Espejo en Estados Unidos México, D.F. miércoles 17 de octubre de 2001
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Editorial
 
EU: COARTADAS DE INMORALIDAD

SOLNo deja de resultar irónico que ayer, mientras el presidente George W. Bush acudía a la sede de la Cruz Roja en Washington, D.C., para encomiar una campaña de beneficencia a favor de los niños afganos, un almacén de medicinas de esa institución situado en Kabul fuera blanco de bombas estadunidenses que lo destruyeron por error. En todo caso, cada misil de crucero que Washington hace estallar en tierras afganas, ya sea con mala o con buena puntería --valga decir, independientemente de que caiga sobre instalaciones militares o sobre aldeas paupérrimas-- cuesta más que lo recaudado por el operativo de caridad que promueve el ocupante de la Casa Blanca.

En esta guerra borrosa e injustificable, el afán del gobierno estadunidense por adormecer la conciencia de su propia sociedad y suavizar el juicio de la opinión pública internacional genera otras paradojas crueles, como el hecho de que los paquetes de comida lanzados a tontas y a locas sobre territorio afgano --práctica condenada en términos inequívocos por la relatoría especial de la ONU sobre el derecho a la alimentación-- tienen muchas más posibilidades de acabar en manos de los efectivos armados talibanes que de los habitantes civiles. Para colmo, según lo ha señalado la organización Médicos sin Fronteras, el lanzamiento de tales paquetes orilla a la gente más necesitada a internarse por terrenos posiblemente minados.

Estas situaciones, en las que la devastación militar de alta tecnología llega a grados extremos de absurdo y sinsentido, ocurren tras repetidas informaciones sobre "daños colaterales" que incluyen, además de muertes injustificables de civiles, la destrucción de lo poco que quedaba de infraestructura de servicios en Afganistán tras dos décadas de intervenciones militares extranjeras y guerras civiles: de acuerdo con los datos disponibles, las redes de luz eléctrica, comunicaciones y agua potable de Kabul y de las otras ciudades bombardeadas por Estados Unidos han sido destruidas casi en su totalidad. Ello ocurre en una nación arruinada, cuya población vive mayoritariamente al borde del hambre o en la hambruna declarada.

Las coartadas de esta obra de destrucción son la lucha contra el terrorismo, la justicia, la defensa de la libertad y la democracia y la preservación de los valores occidentales. En los panfletos que la aviación estadunidense arroja sobre el territorio afgano puede leerse, además, que los agresores no tienen el propósito de colonizar el país, sino de liberarlo de la tiranía de los talibanes. No es el caso poner en duda que la facción dominante en Kabul ha conformado un régimen oscurantista, fanático y brutal; pero la acción bélica de Washington contra ese desgraciado país de Asia Central no se queda atrás, y sería trágico que las sociedades occidentales aceptaran acríticamente la propaganda de Estados Unidos y terminaran por creerse sus coartadas.
 

 

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