteros Apache empleados en las agresiones, sino porque el nuevo gobierno estadunidense decidió, hasta hace unos días, cerrar los ojos a la creciente confrontación entre Israel y los palestinos, y se desmarcó del papel de mediación adoptado por Estados Unidos ante ese conflicto a lo largo de la presidencia de William Clinton. Ahora, si la Casa Blanca pretende recuperar algún margen de autoridad y capacidad mediadora, está obligada a convencer a Sharon que deje de ponerse al mismo nivel mental y emocional que los líderes de Hamas, que se comporte como estadista y que renuncie al terrorismo de Estado.
 

 

 

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