Morante o el hambre de admirar

Ť Leonardo Páez

UN FENOMENO RICO en matices y comprobaciones fue la faena del diestro sevillano José Antonio Morante Camacho, apodado Morante de la Puebla -23 años, cuatro de alternativa y más de sesenta corridas este año en España-, a un novillote de regalo de la ganadería de Julio Delgado en la corrida del pasado domingo en la Plaza México.

DE ENTRADA, CORROBORAR por enésima vez el cachondeo disfrazado de autorregulación que la Delegación Benito Juárez permite a la empresa del coso para que ponga en la pizarra sobre la puerta de toriles la edad y el peso que le venga en gana del burel a lidiar.

LAS HECHURAS DE Charrito, que así se llamó el torillo obsequiado por Morante, simplemente contradecían el peso (480 kg) y sobre todo la edad (julio del 97, es decir, cuatro años cuatro meses) anunciados en la veleidosa pizarra. Con carita de adolescente, a pesar de sus astas cornivueltas, aquel animal acusó en su embestida la ingenuidad de todo joven que se respete.

ABANTO DE SALIDA, correteando por el redondel sin acudir a los engaños, Charrito tomó una vara sin empujar al caballo -los toros bravos se pican solos- pero conservó la prontitud y la cuerda suficientes para propiciar una faena esencialmente bella, gracias a los finos procedimientos del joven sevillano, que pronto percibió la extrema suavidad de la embestida, sobre todo por el pitón izquierdo.

AUSENCIA DE BRAVURA pero exceso de docilidad perruna, obediente al engaño que a la distancia precisa lo citaba pero sin embestir con codicia, débil de remos y soso, tamaña caricatura de toro bravo propiciaría, sin embargo, un trasteo de gran plasticidad, más que de verdadera intensidad tauromáquica, ya que ésta surge a partir de la bravura sin adjetivos, la que transmite sensación de peligro porque el toro conserva íntegra, no disminuida, su tauridad y cumple cabalmente su misión como animal de pelea, capaz de matar a quien se equivoque.

ESTA HERMANA DE la caridad, como se dice en el argot taurino a la res que no tiene la menor intención de coger, de hacerse del engaño o de su presa al menor roce con el diamante del pitón, si le hubiese tocado a otro torero que no fuera Morante -o el mexicano Jerónimo-, lo más probable es que habría quedado en faenita de trámite de diestro tres eme: muletero monótono moderno.

SIN EMBARGO, ESTE sevillano, en la cuerda caminista (Paco), más que en la romerista (Curro), pues reúne corazón, cabeza y calidad, demostró con su expresivo refinamiento que el sello de algunos, sólo de algunos, puede remontar la mansedumbre para hacer arte torero... ¡sin un toro bravo!, o con un pobre remedo de éste. Que la crítica especializada pase por alto esta pequeña deficiencia y se vuelque en alabanzas y juicios encomiásticos a la labor del joven andaluz confirma también el hambre desesperada por admirar faenas memorables de parte de un público al que hace décadas le dan gato por liebre.