Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 11 de diciembre de 2001
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Política
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martes Ť 11 Ť diciembre Ť 2001

José Blanco

Con la Iglesia hemos topado

El oscurantismo, índole profunda de las religiones, es infranqueable. Con él navegarán mientras existan, y aún existirán por mucho tiempo. Recordar una de las piezas maestras de la abjuración oscurantista conviene en todo plan de vida civilizada futura verdaderamente humana.

He aquí una parte de la abjuración de Galileo ante la Santa Inquisición. "Yo, Galileo Galilei, de setenta años de edad, comparecido personalmente en juicio ante este tribunal, y puesto de rodillas ante vosotros, los Eminentísimos y Reverendísimos señores Cardenales Inquisidores Generales de la República cristiana universal, respecto de materias de herejía, con la vista fija en los Santos Evangelios, que tengo en mis manos, declaro que yo siempre he creído y creo ahora y que con la ayuda de Dios continuaré creyendo en lo sucesivo todo cuanto la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana cree, predica y enseña. Mas, por cuanto este Santo Oficio ha mandado judicialmente que abandone la falsa opinión que he sostenido, de que el Sol está en el centro del Universo e inmóvil; que no profese, defienda ni, de cualquier manera que sea, enseñe, ni de palabra ni por escrito, dicha doctrina prohibida, por ser contraria a las Sagradas Escrituras... En consecuencia, deseando remover de la mente de Vuestras Eminencias y de todos los cristianos católicos esa vehemente sospecha legítimamente concebida contra mí, con sinceridad y de corazón y fe no fingida, abjuro, maldigo y detesto los arriba mencionados errores y herejías...".

Un pequeño paso, ingenuo aún, en el conocimiento de la existencia que empezaba a avistar el sistema copernicano, negado y cancelado atrozmente por la Iglesia. Una abjuración dicha de rodillas por el anciano que, no obstante, no sentía: E pur si muove se dice que rumoró para sí al incorporarse, para continuar en la clandestinidad sus estudios.

El núcleo más íntimo de ese oscurantismo es la creencia en un alma humana creada por un Dios omnipotente. La Iglesia ha cedido terreno y aún cederá más rindiéndose a la evidencia mostrada por la ciencia frente a sus mil y una aberraciones. Pero en ese núcleo íntimo, jamás será vencida. La Iglesia, un día, será por todos abandonada; pero esa plaza no será rendida. Es claro que rendirla significaría su muerte súbita.

Desde ese núcleo íntimo la Iglesia mira el aborto y la clonación. Le es imposible obviamente su aceptación. Que los hombres hagan lo que sólo a Dios está reservado, según lo ve la Iglesia, significaría la muerte instantánea de Dios (y de la Iglesia). Pero la Santa Inquisición de hoy, que guarda con celo atávico ese núcleo, no es cosa menor. La componen la Iglesia católica, desde el Papa hasta Rivera; la Iglesia ortodoxa rusa, todas las órdenes religiosas, todos los creyentes de todos los credos, y Bush y una gran cantidad de sus congéneres. Nada más. Todos han puesto el grito en el cielo invocando a su Dios por la clonación de unas células humanas, y muchos gobiernos se apresuran a decretar la prohibición de toda práctica de la clonación, aun la que busca fines terapéuticos. La prohibición de esta Santa Inquisición dará mucha pena un día, el día que el oscurantismo llegue a su fin. Que llegará.

Unos académicos de la Universidad Panamericana lo han resumido con admirable claridad: "No son locos ni insensatos, sino que no entienden que desde el embrión ya hay vida". Por supuesto que hay vida. La hay en la hoja del limonero, o en el ántrax, en la gota de agua, o en las heces del chorlito. En todas partes. Pero ellos hablan, obviamente, de la vida humana, que creen que es algo especial y distinto al resto de la existencia. Hay ahí, creen, en esas células, un alma. Crear vida humana al producir esas células -que los creyentes creen que es lo que ocurre con la clonación-, es dar un alma a esa materia, y después utilizar esas células para crear distintos tejidos humanos, es matar, quitar la vida "a un indefenso". Dar y quitar la vida, el alma, sólo corresponde a Dios. Y si los humanos lo hacen, se vuelven dioses, y el finado será entonces Dios: prohibido clonar.

La Santa Inquisición de hoy puede provocar que -como con su tema Galileo- la clonación se haga en la clandestinidad, y ya no por hombres desinteresados como el sabio de Pisa del siglo XVI, para quedar acaso en manos de mercachifles y rufianes. El Estado teme asumir la responsabilidad y se esconde bajo un pañuelo translúcido, donde no lo vea la Iglesia.

Habermas, el filósofo quizá más brillante de nuestros días, ha dicho que la completa clonación de un hombre presenta problemas éticos difíciles. La aventura real de la vida de un individuo, dice, es el paulatino y largo descubrimiento de sí mismo. Eso es lo que le sería negado a un clon, opina. No es del todo convincente. El hipotético clon de otro individuo estaría rodeado de una circunstancia de vida diferente.

Pero esa posibilidad es muy remota. Hoy se levanta un muro oscurantista contra la clonación de tejidos humanos con fines terapéuticos. Con la Iglesia hemos topado.

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