LA PRECARIEDAD DE EU
La
caída del vuelo 587 de American Airlines --un Airbus A-300 que llevaba
255 personas a bordo-- sobre un barrio de Queens, Nueva York, ayer por
la mañana, se debió, de acuerdo con las apariencias y las
investigaciones preliminares, a un accidente. El trágico episodio
no estuvo relacionado, al parecer, con los atentados terroristas del 11
de septiembre ni con la campaña bélica que el gobierno de
Washington mantiene, desde hace más de un mes, contra Afganistán.
Sin embargo, el hecho puso en evidencia la enorme fragilidad en la que
se desarrolla, desde el mes antepasado, la vida cotidiana en Estados Unidos
y la crisis de credibilidad y confianza que vive el país vecino
a raíz de los ataques con aviones comerciales repletos de pasajeros,
estrellados --no se sabe a ciencia cierta, hasta ahora, por órdenes
de quién-- contra el World Trade Center de Nueva York y contra el
edificio del Pentágono, en Washington.
En esta ocasión, las autoridades han adelantado
indicios de que la catástrofe pudo ser causada por fallas mecánicas
o errores humanos, y no habría razón para no creerles de
no ser porque, si hubiera sido un nuevo atentado, el impacto sobre la opinión
pública sería de tal magnitud que presumiblemente llevaría
al gobierno estadunidense a ocultarlo. De hecho, en las primeras horas
después del avionazo, y habida cuenta de la paranoia nacional en
la que está sumido Estados Unidos, sus distintos niveles de gobierno
reaccionaron como si el país estuviera bajo un nuevo ataque: se
declaró el máximo nivel de alerta en el área metropolitana
de Nueva York, los aeropuertos del área estuvieron cerrados durante
más de medio día, las defensas aéreas fueron enviadas
a patrullar los cielos de la zona e incluso se evaluó la posibilidad
de un cierre total de aeropuertos en ese país. Las bolsas de Estados
Unidos y del mundo experimentaron bruscas caídas --por si algo faltara
para fortalecer las tendencias recesivas que se incrementan en la economía
globalizada-- y la zozobra se apoderó de las sociedades occidentales.
La resonancia, el impacto y la distorsión de lo
que probablemente fue un simple --aunque trágico-- avionazo se explican
por la guerra que la administración de George W. Bush decidió
declarar contra un enemigo tan difuso e indefinido como el "terrorismo
internacional", y en el curso de la cual, centenas o miles de civiles de
una nación remota y destruida han sido exterminados como efecto
previsto de los bombardeos de la Fuerza Aérea estadunidense. Esa
misma guerra ha creado el marco propicio para que manos anónimas
--que difícilmente podrían ser las de Osama Bin Laden y sus
secuaces-- efectúen envíos postales, al parecer masivos,
de esporas de ántrax a diversas oficinas públicas y medios
informativos del país vecino. En el contexto de ese conflicto en
el que el único designio claro es el afán de Washington por
arrasar Afganistán, cualquier accidente en territorio estadunidense
puede ser percibido como un contraataque talibán y cualquier conspiración
de intereses clandestinos, dentro o fuera de Estados Unidos, puede aprovechar
la circunstancia para sembrar el terror y endosar la factura a los sectores
integristas del Islam. Hasta ese punto ha socavado el gobierno de George
W. Bush la seguridad y la confianza de su país.
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