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ARGENTINA: ESPEJO DE LAS CRISIS
Varios
muertos y heridos, centenas de comercios saqueados, la legalidad suspendida,
la institucionalidad rebasada y un gabinete en virtual fuga, son los datos
principales del desastre provocado por la ineptitud del actual gobierno
argentino, el fundamentalismo neoliberal de su dimitente ministro de Economía
--el nefasto Domingo Cavallo--, la intransigencia de los organismos financieros
internacionales y la herencia, instrumentada con obvios afanes futuristas
y revanchistas, del menemismo.
Contra lo que pudiera pensarse, la generalización
de los saqueos a tiendas no fue una manifestación de descontento
político, sino de hambre: el desgobierno económico ha colocado
a grandes porciones de los 2.5 millones de desempleados y 12 millones de
pobres de ese país ante la disyuntiva de saquear supermercados o
morir de inanición.
Desde una perspectiva global, es claro que el ahora desbandado
equipo del presidente Fernando de la Rúa se vio, a su vez, en el
dilema de romper con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial
(BM) y la comunidad internacional de especuladores financieros, o pagar
puntualmente su deuda externa --132 mil millones de dólares--, para
lo cual tenía que aumentar drásticamente los impuestos, recortar
brutalmente --en 20 por ciento-- los presupuestos para programas sociales
y reducir salarios públicos y jubilaciones, entre otras medidas
de choque.
La historia no es desconocida en ningún país
de América Latina, y acaso la devastación del nivel de vida
de los sectores mayoritarios y del mercado interno habría sido políticamente
viable --como lo ha sido en tales países, el nuestro incluido, por
décadas--, de no ser porque el crecimiento económico se detuvo
por tres años consecutivos, lo que hizo reventar el modelo.
La Argentina de hoy es un ejemplo claro de los límites
y de las consecuencias del dogma económico imperante. Una de esas
consecuencias, acaso que más preocupa, es la constatación
de que la ortodoxia y la disciplina fiscal pregonadas por los organismos
financieros internacionales y adoptadas con entusiasmo por los grupos gobernantes
de la región, desembocan a la larga en la ingobernabilidad e inoperancia
de la legalidad democrática.
El actual gobierno mexicano, cuyo primer año en
el poder ha coincidido con un periodo de cero crecimiento económico,
no puede dejar de verse en el espejo argentino. Es cierto que el estancamiento
presente tiene su raíz en factores externos, pero ello no debe ser
pretexto para no adoptar medidas urgentes en el ámbito interno:
reactivar el mercado, adoptar medidas de emergencia para reducir el desempleo,
fortalecer los salarios y detener la depauperación de grandes sectores
de la población, además de articular cadenas productivas
destruidas durante los tres últimos regímenes priístas
que fueron precisamente los que implantaron el modelo neoliberal en el
país.
De otra manera es posible que no en demasiado tiempo vivamos
una desestabilización de magnitud semejante a la que sacude hoy
a la República Argentina.
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