Tras los atentados del 11 de septiembre y la apresurada respuesta militar contra Afganistán, Estados Unidos vive, como no sucedía desde hacía muchos años, en un clima de vulnerabilidad e incertidumbre. Millones de estadunidenses viven temerosos ante la amenaza de nuevos ataques violentos o de verse contagiados por algún virus o bacteria mortal como el ántrax. 

El temor social se hace mayor si se considera que los servicios de inteligencia, en quienes hace apenas un par de meses la sociedad tenía depositada toda su confianza, no han logrado resolver los casos de bioterrorismo que diariamente aparecen en ese país, mismos que han llegado a las más altas esferas del gobierno como el Senado, la CIA o el Tribunal Supremo. 

Por otra parte, la sociedad estadunidense empieza a percibir que la ofensiva militar contra Afganistán no logra obtener con rapidez triunfos claros. Por segunda ocasión, las bombas inteligentes lanzadas por aviones de Estados Unidos sobre Kabul impactaron los almacenes del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), esos mismos que habían sido bombardeados el 16 de octubre y sobre los cuales se observaba una señal identificatoria del emblema de dicha institución. ¿Dos errores consecutivos sobre el mismo blanco? 

Las medidas adoptadas por Washington en la "guerra contra el terrorismo" han llegado al grado de pretender reorganizar la estructura de Internet con el fin de controlar las cuentas de correo electrónico, y se ha logrado aprobar una cuestionable ley antiterrorista que atenta contra los derechos civiles fundamentales. 

Llama la atención que una operación militar que lleva como lema la libertad, emplee en casa medidas que contradicen una larga tradición de libertad de palabra. La incursión militar no avanza como se esperaba, la sociedad vive atemorizada con la guerra bacteriológica y, por si fuera poco, las proyecciones económicas distan de ser alentadoras. 

A casi un mes de los primeros bombardeos contra Afganistán, resulta pertinente preguntarnos: ¿qué se está logrando con esta guerra?