SABADO Ť 8 Ť DICIEMBRE Ť 2001

Ť Juan Saldaña

Verónica

La conocí cuando era apenas una adolescente alegre e inquietante. Sus preocupaciones sociales asaltaban y terminaban por dominar cualquier conversación posible. Había ya entrado al cuerpo de noticias de Canal 13 y atendiendo a una suposición factible comenzaba a protegerse en el ejercicio periodístico, de las innumerables formas de represión que encontraban su justificación en la palabra libre, en el quehacer democrático, en la circulación de las ideas y, en fin, en casi cualquier forma de libertad. Sus hermanos, bastante alocados por cierto, ya habían sido reprimidos y ella se mantenía en guardia.

Dueña de una conversación inquisitiva y vibrante, sabía muy bien resolver sus dudas sin mostrarlas. Esto es, disfrazándolas entre las respuestas que deseaba y alguna suerte de agresión previa que sorprendía y justificaba así la fácil entrega de la afirmación deseada. Sabía muy bien cómo obtener respuestas. Lograba así excelentes entrevistas periodísticas.

Pero, ante todo, era una mujer bella. Era una mujer fresca, clara, sorprendentemente transparente. Visitaba con mirada abierta cualquier inquietud, cualquier pregunta. Sus dudas e ignorancias eran pretexto para continuar admirando su frente amplia, sus ojos inteligentes y enormes, sus brazos, gráciles pero vigorosos y las bellas proporciones de su cuerpo armónico en permanente actividad.

Entrevistó presidentes y personajes. Nunca la sedujeron las pasiones cortesanas del ambiente político. De regreso de sus experiencias de militante, arribó a posiciones de poder que ella asumió siempre como oportunidades para conocer otros seres humanos, otras desgracias y otros triunfos. Disfrutó febrilmente las capacidades de servicio que iba descubriendo en sí misma. Supo de los goces simples de hablar con el pueblo. A su paso por Tlaxcala, introdujo, por ejemplo, a su equipo de trabajo a un grupo de mujeres indígenas que la seguían con pasión.

Avidos de fórmulas cristalizadas, quienes nos quedamos acá atrás deseamos siempre que descanse en paz al que se va. Con ella sería inútil. Estoy cierto que en sus remotos paraísos de luz y de miel, inquieta, reiterativa y machacante continúa afanándose para encontrar las respuestas.

Durante toda su vida preservó con esmero la estrella que llevaba en la frente. Fue mi amiga Verónica Rascón.