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Ť Víctima de cáncer, falleció
a los 74 años de edad en París
Murió el cantante francés Gilbert Bécaud
Ť Con Jaques Brel y Georges Moustaki emblematiza el esplendor
moderno de la chanson francaise Ť Descubierto por Edith Piaf, hizo
del Olympia una meca de la melomanía
ANASELLA ACOSTA Y AGENCIAS
Cuando muere el poeta el mundo entero llora, su estrella
se entierra en una gran campo de trigo. Estos eran algunos de los versos
que cantaba, voz de trueno, Gilbert Bécaud, el señor cien
mil voltios, forjado en los clubes nocturnos, vencedor ante cualquier moda,
enamorado, que enarbolaba temperamento volcánico y energía
vibrante en el escenario. Bécaud, uno de los grandes representantes
de la cultura francesa, falleció este martes a los 74 años,
víctima de cáncer.
Embajador
de la canción francesa durante más de cinco décadas
y autor de 400 canciones, Gilbert Bécaud murió arrullado
por el Sena, justo después de realizar una nueva aportación
a una inmensa obra con un disco aún inédito (Mon Cop), grabado
apenas hace unos días.
El hombre de la voz de cobre, que conquistó el
corazón de las mujeres mediante la poesía que encerraban
sus canciones, se popularizó en el mundo durante las décadas
de los cincuenta y sesenta, luego de ser descubierto por Edith Piaf.
Bécaud, cuyo verdadero nombre era Gilber Silly,
es considerado uno de los cantantes más importantes de la segunda
mitad del siglo 20 en Francia, a la altura de Charles Trente o Aznavour.
Nacido en el puerto de Toulon, sur de Francia, de padres
tenderos, el vertiginoso ascenso del ambicioso Gilbert Bécaud comenzó
poco después de finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Cuando el joven se abría paso como pianista en
los clubes nocturnos y bares parisinos, Edith Paif se fijó en él,
lo impulsó y cantó varias de sus canciones. Así llegó
al éxito: la actuación en Olympia de París.
No sólo Edith Piaf, sino también Dalida,
Marlene Dietrich, Frank Sinatra o Barbara Streisand se peleaban por las
composiciones de Bécaud. Todo lo que el popular maestro de las canciones
sentimentales presentaba sobre el escenario, entre sus tres cajetillas
diarias de cigarrillos y los numerosos whiskys, tenía destino de
hit.
Antes de Johnny Halliday, los Stones o los Sex Pistols,
Gilbert Bécaud fue el primer cantante por el cual los fanáticos
rompieron las butacas -abril de 1954- en el Olympia, la sala parisina de
la que fue uno de los más fieles huéspedes.
Pocas veces estuvo tranquilo tras su piano de cola
Siempre vestido con traje azul y corbata con lunares,
pocas veces se mantuvo tranquilo tras su piano de cola: atravesaba el escenario
a grandes zancadas, se deslizaba furtivamente en los entretelones justo
el tiempo necesario para aspirar el humo de un cigarrillo que irónico
y respetuoso de las normas sociales no habría fumado ante todo el
mundo.
Amaba una relación directa con el público.
Hace algunos años tuvo la idea de romper la parte delantera de su
instrumento, dándole una curiosa apariencia de pájaro quebrado
al piano pero que le permitía, en cambio, mejor visibilidad.
Constantemente se llevaba la mano a la oreja izquierda
en busca del sonido perfecto. Tuteaba al público, lo provocaba si
no lo encontraba bastante cálido o receptivo.
Compositor prolífico, amaba el escenario por sobre
todas las cosas y a menudo pasaba más tiempo en las carreteras de
Francia y del extranjero, siempre entre dos conciertos, que en su granja
de Poitou, donde le gustaba descansar.
Junto con Trenet e Yves Montand fue uno de los cantantes
franceses más apreciados en el extranjero. Nunca abandonó
las salas, ni en los últimos años de la década de
los noventa, cuando la euforia, que tuvo su pico en los años sesenta,
aminoró.
La creación de cinco décadas convirtió
a Gilbert Bécaud en un icono de la chanson, que logró con
facilidad dar el salto a Broadway, con una puesta en escena perfectamente
preparada y ensayada. Su atractivo lenguaje corporal lo aprendió
del mimo Marcel Marceau.
No importaba dónde y cuándo actuara. Siempre
tenía un público sensible, rendido a sus pies, y desataba
pasiones con su imagen de amante solitario.
"Hay que superar los límites", se decía
a sí mismo. "¿De qué sirve ser un astro en Francia
si los holandeses o los suizos no me conocen?"
Con esta mentalidad conquistó su lugar en el mundo,
hizo furor durante tres semanas en Broadway y realizó exitosas giras
por Estados Unidos y Rusia. Pero siempre regresaba a su país natal.
"En Francia cargo mis baterías. Necesito el camembert y el vino
de Burdeos".
Bécaud compuso música para cine y escribió
una ópera y una comedia musical. Cuando cumplió 70 años,
él mismo se hizo el mejor regalo: su trigésima actuación
en el Olympia de París, el templo de la chanson, donde comenzó
su carrera.
Millones de personas rescatarán ahora sus discos
para volver a escuchar, por ejemplo, la declaración de amor a Nathalie
o la canción sobre la soledad que no existe o aquella otra sobre
el poeta muerto.
Por lo pronto, el escenario de la chanson francaise, cuyos
reflectores se concentraron innumerables veces en la figura de Gilbert
Bécaud mientras interpretaba melancólicamente Nathalie, se
viste de luto, queda vacío y oscuro con un leve murmullo: "Mi amor
está muerto, pero aún lo escucho todas las noches jugando
con fantasmas. Su viejo reino es mi corazón que duerme, mi amor
está muerto pero renacerá, más rico y más fuerte
porque deseo sobrevivir"
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