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MARTES Ť 11
Ť DICIEMBRE Ť
2001
Ť Teresa del Conde
La bienal de Monterrey
Hace pocos días tuve oportunidad de observar la
actual versión de esta Bienal, exhibida en el Centro de las Artes
-cuyo director es Eliseo Garza- y en la Cineteca, ambos recintos en el
Parque Fundidora de Monterrey, Nuevo León. Por más que los
ámbitos son apropiados y amplios, todavía no se ''calientan''
lo suficiente -a un año de su inauguración- como para que
un acontecimiento de esta naturaleza arroje el relieve esperado en cuanto
a asistentes.
Llegaron -la cifra es la normal para este tipo de acontecimientos-
mil 475 expedientes de los que el jurado eligió 151 obras de 138
artistas. Los dictaminadores fueron Jacques Beauffet, Andrea Giunta, Miriam
Kaiser y Xavier Moyssén Lechuga, hijo del maestro recientemente
fallecido, y activo profesor y promotor cultural regiomontano.
No entiendo las razones por las cuales el jurado premió
en el terreno de las instalaciones la presentada por Sandra Cabriada. Es
la primera pieza que el espectador ve. Si no se posee la plena advertencia
de que está uno ingresando al espacio de la Bienal, puede creer
con facilidad que esos estantes en los que están dispuestos zapatos
usados de diversa índole, anuncian en pequeño el Museo del
calzado que promueve la zapatería El Borceguí, porque los
''protagonistas'' son zapatos correspondientes a sujetos de diferentes
edades y clases sociales, recogidos en el espacio de un año en los
basureros del DF. ¡Muy interesante¡, pero la verdad a mí
eso me tiene sin cuidado. Si los estantes tuvieran un diseño, una
limpieza, un aspecto impecable (como si fueran diseñados por Tapio
Wirkala), entonces el asunto me habría parecido idóneo. Pero
debo de confesar que peor aún me pareció la acumulación
de muñecos viejos de todos tamaños, de maletas entreabiertas
y de trapos sucios que presentó Saul Cortés con el título
Los tristes, sucios, feos...etc. tomando el título del famoso
spaghetti western italiano.
Con lo que digo puede pensarse que aborrezco las instalaciones.
Y no es así. Sólo aborrezco las que reiteran asuntos consabidos,
las que no obedecen a un mensaje no sólo legible y plausible, sino
nítido y, sobre todo, las que carecen de todo concepto. que ya de
muñecos, con o sin peluca, con piernas y brazos o sin ellas, ya
estamos hasta la coronilla, por no decirlo de otro modo. Si yo hubiera
sido jurado, hubiera dado batalla para premio en este rubro por la instalación
de Sofía Taboada, debido a que -por lo menos- era limpia y poseía
cierta poética.
El premio de pintura lo obtuvo Yolanda Mora y me complació
detectar que ya se liberó del influjo que en un periodo anterior
ejerció sobre ella Germán Venegas. De ella se exhiben dos
pinturas y con mucho la premiada es la mejor. En este campo también
destacaron Fernando Aceves Humana con Enrejada, y sobre todo David
Kumetz, quien presentó un tondo evocador de aquellos que como la
réplica que existe del de Leonardo, o como el de Caravaggio en los
Uffizi, representaban la cabeza de Medusa. En este caso su cabeza corresponde
a un reptil, que transmite la impresión de acabar con el espectador,
pero no sólo eso, el modo que eligió para representarlo revela
un dominio de oficio que hasta ahora él había reservado a
sus impecables grabados. Esa pieza me pareció excelente, como idea
y como ejecución. Jesús Lugo Paredes sigue ofreciendo trabajos
que convencen en el campo de la pintura, lo mismo que la regiomontana Rosario
Guajardo que presentó un cuadro abstracto fragmentado, vertical,
muy atractivo. Su propuesta escultórica, en cambio, me pareció
producto de un refrito de cuarto o quinto grado. En esta disciplina el
galardón fue para el ya muy premiado Gerardo Azcúnaga. No
digo que esté mal, pero me parece que él es autor de piezas
mucho mejores que la que ahora lo representa, eso teniendo en cuenta que
las propuestas escultóricas estuvieron en su mayoría débiles.
Hubo un tridimensional que me causó muchísima gracia además
de que lo encontré cargado de sentido; es obra del coahuilense Gerardo
E. Monsiváis, de título Ayudante general, y se trata
del maniquí de un pequeñísimo hombrecillo (como de
1.10 m de estatura, sin ser enano), perfectamente trajeado, con corbata
y camisa. Su cabeza es la de un borrico. Las implicaciones que allí
pueden encontrarse son muchas, pero admito que este trabajo entra más
dentro del rubro de la caricatura volumétrica de denuncia política
que dentro del campo de la escultura. No obstante esta pieza, junto a la
de El Gritón (bidimensional) están entre las pocas
que denotan sentido socio-político sumado a una ejecución
plausible. Es esto último lo que las legitima y lástima que
la de El Gritón no fue lo suficientemente clara, pero aún
así.
Tenaces y esforzadas me parecieron las cerámicas
esgrafiadas, dispuestas como instalación, de Yolanda Garza. Se ve
que no pierde oportunidad. Esas botas con pies descubiertos (a la Magritte)
pueden funcionar, como ahora lo hacen, en conjunto, pero también
encontrar clientes individuales que sólo adquieran una o dos. Carmen
Sanromán se valió de Keith Harring para dotar de ornamento
a sus esculturas en tanto que María Vanesa García, con Animal
Kingdom, logró una buena técnica mixta en la que combina
la fotografía, el óleo y el acrílico.
Sería imposible comentar todo lo que está
expuesto. Hay que celebrar la vigencia de este certamen cuya continuidad
vaciló con la clausura del Museo de Monterrey y hacer los mejores
votos para que persista. Contó con el patrocinio de FEMSA, y con
apoyos del Museo de Saint Etienne en Francia, Bancomer, Conarte y la Alianza
Francesa. Ahora cabe esperar el catálogo con la reproducción
de las piezas seleccionadas, de lo contrario, el registo histórico
de las bienales de Monterrey se perdería.
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