Javier Aranda Luna

El sano ejercicio de la claridad

Augusto Monterroso cultiva el sano ejercicio de la claridad. Por eso sus textos no se exceden en palabras ni les hacen falta. Su estilo, como los clásicos, es transparente. Usa el término exacto sin ser pedante, el adjetivo preciso sin distraer al lector. En esto sigue más a Quevedo que a Góngora; es más afín a Borges que a Lezama Lima. Debo apuntar, como nota curiosa, que alguna vez le criticaron el minucioso cuidado con que pulía su prosa.

Augusto Monterroso es un autor inverosímil. Lo es por su formación y por su obras. Los días que despertaron su curiosidad literaria transcurrieron en su natal Guatemala. Por las mañanas y las tardes era carnicero; por las noches, lector. Pero no leía en casa, asistía a una biblioteca pública que fue la responsable de formar su gusto literario: las bibliotecas de los países pobres no pueden darse el lujo de estar a la moda: en sus anaqueles sólo existen Homero, Séneca, Ariosto y esos autores conocidos como clásicos. Así, los lectores de esas bibliotecas descubren novedades en libros que fueron escritos hace cientos de años.

Pero Tito, como le dicen sus amigos, también es inverosímil por el tipo de literatura que hace. Para iniciar su carrera literaria apostó por dos géneros que habían pasado de moda hace mucho tiempo: la fábula y el ensayo personal. Pero Monterroso no se valió de los moldes de esas formas literarias para repetir, digamos, la dirección de sus contenidos. Vamos: no intentó moralizarnos con sus fábulas de la manera tradicional; ni hablarnos de los grandes temas a través de sus ensayos. Prefirió, si se quiere, moralizarnos con su humor y su ironía porque, a fin de cuentas, todo humorista es un moralista. Y sus grandes temas han sido, por ejemplo, las moscas, o el sentido de ese género periodístico que consiste en hablar de los escritores muertos.

Escritor decididamente anacrónico por sus lecturas y por las formas literarias que ha utilizado para expresarse, Monterroso se ha convertido con Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti y Julio Cortázar, en uno de los renovadores del cuento y el relato de nuestros días. No hay antología del cuento moderno que valga la pena que pueda prescindir de él. Sus cuentos y relatos reúnen, además, algunas de las mejores cualidades descritas por Italo Calvino de la literatura moderna: la brevedad, la rapidez y la transparencia.

Alguna vez le preguntaron el porqué de su brevedad y repitió la frase conocida: lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y otra ocasión ante la misma pregunta dijo que aprendió a ser breve leyendo a Proust. La brevedad de sus textos azuza la imaginación del lector. Su humor y su ironía nos hacen reír y pensar.

Monterroso es un gran lector. Es un lector de clásicos, como apunté antes. Por eso no se cansa de repetir que los mejores libros siempre son los más baratos. Es cierto: los clásicos son los libros más socorridos por ediciones populares. Con ellos, con los clásicos, me dijo alguna vez, se apuesta por lo seguro. No hay riesgo de salir defraudado. Para él el mayor prosista de todos los tiempos es Cervantes y el mayor poeta es Dante.

Augusto Monterroso tiene en sus haberes ochenta años, muchos amigos y varios libros estupendos. Hace más de cuarenta años publicó su primer libro, Obras completas y otros cuentos, y hace más de treinta La oveja negra y demás fábulas. No es un autor prolijo pero es un gran escritor que ha ensanchado el mundo del cuento y del relato entre nosotros. Es un escritor que cree en las musas y en el sano ejercicio de la claridad. Un clásico contemporáneo que ha logrado lo que pocos: haber sido traducido al latín, el bronce del que forma parte.