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MARTES Ť 11
Ť DICIEMBRE Ť
2001
Ť Relata cómo sobrevivió a la masacre
de El Charco
Justificar al Ejército, "triste papel" de la
CNDH, lamenta Erika Zamora
BLANCHE PETRICH
Escribe Erika Zamora, presa en el penal de Chilpancingo,
a mano en hojas de papel rosa: "Hoy, 10 de diciembre, Día Mundial
de los Derechos Humanos, digo con tristeza que el papel de la CNDH ha sido
sólo de justificar al Ejército y cerrar los ojos ante lo
evidente".
Detenida el 6 de junio de 1998 en la comunidad de El Charco,
Guerrero, la estudiante presa se refiere a una resolución de la
comisión sobre su caso, en la que concluye que durante la investigación
de las denuncias presentadas "no acreditó" su queja de torturas.
Este es parte de su testimonio: "Fui, soy sobreviviente
y testigo de la masacre de El Charco, en Guerrero. Llevo tres años
y medio de estar presa, acusada injustamente de diversos delitos, con dos
procesos plagados de irregularidades y dos sentencias basadas en una declaración
militar firmada bajo tortura física y sicológica. Aún
me duele recordar. El trauma de la tortura no lo he superado del todo.
Con detalle relata lo ocurrido la madrugada de ese sábado
del verano de 1998 en la escuela primaria Caretino Maldonado, en El Charco,
cuando un comando del Ejército rodeó el pequeño plantel
donde llevaba a cabo una reunión de representantes de varios pueblos
mixtecos con estudiantes de la UNAM.
Cercados, con insultos, los soldados los conminaban a
salir: "¡Están rodeados, salgan, perros, ahora sí les
vamos a dar su pan con chilate, es domingo y van a comer bien!", gritaban.
"Entre las cuatro y media y cinco de la mañana
los soldados comienzan a disparar, las balas entran por todos lados. El
del megáfono sigue gritando: "¡Morteréenlos!", decía,
y nuevamente el tiroteo. Hay campesinos heridos y muertos dentro del aula.
Empezaba a amanecer y el primer campesino salió (Honorio García
Lorenzo) con las manos en alto, se hincó en la cancha y dijo: "¡Me
rindo, perdónenme, nosotros no tenemos armas, no disparen!" Ahí,
hincado, ante nuestros ojos, los soldados descargaron toda su saña
y lo acribillaron.
"Los disparos cesan nuevamente y los militares prometen
respetar las vidas de quienes salgan, empiezan a hacerlo varios campesinos,
con las manos en alto, y cinco pasos de distancia entre cada uno, les ordenan
tirarse en la cancha cerca uno del otro. Cuando todos estaban acomodados,
les lanzaron una granada de fragmentación.
"Son las 7:30 a.m. Grito que vamos a salir, que no dispararan.
Nos ordenan salir de uno en uno, con las manos en alto, y al llegar a la
cancha tirarnos boca abajo, con las manos en la nuca, sin levantar la cabeza.
Soy la primera en salir de los que aún quedábamos en el aula,
llego a la cancha, me estoy agachando para tirarme, sólo percibo
un zumbido sobre mi cabeza, escucho que alguien se ahoga, siento en mi
cuerpo un líquido caliente, es la sangre de Marco Chávez
García, el campesino que salió detrás de mí.
Lo mató la bala que pasó sobre mi cabeza. Él estaba
herido de uno de los costados, venía con las manos en alto, sin
posibilidad de defensa. Estábamos todos sometidos y lo mataron y
siguieron disparando.
"Después nos ordenaron arrastrarnos hacia donde
estaban los militares, sólo algunos pudimos hacerlo, los demás
estaban muertos o heridos".
Más adelante en su carta describe los interrogatorios
en el cuartel militar de Cruz Grande y en la novena Región Militar
de Acapulco, adonde fueron trasladados en vehículos militares. "Nos
concentraron a los 22 detenidos en lo que parecía un dormitorio
donde estaba el general Luis Humberto Portillo Leal. Ahí interrogaban
a los indígenas. A Efrén Cortés y a mí nos
metían a un baño. Había una silla de metal donde nos
sentaban, el interrogador en turno jugaba con una venda, la pasaba de una
mano a otra y me preguntaba si sabía para qué servía.
Me interrogaban sobre mis actividades en la UNAM, en El Charco, sobre el
EPR y sus vínculos con luchadores sociales y el PRD.
"Como a las 8:30 p.m. entró un hombre vestido de
civil a quien llamaban general, que ordenó: '¡se están
tardando mucho, ya véndenlos!' Me obligaron a quitarme toda la ropa,
a sentarme en la silla metálica, me esposaron con las manos para
atrás, tiraron agua en el piso, me vendaron los ojos y conectaron
un cable. Sentí la electricidad por todo el cuerpo, gritaba, me
retorcí, perdí el conocimiento ¿Cuánto tiempo
pasó? No lo sé, estaba en la silla, sin la venda, me preguntaban
por las armas y el dinero, por los muertos, por los secuestros. Me decían
que no me hiciera pendeja, que si no firmaba las hojas me darían
otra calentadita. Firmé las hojas previamente elaboradas.
Esta sería mi declaración militar. Entonces, en la medida
que iba firmando, me daban mi ropa".
No es sino hasta el 8 de junio cuando el Ejército
entrega a los detenidos a la Policía Judicial del estado. Ahí
amenazan a Erika con desaparecer a miembros de su familia. En efecto, ya
para ese día agentes de la Judicial Federal habían cateado
y amenazado a sus padres, en El Rosario, Hidalgo.
Con esas declaraciones ministeriales forzadas, el cuarto
juzgado de distrito acusa a Zamora y Efrén Cortés de terrorismo,
asociación delictuosa, acopio de armas y portación de armas
de uso exclusivo del Ejército. Días después son absueltos
de los primeros delitos y acusados sólo de portación de arma.
Aunque alcanzaban fianza, les fue negada. Semanas después fueron
sentenciados, Efrén a un año seis meses y ella a tres años
seis meses. La sentencia se basó en la prueba del radizonato de
sodio, que dio positiva -sostiene ella que por haber estado expuestos a
una balacera tan intensa-.
Como castigo a su actitud insumisa en la prisión
de Acapulco, Erika fue trasladada al penal de máxima seguridad de
Puente Grande, en Jalisco, sólo para hombres, el 6 de noviembre
de 1999. Durante el traslado fueron nuevamente torturados. Y nuevamente,
la concluyó: "no acreditaron la tortura".
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