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Luis Linares Zapata
El triunfo inesperado de EU
En escasos tres meses Estados Unidos pudo, a pesar del choque sufrido por los devastadores atentados de septiembre, reorientar sus prioridades internas, reagrupar sus fuerzas dispersas y demás defensas contra agresiones terroristas, para armar una coalición mundial de apoyo que tratara de disuadir posteriores amenazas donde éstas fueran localizadas. Logró, también, edificar un entorno legal de legitimación para sus movimientos a través de las resoluciones que el Consejo de Seguridad de la ONU expidió.
La colaboración de muchas naciones, aun las que antes se consideraban como sus rivales y hasta enemigas, fue en esta ocasión franca, comprometida y hasta incondicional. Estados Unidos envió su moderno ejército hasta el Asia central para derrotar al régimen de opresión que los talibanes habían mantenido por años, y cobrarles, a costos humanos considerables, el cobijo extendido a Bin Laden y su particular cuadrilla de apoyadores. Pudo presionar a las distintas facciones de poder en Afganistán, y a todos aquellos otros que tienen algún interés estratégico en esa región, para integrar, aunque sea de manera provisional, un gobierno que haga frente a las emergencias de esa destruida nación.
El presidente Bush asestó a la red de Al Qaeda un devastador golpe del que tardará años, si acaso logra recuperarse, en recoger lo que de ella quedó esparcido en las montañas y desiertos de Afganistán. Finalmente, y con el concurso de una fuerza internacional bajo la tutela de la ONU, se inició el intento para restablecer el orden en esa región tan desarticulada por las innumerables facciones que capitanean, para y por sus propios intereses, un montón de tribus y señores de la guerra. Y todo ello en el corto tiempo de un trimestre. Resultados que, ante las expectativas, premoniciones y críticas alzadas por todos los confines del planeta, bien pueden calificarse como los de un desempeño eficiente y positivo para sus propios designios y expectativas.
No todo, sin embargo, fue miel sobre hojuelas, ni tan cruentos hechos estuvieron exentos de errores y desgracias para muchos, sobre todo para la población civil que se vio afectada o para los hombres o mujeres, niños y jovencitas que perdieron posesiones o vida. Pero esa cuenta tiene que ser notariada sobre aquellos que, alucinados por sus creencias y rencores, sin importar sus alegadas razones de descargo, armaron, hoy se sabe al detalle, la criminal operación contra las Torres Gemelas; o sobre de aquellos otros que, con el pretexto de construir un Estado islámico puro, les permitieron crecer y reproducirse en esas polvorosas tierras.
En medio de preparativos de combate, bombardeos y angustias múltiples, los mercados financieros del mundo han ido absorbiendo la incertidumbre y el miedo que tan violentos actos generaron y, con aceptable moderación, ahora se les puede visualizar en paulatina, pero constante recuperación.
Los augurios para salir de la recesión no abarcan, en el peor de los casos, distancias mayores a un año. Para todos aquellos países que han sufrido como propias y, por tanto, pagado las consecuencias de los atentados y el derrumbe de la expectativas de seguridad y paz, lo conseguido no puede verse sino con las ganas de retomar la normalidad de los asuntos individuales y colectivos.
Los anticipos de derrotas trágicas para los estadunidenses, que abundaron en la crítica y el análisis, no han encontrado sostén en la realidad. Tampoco lo hallaron los augurios de infiernos mundiales desatados a costa del choque de civilizaciones.
Los países árabes mantuvieron la cordura en su totalidad. Las poblaciones de los distintos países han entendido que el iniciador y culpable de la tragedia es el todavía prófugo riquillo saudí y seguidores. Pakistán no quedó envuelto en guerras intestinas ni tampoco cayó su gobierno militar. Las relaciones entre esta nación e India continúan, claro está, en alerta continua, tal y como lo ha estado desde su misma separación e independencia. China redobló su avance para integrarse a la comunidad global. Y sólo el conflicto entre Israel y Palestina se recrudeció, pero ello obedece, en su núcleo y contornos básicos, a una dinámica propia.
Las opiniones que ponían el acento en conjuras maléficas, luchas descarnadas por el poder político de grupos internos en Estados Unidos o en el perverso rejuego de intereses petroleros o de cualquiera otra índole económica, como los agentes que auspiciaron los hechos del 11 de septiembre, han caído en descrédito y se van borrando paulatinamente del imaginario colectivo para bien de todos.
Los recelos, dudas, sospechas de retorcidos propósitos ulteriores para convencer o engañar a las masas, suprimir libertades individuales o públicas, mensajes para someter aún más a los desposeídos, intenciones que se suponen agazapadas tras la campaña de propaganda (de la que forma parte el famoso video acusador, recientemente difundido) van, ciertamente y aunque con vigencia decreciente, a permanecer en el horizonte global por tiempo indeterminado hasta encontrar su justa dimensión o revelar sus falsas premisas y conclusiones. Pero en su abrumadora mayoría, la gente volverá a conducir su vida diaria con ciertas seguridades de que las acciones terroristas, a escala de catástrofe mundial como ya las vimos suceder, encontrarán, de aquí en adelante, un ambiente hostil y, ahora también sabemos, se contará con mejores instituciones, procesos de salvaguarda y leyes que las prevengan y les hagan pagar costos prohibitivos a sus autores o cómplices.
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