024a1pol martes Ť 11 Ť diciembre Ť 2001
Marco Rascón
Los torturadores
Todos los torturadores tienen la justificación del ideólogo y del estadista al asumir la defensa a ultranza del Estado, más allá de los gobiernos a los que sirven. La moral de los torturadores nace del instinto de defensa de las instituciones en el momento en que son cuestionadas, pues se presume que la crítica debilita, y si las instituciones fundamentales menguan su poder, se pone en peligro el sistema de gobierno, las leyes escritas y no escritas, las versiones de la historia, la fuerza del discurso, la credibilidad de los gobernantes.
El cambio institucional genera peligros y hace que la pistola del Estado, la violencia oficial, se dispare sola ante la mirada distante del Príncipe, quien sabe que con sólo un gesto puede desatar atrocidades contra los súbditos, por ello no deberá asumir ninguna opinión concreta, pues esto lo reduciría al papel de genderme o policía.
El poder puede inspirar la tortura y el asesinato por razones de Estado, pero no podría reconocerlos como algo propio bajo ninguna circunstancia. La violencia oficial trasciende todas las violencias, pero no puede asumir el origen de la violación de su propio estado de derecho, pues de ahí emana su poder. La violencia oficial es poder, siempre y cuando se ejerza desde la oscuridad y la complicidad, pero es limitativa y debilita si se justifica. Los torturadores son los buscadores de la verdad del Estado, los ideólogos de lo no permitido, los defensores de la intención de los gobernantes; gracias a los torturadores un gobernante puede aparecer en la plaza tranquilo y con una sonrisa, pues es inocente de sus propios atropellos.
Merced a los torturadores, los ex presidentes pueden justificarse en su senilidad, tomando el pedestal del benemérito y responder en el momento en que son cuestionados: "fui presidente, no policía". Los desaparecidos y las voces de sus familiares jamás tocaron su interés ni lograron distraer su mirada de los dilatados horizontes de la patria. Las dosis de terror que aplicaron los torturadores fueron necesarias y complementarias para que la política benefactora de los gobernantes y sus buenas intenciones resultaran creíbles. En el ascenso de Adriano al poder, la eliminación de sus opositores le dio pauta para ser un gobernante generoso y apacible.
Por los torturadores se respeta la ley, son venerados los símbolos y colores patrios, viven los héroes, existe la unidad nacional y se cree en la democracia. Gracias a los torturadores se lograron unir las instituciones frente a la subversión y las ideas extrañas que buscaban envenenar sindicatos, campesinos, masas urbanas, universidades y a maestros.
Sin embargo, los torturadores no existen ni existieron. Su labor inquisidora es despreciada por aquellos que están en el poder. La actitud vergonzante frente a los torturadores no quiere decir desconocimiento, sino que es expresión de una cara distinta de la racionalidad represiva que requiere de nuevas formas de violencia, pero no desea ser identificada con los viejos torturadores que viven llenos de fantasmas creyendo que lo saben todo, porque torturaron a todos, aunque ya no son necesarios como fabricantes de silencios.
Los viejos torturadores no saben que son tiempos no de callar, sino de manipular; que es momento de que exista ruido y confusión antes que el discurso diáfano de los ciudadanos. Hoy los torturadores no están en las prisiones, sino en las cabinas de radio, en los diarios y frente a las cámaras de televisión diciendo cosas para que nadie diga nada.
Las cárceles de alta seguridad son diseñadas para guardar secretos de Estado, razones políticas inconfesables; son formas alternas de matar que guardan vínculos entre el poder y los negocios, las sucesiones frustradas, las herencias inconfesables. A través de sus prisiones, México podría mostrarnos la historia de la mentalidad de los gobernantes y describir por etapas al torturador que lleva dentro y defiende con la banda presidencial.
Los torturadores son elemento básico ideológico de los Estados regidos por el miedo. Los torturadores se transformaron en redactores de la nota roja y el escándalo. Hoy reina la pornografía del silencio y la doble moral del poder político y económico.
La república necesita de los torturadores. Nuestra vieja república liberal los convirtió en uno de sus cimientos y por eso no quiere la verdad, pues el pasado la condena y señala el fracaso de sus principios. Los torturadores de hoy se han transformado en el Teletón ideológico de los medios, cuya tarea es llevar la confusión y el olvido a todos los hogares. Entre Miguel Nazar Haro y los propietarios de medios sólo hay una diferencia: la picana eléctrica y una cámara, pero ambos trabajan por los mismos fines. Ť
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