ENFERMEDADES REALES Y SICOSIS
En
cualquier país, y particularmente en Estados Unidos, es posible
que una campaña de advertencia y prevención desate el gran
miedo, como en el siglo XVII, dada la ignorancia generalizada entre la
gente común sobre los temas científicos pero, al mismo tiempo,
también por la conciencia igualmente general de que son posibles
los usos más perversos de las tecnologías biológicas
y de que la ciencia misma muchas veces escapa al control de quienes esperan
utilizarla. Las mismas medidas de prevención contra el carbunclo
(o ántrax, para citar la terminología que utilizan los medios
electrónicos, que así se incorporan lingüísticamente
al país del norte del mismo modo que hablan de "norteamericanos"
al referirse a los estadunidenses) han provocado terror al correo, así
como la compra masiva de máscaras y antibióticos o la afluencia
generalizada a los hospitales para practicarse exámenes preventivos.
La inseguridad general resultante del terror --que por
eso lo es-- ha estimulado en Estados Unidos el temor al otro, el aumento
de la sensación de soledad, el terror cotidiano, todo lo cual constituye
una enfermedad mental colectiva --paranoia o sicosis de masa-- con sus
consecuencias inevitables como el aumento de la agresividad racista y de
la religiosidad fundamentalista, y la fuga hacia el espíritu bélico
que permite exorcizar el miedo sembrando muerte y destrucción entre
los otros.
Para colmo, en nuestro país, donde no existe el
peligro del carbunclo (que, por otra parte, puede ser curado con antibióticos
de fácil obtención) no han faltado los que, queriendo evitar
el pánico, lo alimentan al decir que no debe cundir sin motivos
concretos (con lo que motivan la sospecha de que quien da ese sano y justo
consejo sabe más de lo que dice y minimiza los riesgos para no asustar
a la mayoría). O, peor aún, los que --como muchos informantes--
quieren demostrar que México de alguna forma está involucrado
en la guerra del vecino, al grado tal de sufrir los mismos peligros y correr
el riesgo de las mismas enfermedades, una especie de necesidad de protagonismo
a como dé lugar.
En realidad, el peligro de una guerra bacteriológica
organizada por grupos de locos fanáticos, aunque no puede descartarse
a priori del mismo modo que no se puede descartar cualquier acto terrorista,
tiene escasas probabilidades de realizarse, dadas las dificultades logísticas
y técnicas que implica y que superan la capacidad de los esos eventuales
grupos.
Por consiguiente, si se esgrime ese espantajo, es lícito
pensar que se hace para aterrorizar a la población estadunidense
y mundial y hacerla retroceder a la vigencia de la ley del talión
y a la solidaridad tribal, justificando una guerra injustificable y haciendo
olvidar problemas reales como la recesión, los atentados contra
los derechos democráticos y la libertad de prensa en el país
mismo que se coloca como paladín de la democracia. El gran miedo
lleva al totalitarismo y al eclipse de la razón. Quienes lo secundan
y fomentan golpean la democracia, porque ésta no existe sin información
plena. Aquí, en nuestro país, tengamos prudencia, pues ya
es de por sí conflictiva y llena de incertidumbre la realidad sobre
nuestro desarrollo y nuestro crecimiento.
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