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Martí Batres Guadarrama
Reforma fiscal y mandato popular
El tiempo se agota. Y el reloj marca la hora de las decisiones. Pronto, inevitablemente, la Cámara de Diputados tendrá que tomar una resolución.
El problema es complejo. Se trata de la famosa reforma fiscal. Y el punto no termina con el simple rechazo al proyecto del gobierno. El asunto no es "sí o no" a la reforma fiscal. La cuestión es que sí se requiere de tal reforma como uno de los medios para obtener recursos frente a las grandes presiones sociales.
La propuesta de reforma fiscal del gobierno se cayó. Pero alrededor de San Lázaro la realidad lacerante palpita. Las presiones económicas son muchas y de diverso tipo. Ahí está la crisis de la educación transferida a Tlaxcala y a Oaxaca. Tenemos enfrente las presiones de la educación superior y cada año que pasa crece el universo de los pensionados. El campo está descapitalizado y la industria eléctrica requiere mayor inversión. Y por si fuera poco, la recesión de Estados Unidos nos castiga.
Se necesitan más recursos. La solución inmediata y de largo plazo es la inversión pública. Mercado interno, empleos, reactivación económica y redistribución del ingreso implican más inversión pública. Y más inversión pública requiere de más recursos disponibles.
La reforma fiscal es una de las vías para obtener más recursos, pero no la única. No se trata sólo de hacer más grande la cobija, sino de tapar los agujeros, y en este sentido el gobierno no ha hecho su tarea. La evasión reconocida en el pago del IVA alcanza 100 mil millones de pesos. Y la evasión reconocida en el impuesto sobre la renta supera los 200 mil millones. Sin embargo, más allá de las cifras oficiales, el 20 por ciento más rico de la población deja de pagar al erario alrededor de 600 mil millones de pesos cada año.
La reforma fiscal no es la panacea ni el único camino. Tampoco es cierto que la crisis que vivimos y sufrimos tenga su origen en la ausencia de la reforma fiscal.
No hay reforma fiscal que alcance para saciar al Fobaproa. No hay reforma fiscal que restituya la tragedia del campo ocasionada por el Tratado de Libre Comercio. No hay reforma fiscal que permita recuperar el patrimonio perdido con las privatizaciones. No hay reforma fiscal que corrija la ineptitud recaudatoria del gobierno. Si no hay un viraje en la política económica cualquier reforma fiscal será un alivio efímero.
El mandato del pueblo es contundente. No quiere IVA en medicinas, alimentos y educación. Y no es por aquello de que a nadie le gusta pagar más impuestos. No, no es así. Más bien, la gente no cree. Ya van 20 años de sacrificios y el paraíso prometido no llega. La gente quiere asegurar cuando menos lo que ya tiene. No cree que le vayan a dar más. Pero tampoco quiere tener menos.
Si el Congreso de la Unión se asume realmente como representación popular tiene que hacer suyo el clamor social y, en consecuencia, mantener el régimen fiscal de los alimentos, los medicamentos, los libros, las colegiaturas y los servicios educativos. Y, al mismo tiempo, tiene que realizar una reforma fiscal. Ahí están las alternativas, son muchas y satisfactorias.
La reforma fiscal no es para generar más desigualdades sociales, sino para atender las presiones sociales. La reforma fiscal no puede ser para inhibir el mercado interno, sino para generar más inversión pública.
El tiempo se agota. Hay que tomar decisiones. El Congreso tiene la posibilidad de hacer suyo el reclamo del pueblo rechazando todo nuevo costo en los alimentos, las medicinas y las cuestiones educativas. Y al mismo tiempo tiene todas las condiciones para aprobar otra reforma fiscal.
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