Espejo en Estados Unidos México, D.F. lunes 15 de octubre de 2001
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Editorial
 
ENFERMEDADES REALES Y SICOSIS 

SOLEn cualquier país, y particularmente en Estados Unidos, es posible que una campaña de advertencia y prevención desate el gran miedo, como en el siglo XVII, dada la ignorancia generalizada entre la gente común sobre los temas científicos pero, al mismo tiempo, también por la conciencia igualmente general de que son posibles los usos más perversos de las tecnologías biológicas y de que la ciencia misma muchas veces escapa al control de quienes esperan utilizarla. Las mismas medidas de prevención contra el carbunclo (o ántrax, para citar la terminología que utilizan los medios electrónicos, que así se incorporan lingüísticamente al país del norte del mismo modo que hablan de "norteamericanos" al referirse a los estadunidenses) han provocado terror al correo, así como la compra masiva de máscaras y antibióticos o la afluencia generalizada a los hospitales para practicarse exámenes preventivos. 

La inseguridad general resultante del terror --que por eso lo es-- ha estimulado en Estados Unidos el temor al otro, el aumento de la sensación de soledad, el terror cotidiano, todo lo cual constituye una enfermedad mental colectiva --paranoia o sicosis de masa-- con sus consecuencias inevitables como el aumento de la agresividad racista y de la religiosidad fundamentalista, y la fuga hacia el espíritu bélico que permite exorcizar el miedo sembrando muerte y destrucción entre los otros. 

Para colmo, en nuestro país, donde no existe el peligro del carbunclo (que, por otra parte, puede ser curado con antibióticos de fácil obtención) no han faltado los que, queriendo evitar el pánico, lo alimentan al decir que no debe cundir sin motivos concretos (con lo que motivan la sospecha de que quien da ese sano y justo consejo sabe más de lo que dice y minimiza los riesgos para no asustar a la mayoría). O, peor aún, los que --como muchos informantes-- quieren demostrar que México de alguna forma está involucrado en la guerra del vecino, al grado tal de sufrir los mismos peligros y correr el riesgo de las mismas enfermedades, una especie de necesidad de protagonismo a como dé lugar. 

En realidad, el peligro de una guerra bacteriológica organizada por grupos de locos fanáticos, aunque no puede descartarse a priori del mismo modo que no se puede descartar cualquier acto terrorista, tiene escasas probabilidades de realizarse, dadas las dificultades logísticas y técnicas que implica y que superan la capacidad de los esos eventuales grupos. 

Por consiguiente, si se esgrime ese espantajo, es lícito pensar que se hace para aterrorizar a la población estadunidense y mundial y hacerla retroceder a la vigencia de la ley del talión y a la solidaridad tribal, justificando una guerra injustificable y haciendo olvidar problemas reales como la recesión, los atentados contra los derechos democráticos y la libertad de prensa en el país mismo que se coloca como paladín de la democracia. El gran miedo lleva al totalitarismo y al eclipse de la razón. Quienes lo secundan y fomentan golpean la democracia, porque ésta no existe sin información plena. Aquí, en nuestro país, tengamos prudencia, pues ya es de por sí conflictiva y llena de incertidumbre la realidad sobre nuestro desarrollo y nuestro crecimiento.
 

 

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