EU: COARTADAS DE INMORALIDAD
No
deja de resultar irónico que ayer, mientras el presidente George
W. Bush acudía a la sede de la Cruz Roja en Washington, D.C., para
encomiar una campaña de beneficencia a favor de los niños
afganos, un almacén de medicinas de esa institución situado
en Kabul fuera blanco de bombas estadunidenses que lo destruyeron por error.
En todo caso, cada misil de crucero que Washington hace estallar en tierras
afganas, ya sea con mala o con buena puntería --valga decir, independientemente
de que caiga sobre instalaciones militares o sobre aldeas paupérrimas--
cuesta más que lo recaudado por el operativo de caridad que promueve
el ocupante de la Casa Blanca.
En esta guerra borrosa e injustificable, el afán
del gobierno estadunidense por adormecer la conciencia de su propia sociedad
y suavizar el juicio de la opinión pública internacional
genera otras paradojas crueles, como el hecho de que los paquetes de comida
lanzados a tontas y a locas sobre territorio afgano --práctica condenada
en términos inequívocos por la relatoría especial
de la ONU sobre el derecho a la alimentación-- tienen muchas más
posibilidades de acabar en manos de los efectivos armados talibanes que
de los habitantes civiles. Para colmo, según lo ha señalado
la organización Médicos sin Fronteras, el lanzamiento de
tales paquetes orilla a la gente más necesitada a internarse por
terrenos posiblemente minados.
Estas situaciones, en las que la devastación militar
de alta tecnología llega a grados extremos de absurdo y sinsentido,
ocurren tras repetidas informaciones sobre "daños colaterales" que
incluyen, además de muertes injustificables de civiles, la destrucción
de lo poco que quedaba de infraestructura de servicios en Afganistán
tras dos décadas de intervenciones militares extranjeras y guerras
civiles: de acuerdo con los datos disponibles, las redes de luz eléctrica,
comunicaciones y agua potable de Kabul y de las otras ciudades bombardeadas
por Estados Unidos han sido destruidas casi en su totalidad. Ello ocurre
en una nación arruinada, cuya población vive mayoritariamente
al borde del hambre o en la hambruna declarada.
Las coartadas de esta obra de destrucción son la
lucha contra el terrorismo, la justicia, la defensa de la libertad y la
democracia y la preservación de los valores occidentales. En los
panfletos que la aviación estadunidense arroja sobre el territorio
afgano puede leerse, además, que los agresores no tienen el propósito
de colonizar el país, sino de liberarlo de la tiranía de
los talibanes. No es el caso poner en duda que la facción dominante
en Kabul ha conformado un régimen oscurantista, fanático
y brutal; pero la acción bélica de Washington contra ese
desgraciado país de Asia Central no se queda atrás, y sería
trágico que las sociedades occidentales aceptaran acríticamente
la propaganda de Estados Unidos y terminaran por creerse sus coartadas.
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