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DOMINGO Ť 9
Ť DICIEMBRE Ť
2001
Ť Nunca tuve capacidad de escándalo; éste
me perseguía, dice el creador chileno
Jodorowsky: viví como artista, sin límites
sociales
Ť Prefiero la revolución poética a la política,
comenta el promotor de más de 100 obras en el país
ELENA PONIATOWSKA /I
El 1o. de diciembre Alexandro Jodorowsky, en su cuarto
de hotel frente a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, es un
hombre tranquilo de cabellos blancos que tira a la gordura. Cuesta trabajo
pensar que este lindo abuelito estuvo poseído por los demonios y
ejerció todas las concupiscencias. ¿Se suicidaría
por él hoy, como hace treinta años, una jovencita enamorada
aventándose del balcón de su departamento en el tercer piso
de la calle Lerma?
Chileno, nacido en 1929, escultor, mimo, escritor y director
de teatro y cine, Alexandro Jodorowsky fundó en París, con
Rolland Topor y Fernando Arrabal, el llamado teatro pánico. En México,
en los cincuentas, Jodorowsky se desnudaba y desnudaba a muchas mujeres
que lo seguían sin pensar que él las iba a rasputinear. Actuaba,
dirigía teatro, pintaba, esculpía, dibujaba a tinta sus Fábulas
pánicas que se publicaban en El Heraldo cada ocho días,
escandalizaba, rompía pianos y conciencias, arremetía contra
la moral burguesa, la Liga de la Decencia se hacía cruces, recibía
toda clase de amenazas y nunca hubo hombre más sonriente y más
positivo que él.
Vestido de negro resultaba muy guapo y enigmático;
en la colonia Cuáuhtemoc lo llamaban El Ruso por su apellido
y por sus camisas sin cuello, como las acostumbra en México el pintor
Vlady. Su cabello afro, que le hacía una aureola digna del
National Geographic, alguna vez inspiró a García Marquez,
que copió su African look. Sus fiestas espectaculares, sus
masajes afrodisiacos causaban sensación. En Puebla se presentó
en la Universidad de Las Américas desnudo y desnudó a los
poblanos, hombres y mujeres, perros y gatos, tramoyistas y acomodadoras;
intervino el arzobispo, y las monjitas emocionadas le pusieron más
chocolate y más especies al mole, que les salió mejor.
Todos contra el escritor
Todos
los hombres de teatro, desde Salvador Novo hasta Emilio Carballido, se
aterraban con Jodorowsky. Críticos de teatro y comentaristas de
sociales lo hacían picadillo. Nadie más audaz que él,
nadie más celebrado y perseguido. Desde luego era el más
internacional de los protagonistas, el equivalente del living theater.
Después de Lucrecia Borgia, Irma Serrano y Alexandro montarían
juntos una obra de Sade. Irma se declaró enamorada del genio, pero
se pelearon y la armonía se convirtió en una guerra declarada
que alimentó a los periódicos de los sesenta como ahora lo
hace Gloria Trevi.
En esa época, el regente de la ciudad inició
una campaña: "Ponga la basura en su lugar". Mandó hacer carteles
y repartir volantes que rezaban: "Ponga a Jodorowsky en su lugar: la basura".
También se organizó una procesión de fieles a la basílica
de la Virgen de Guadalupe que blandían mantas en el aire asegurando
que el chileno era igual a Charles Manson. El presbítero publicó
un libro en contra suya pidiendo su muerte. Satanizado, a su hijo Brontis
Jodorowsky lo sacaron de la escuela por embadurnarse las manos con pintura
y secarlas en las paredes. Alejandro dijo que ese era un acto de creación.
Casado y vuelto a casar, todas las mujeres en México lo querían
de marido; creían que era la encarnación del Kamasutra y
Alejandro se encargaba de confirmarlo. Contaban que hacía el amor
48 veces al día, cada media hora. Nunca lo traté porque mi
formación scout, más bien la de las Guides de France,
lo prohibía: ¡vade retro, Satanás! Jodorowsky estaba
supercondenado y yo no podía añadir un pecado más
a los ya cometidos.
En México empezó su carrera fílmica
con Fando y Lis, a la que siguió El Topo y casi diez
años más tarde Santa Sangre. Lo curioso es que todas
las niñas del Liceo Franco Mexicano querían actuar en alguna
película suya.
-Alexandro, ¿por qué perdiste tu capacidad
de escándalo?
-Nunca la tuve; el escándalo me perseguía.
Cuando estuve en México nunca armé escándalos, me
los armaron. (Sonríe angelicalmente.)
-Pero a ti te encantaba suscitarlos.
-Yo hacía arte; estaba adelantado a mi época.
Hacía happenings, efímeros, performances, los
monté con treinta años de anticipación. Con Fando
y Lis me quisieron golpear, recibí amenazas de muerte, me tuvieron
que sacar escondido del teatro, todo el mundo protestó, y si tú
la ves ahora, es una película inocente. Con La montaña
sagrada los críticos pegaron el grito en el cielo diciendo que
había infamado a la Virgen de Guadalupe, que era yo un diablo, y
si tú la ves ahora, es una película iniciática con
la que nadie puede ofenderse.
-En aquella época rompiste los cánones de
la cultura mexicana.
-El mayor escándalo se hizo porque rompí
un piano en la tele.
-¡Pobre piano!
-Después cientos de personas han roto pianos en
performances; vinieron grupos extranjeros veinte años más
tarde que hacían lo que yo y los mexicanos lo consideraron arte
efímero, performance, arte actual. Porque me adelanté,
me condenaron en todos los campos, en el de las películas, el teatro,
la literatura y la vida personal. ¡Cuánto miedo a la vanguardia!
Para los mexicanos el arte era político; había que declararse
de izquierda y partidario de (Fidel) Castro, pero la política nunca
me interesó. Declaré: "prefiero la revolución poética
a la revolución política". No creo en la revolución,
creo en la mutación. Hablar de mutación mental en México
era marciano, y en ese ambiente fui considerado marciano.
-¿Desde niño fuiste un contestatario?
-Empecé a leer a los cuatro años y me apasioné
por el teatro a los 16. En Chile me marcó la poesía; era
poeta, hacía actos poéticos. Para mí México
resultó ideal: por un lado, podía hacer lo que quería
y me atacaban, y por el otro era terrible, porque me olvidaban, nada quedaba.
-Pero no te han olvidado porque te siguen multitudes.
Aquí en la Feria del Libro tuviste una audiencia casi tan enorme
como la de Paolo Coelho...
-Bueno, sí, aquí en Guadalajara hace años
hice mi happening en la UdeG y me recuerdan. Como lo ves, algo quedó.
En el fondo yo viví como un artista, sin límites sociales.
Nadie me ayudó, todo lo hice solo, a mí no me financiaba
el INBA, ni la UNAM; sacaba el dinero de donde viniera, trabajaba gratis,
si la gente no iba a la obra hacía otra, monté cien espectáculos.
Invité a Felguérez, Lilia Carrillo, Gironella, Vicente Rojo,
Cuevas me ilustró un libro, Rafael Coronel, Fernando García
Ponce, y escogí a los mejores actores: Carlos Ancira, Ignacio López
Tarso, Isela Vega. Leonora Carrington hizo los decorados de El rey se
muere.
-¿Y con Leonora Carrington tuviste una relación
muy especial?
-Muy personal, porque la Leonora era mágica, hermosa,
me marcó muchísimo, sobre todo me indujo al Tarot, a la locura
creativa, escribimos una obra juntos, le puse Penélope y
ella hizo los decorados.
-¿Te enamoraste de ella?
-Hasta cierto punto sí, pero no sexualmente. Volví
a México por ella, pero el mío no era un amor pasional, era
un amor espiritual. Ella me quiso mucho, me cortó las uñas
de los pies y de las manos y las puso en un paquetito, cortó unos
pedazos de cabello negro suyo, que era espléndido, y me dijo: "Vas
a volver", y volví. Esto nunca lo había contado, ganó
el embrujo femenino, la primera mujer mágica y artista que conocí
en mi vida. ¡Y además libre y surrealista y con una historia
fabulosa detrás! Claro que era una mujer difícil, yo me peleé
con ella a muerte. Luego de Penélope no la soporté,
me había regalado un cuadro enorme, fui y se lo dejé en su
casa. Lo devolví. Si lo hubiera guardado hoy sería rico y
feliz, pero se lo aventé furioso, porque me hizo muchos tangos;
ella no se sometía a ninguna regla, me retrasaba los estrenos. Sin
embargo, cuando pienso en ella hoy me doy cuenta que esa bruja me gustó
muchísimo. Fui varias veces a visitarla a la calle de Chihuahua,
conocí a sus hijos, Pablo y Gaby Weiss y a Chiquis, su marido, fotógrafo,
que vivía como un oso en su caverna y guardaba silencio; siempre
lo vi callado bajo su gorra vasca. La primera vez que llegué, Leonora
me ofreció un té. Se había hecho una herida en la
pierna y tenía una costrita. Se rascó la herida y con la
cucharita tomó sangre de su pierna y la metió en el té
y bebí el té rojo con su sangre..
-¡Ay, Dios mío!
-No había sida, ¿eh?, por ese té
unimos nuestras sangres y escribimos una obra juntos, El príncipe
azul, y cuando se peleó ella conmigo publicó la obra
sin mi nombre en la Revista de Bellas Artes y así se vengó
y se carcajeó. Pensé que estaba bien porque finalmente los
diálogos y el argumento eran de ella, pero yo fui el de la inspiración.
Todo eso puedo contártelo ahora, porque que he llegado a un grado
muy avanzado de sabiduría.
-¿Te consideras un gurú?
-No, no. La gente dice que soy brujo, porque he llegado
hasta la frontera última. Ahora, el extremo de todo es ser un artesano.
Antes había que hacer un arte enfermo, kafkiano, cristiano, morir,
emborracharse hasta caer al suelo, que te encontraran muerto en tu atelier
con una crisis etílica, y luego poner tu neurosis en las páginas
y exaltar tu ego y escribir: 'yo soy el centro del mundo' y esas cosas...
-En México, lo hizo Parménides García
Saldaña...
-Para mí eso ya pasó, es anticuado.
-¿Qué es lo que viene ahora?
-Un arte terapéutico, una terapia artística.
Los gurús no pueden proponerse ayudar a la humanidad porque son
estafadores, ladrones, una secta infame sostenida por Estados Unidos, pero
yo me he propuesto hacer un arte terapéutico. Quiero salir del realismo
mágico, acabar con el folclor. Desprecio el arte político,
ya pasó, ya no hay arte político, las utopías cayeron,
ya no hay revolución que hacer, mutación sí, y la
mutación solo se logra con terapia.
-¿Curas neurosis y angustias, porque has llevado
el teatro a sus últimas consecuencias?
-Al teatro lo he sacado del teatro. Después lo
saqué de la obra, lo saqué del actor, lo saqué del
director y lo convertí en terapia, en consejo. En mi libro Psicomagia
muestro cómo se pueden proponer actos terapéuticos que son
esencialmente teatro, poesía y a veces arte plástico.
-¿Y cómo lo haces?
-En el mayor secreto, en la intimidad del enfermo, porque
es otro tipo de arte. Te hablo así porque siento que sabes escuchar.
Yo siempre estoy haciendo arte, todo lo que hago es arte. Si alguien me
consulta: "¿qué hago?, tengo parkinson o sida o lo que sea",
le suelto un consejo artístico y me convierto en ese sembrador de
semillas de manzano que hacía el bien sin saber a quién.
He regalado muchas manzanas. Yo doy consejos de salud, sin saber si los
van a aplicar, pero sigo adelante.
''Yo no era un mimo genial''
-Sin embargo, no seguiste adelante con la pantomima...
-Llegué a París por la pantomima, en esa
época yo era un mimo. Fui discípulo y luego amigo de Marcel
Marceau y de su maestro Jean Jacques Lecoq. Permanecí cinco años
a su lado y terminé abandonando la pantomima, porque Marceau era
un mimo genial y yo no lo era.
-¡Que raro que lo reconozcas!
?Yo era un magnífico mimo, pero no estaba dotado
de nacimiento como Marceau, que es un fenómeno. Escribí mis
propias pantomimas: El practicante de magia, La jaula de cristal, El
devorador de corazones y me salí, abandoné París
para hacer "mi" teatro. Vine a México hasta que me hicieron la vida
imposible; recibí amenazas de muerte, avisos del MURO de que me
iban a matar, me echaban ácido en el escenario, ácido en
la calle, me agredían en los cafés y en los restaurantes,
me cerraban los teatros. Un ministro de educación me advirtió:
"El presidente de la República lo quiere mucho, lee sus fábulas,
pero también puede ser muy severo; no ponga uniformes, ni siquiera
de bomberos, en su película, porque si no el presidente no responde...''
Toda la vida he estado en contra de los militares. Después de la
exhibición de mis películas recibí mensajes tremendos:
"Jodorowsky, te vamos a matar". En varias ocasiones agentes de la Federal
de Seguridad llegaron a mi casa y me dije: "Bueno, ya llegó el momento
de irme, el rechazo es demasiado evidente".
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