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Ť Después de Los Tigres del Norte, es el
grupo norteño más importante del país
La empresa familiar Los Huracanes del Norte celebra
su 30 aniversario
Ť Son los iniciadores de los narcocorridos; ahora,
su repertorio va de lo romántico a lo chusco
ARTURO CRUZ BARCENAS ENVIADO
Houston, Texas/Tanganzicuaro, Mich. Con 30 años
de trayectoria, de andar en troca -su empresa posee 48 vehículos,
unos ocho tráileres- por Estados Unidos y México, Los Huracanes
del Norte es uno de los grupos de música norteña más
sólidos, comparables sólo con Los Tigres del Norte. Por semana,
los oriundos de Tanganzícuaro tocan, mínimo, tres veces.
Los empleados suman ya más de 50, pero todos, incluido el hijo del
líder, Eraclio García, del mismo nombre, le entra a la cargada
de bocinas, fuentes de poder, de "los fierros". "No pierdas nunca la humildad",
recomienda Eraclio a su vástago, a sus hermanos, a sus amigos y
empleados.
Con
ellos, en un recorrido por las carreteras de Texas y Michoacán,
cantando varias de sus máximas composiciones, como Soy troquero
y me gusta ser borracho y Suburban dorada, los kilómetros
van consumiendo el paisaje. El grupero viaja mucho, de pueblo en pueblo
y de urbe en urbe; lo mismo se entrega al público de un night-club
que de un parque con cabida para 50 mil personas.
Tienen oficinas en México, Nuevo México
y Los Angeles. Afirman que la única industria que no está
en crisis es la del entretenimiento. "Ni con Bin Laden nos han detenido",
puntualiza Eraclio. Aún recuerdan sus inicios, con narcocorridos
como El gato de Chihuahua, 911, Los dos colombianos,
El clavo y Entre pase y pase. Las anécdotas familiares
remiten a carencias, a la pobreza extrema. Un ejemplo: un día llegó
su papá; llamó a los hermanos García. Les puso los
pies sobre un frío neumático. Moldeó la forma del
pie. Cortó cada parte. Izquierda y derecha. Con una cinta acabó
lo que serían los huaraches. Chuy, otro huracán, recuerda
cómo en medio de la lluvia, del fango, se quitó los huarachitos,
para no ensuciarlos. Por el amor a su padre.
Hoy, después de todo eso, quedan los corridos,
que para Eraclio son historias rústicas y emocionantes, fruto de
la ficción popular, con leyendas sobre héroes, gente valiente
y atrevida, que mueren por su tierra y pelean por su gente. Los Huracanes
fueron de los primeros en interpretar "corridos prohibidos", que hablan
de trabajar en contra de la ley, burlándola para traficar con droga.
Otros, muchos, han seguido sus pasos.
Por eso han cambiado a las canciones (así se llama
en lo grupero a lo que no es corrido), abarcando temas chuscos, como El
dormilón y El perro de tu marido, y lo romántico,
como Falsas ilusiones.
Cantan en español porque consideran a su idioma
como "toda una cultura, una forma histórica de interpretar la vida,
la felicidad, el sufrimiento". Hoy están en un periodo de cambio.
Ha salido Alejandro Wico López, a quien ha sustituido el
hijo de Eraclio, y José Luis Mejía, de apodo Chapete,
quien le retumba al acordeón.
En Houston
A los cientos de bailes masivos en parques o plazas de
México y Estados Unidos, así como a los night-clubs o salones
de menor capacidad, ahora se suman las discos gruperas, donde los diyéis
ponen a zapatear a la bola. "No hay diferencia entre un dj de dance, de
música para morenos (negros) o ésta; el chiste es conocer
la música y poner a bailar a la gente hasta que se canse", expresó
Héctor Ramírez, tornamesista originario de Dallas con diez
años de experiencia.
Es jueves y miles se dirigen a la inauguración
de una más de las discos: Escapade 2001, en Houston, cuyo lema mercadotécnico
es "Donde manda la raza". Es la quinta de la cadena y para hacerla realidad
el dueño, un iraní, ha invertido 12 millones de dólares.
"Solamente las luces ?un moderno sistema operado con computadoras?
costaron un millón", agrega el dj. En la cabina destacan las marcas
Ashly, Power System y otras. Sobre la pista central penden cinco grandes
aros que se inclinan a voluntad del operador, quien los hace bailar al
compás de la música.
La ocasión es importante y para la apertura el
árabe ha contratado al grupo Los Huracanes del Norte, que tiene
aquí y en otros estados, como Chicago y California, sus plazas fuertes.
El estacionamiento está casi lleno alrededor de las diez de la noche
y una larga fila de automotores espera turno sobre la lateral. No habrá
problema para estacionarse. Las autoridades gringas exigen que haya
espacio para parquear el coche. Que haya seguridad, tomas de agua,
salidas de emergencia... De hecho, adentro, la alfombra es contra fuego;
las colillas de los cigarros, aun encendidas, no generan lumbre. Nada de
Lobohombos.
En el piso de arriba se ha colocado una red para evitar
que algún ranchero se aloque y aviente la botella sobre los de abajo.
"Estos gringos piensan en todo y saben que la raza es cabrona cuando
ya está cuete", comentó Agustín Montoya, periodista
y responsable de prensa de Los Huracanes.
Mientras la concurrencia espera la llegada del grupo,
el diyéi se revienta con una serie de sampleos y rechinidos. Pone
de Los Tigres del Norte, de Tigrillos, de Los Tucanes, de Ramón
Ayala. Las parejas bailan a lo texano, taloneando duro y alzando el tacón.
El sombrero reclinado, cubriendo las cejas, para verse bien panteras.
Un texanillo aprieta de la cintura a su morra y
casi la quiebra. Sólo la dobla. Le mete la rodilla izquierda hasta
el mero tiro del pantalón. El baile es faje y antesala de la batalla
final, que se dará más tarde. Las decenas de parejas avanzan
de izquierda a derecha y entre canción y canción dan varias
vueltas a la pista.
Ya es la madrugada del viernes, media hora después
de la media noche. Suben Los Huracanes, la familia García, algunos
ya con ciudadanía estadunidense. Tocan y los vientos huracanados
golpean hasta casi las tres de la mañana. Las rolas, la nostalgia
por México, el cansancio por el trabajo duro, amores frustrados,
la certeza de saberse en una tierra que no es de ellos, todo eso junto
pega en el ánimo de los gruperos, quienes de repente se enojan y
se rebelan y se pelean contra otros mexicanos, que en el fondo son ellos
mismos, su espejo.
Mientras algunos se pelean, Los Huracanes instan a bailar
y cantar. Piden calma, pero entienden al mexicano que ha ido ahora a esa
disco grupera ubicada a unos 15 minutos del downtown sobre la freeway.
Fiesta familiar
En unos peroles ya están listas las carnitas; en
las mesas ya se distribuyeron los chicharrones. Se han repartido botellas
de tequila. Comienza la entrega de aguinaldo. "Ustedes están felices,
pero para mí es uno de los días más tristes, porque
tengo que pagarles", bromeó Eraclio. Obsequian Los Huracanes su
respectiva chamarra a cada trabajador. De un sonido local salen norteñas
y rancheras, cumbias; nada de tecno o rock.
Llegan las familias al huateque; varias con niños,
los futuros huracanes. Saludan a Eraclio como en películas de Don
Corleone. Nada más lejano. La fiesta, los baños en cerveza
se suceden. Cerca, Camécuaro es un paraíso que no han descubierto
las hordas contaminantes. Ojalá lo conserven. Su lago es bellísimo,
alimentado por un ojo de agua.
Las viejas ven a los García y aplauden. Llega una
banda a animar el festejo. Todos bailan. Ya el trago ha hecho sus efectos.
Es el fin de un año de logros de Los Huracanes. El próximo
es de retos. En dos o tres años saldrán Eraclio y Pancho;
seguirán otros el trabajo familiar, el desarrollo de la empresa
Huracanes, Inc.
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