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Ť Se apartan de las leyes, delinquen y nadie paga
por eso, afirma especialista
En nombre de la obediencia, muchos militares cumplen
órdenes inmorales
Ť Mientras el liderazgo civil dependa más de las
fuerzas castrenses en tareas de policía interna, éstas esperan
tener voz en la toma de decisiones políticas, señala Roderic
Ai Camp
CARLOS FAZIO
Hasta hace pocos años, junto con la Virgen de Guadalupe
y la institución presidencial, las fuerzas armadas fueron consideradas
un tema tabú en México. Nadie podía opinar de manera
adversa sobre esos tres tópicos a riesgo de ser acusado poco menos
que de traición a la patria. No obstante, al influjo de las luchas
sociales --y al costo de muchas vidas--, sectores de la población
le fueron arrancando espacios de soberanía popular al autoritarismo
de Estado, y en ese lento y abrupto proceso de cambio algunos mitos sufrieron
cierta erosión y fueron quedando sepultados.
En la actualidad, la situación en el Ejército
y la Fuerza Aérea mexicanos ya no está signada por el hermético
secretismo de antaño, y la actuación de sus miembros está
siendo sometida al escrutinio público; la mayor parte de las veces,
producto de hechos de corrupción que involucran a militares con
el crimen organizado, en particular con el narcotráfico, y por flagrantes
violaciones a los derechos humanos cometidas por la oficialidad, incluidas
torturas, desapariciones forzadas y la ejecución clandestina de
prisioneros.
Un ejército del pueblo
Durante los años de la guerra fría,
en una América Latina dominada por dictaduras castrenses --bajo
la impronta de una doctrina de seguridad nacional de cuño estadunidense
que también permeó el alto mando local en su lucha contra
el "enemigo interno"--, la no intervención de las fuerzas armadas
mexicanas en la política fue un signo distintivo para México.
No obstante, el patrón mexicano --y la singularidad del caso-- fue
muy poco estudiado. El "aislamiento" de los militares fue fomentado por
los gobiernos civiles. Lo que permitió construir --debido en gran
parte a la propaganda del régimen autoritario de un solo partido--,
la autoimagen oficial de una milicia profesional, de orígenes populares
("Somos pueblo-pueblo", señaló en el ya lejano 1982 el general
Félix Galván, secretario de la Defensa Nacional, quien se
asumía como "un producto de los campesinos") y respetuosa de la
Constitución y las leyes.
No obstante esa imagen de institución de las masas
humildes de México, las fuerzas armadas no han podido borrar del
imaginario colectivo (ni de los medios, en particular los impresos) su
participación directa en varios hechos violentos, como la ejecución
del líder agrarista Rubén Jaramillo, la matanza de estudiantes
en Tlatelolco, la represión a las guerrillas campesina y urbana
de los setenta (los años de la guerra sucia) y, más
recientemente, el accionar castrense como ejército de ocupación
en Chiapas ante la irrupción zapatista; con el posterior proceso
de paramilitarización del conflicto, que concluyó con las
matanzas de Acteal, Aguas Blancas, El Charco, El Bosque, los hechos de
la colonia Buenos Aires y, ya en el gobierno foxista, la ejecución
de la abogada Digna Ochoa.
Sin ser asuntos nuevos, esos y otros crímenes --algunos
han sido tipificados por organizaciones humanitarias como genocidio y terrorismo
de Estado-- han adquirido hoy mayor visibilidad, y así sea por razones
tácticas diversionistas o mero oportunismo convenenciero, el régimen
foxista accedió a crear una "fiscalía especial" para investigarlos.
Por lo general, como respuesta, desde filas militares se recurre a los
manuales de Perogrullo con fines propagandísticos exculpatorios
o al simple expediente de descalificar como "mentiras y calumnias" las
denuncias de quienes movidos "por el odio o el dolor" intentan desprestigiar
y/o desestabilizar a la institución armada.
Eso es lo que afirmó, por ejemplo, el general Alvaro
Vallarta Ceceña, a la sazón legislador del Partido Revolucionario
Institucional, en recientes artículos periodísticos y comentarios
en la televisión. Ante acusaciones como las que dieron lugar al
proyecto presidencial para la creación de una fiscalía especial,
el militar político priísta remite al artículo 14
de la Ley de Disciplina del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos,
según el cual "queda estrictamente prohibido al militar dar órdenes
cuya ejecución constituya un delito; el militar que las expida y
el subalterno que las cumpla, serán responsables conforme al Código
de Justicia Militar". Ese artículo es el argumento que esgrime para
aclarar las "confusiones" que generan en la opinión pública
quienes, al "comparar" al Ejército Mexicano con "los ejércitos
golpistas que hicieron una guerra sucia" en el Cono Sur, intentan
asimilar, de paso, como una de las fuentes de los crímenes de guerra
y actos de genocidio, la obediencia debida.
Hace un par de semanas, entrevistado por La Jornada,
el general retirado Alberto Quintanar dijo que en los setenta los militares
cumplieron "órdenes presidenciales" para limpiar al país
de "delincuentes maoístas, trotskistas y estudiantes" que querían
"desestabilizarlo". En las "órdenes superiores" también se
escudaron el general de división Enrique Salgado Cordero y el mayor
retirado Elías Alcaraz. Los militares mexicanos ?arguye a su vez
el general Vallarta Ceceña?, cumplieron órdenes apegadas
a derecho y a la normatividad castrense. "La legislación militar
(...) no permite los abusos ni la impunidad". Según él, el
Ejército Mexicano no hizo ninguna guerra sucia, y si algún
militar violó derechos humanos, abusó de su autoridad o cometió
delitos del fuero común, federal o militar, debe ser investigado
y castigado conforme a derecho.
Pero no explica por qué es casi un misterio conocer
el caso de algún militar que haya sido "investigado y castigado"
por delitos de lesa humanidad como los cometidos en Tlatelolco y/o por
violaciones de derechos humanos y desapariciones forzadas como las cometidas
por el ejército en los años de la guerra sucia. En
gran medida, esa parte nebulosa de la represión castrense (del asesinato
de Jaramillo a la matanza de El Charco) se deriva de que la muy férrea
protección de la autonomía militar contra los inquisitivos
ojos civiles ha sido llevada al extremo en México.
Secretismo castrense
En su obra Los generales en el Palacio. Los militares
en el México modernoŤ (investigación
concluida en 1991), el historiador estadunidense Roderic Ai Camp señala
que "debido a que los militares mexicanos han puesto obstáculos
a los análisis exteriores, el estudioso tiene que recurrir a diferentes
medios metodológicos para adquirir información fresca". Camp
enfatiza "el secreto con que los militares mexicanos se encubren" y afirma
que "eso no alienta el libre flujo de ideas ni un intercambio social natural
o de otra manera entre el cuerpo de oficiales y el liderazgo civil"; lo
que ha dado lugar a que los políticos "conozcan muy poco del pensamiento
del ejército" o del "funcionamiento interno de las fuerzas armadas".
Casi dos decenios antes (en 1973), en un informe para
la Rand Corporation, el investigador estadunidense David Ronfeldt había
señalado que "el Ejército Mexicano contemporáneo puede
ser la institución de ese tipo más difícil de investigar
en América Latina. Los pocos estudios que se han terminado, los
datos estadísticos que pueden compilarse y el material de prensa
y biográfico disponible permite al analista histórico adquirir
sólo un conocimiento superficial sobre los procesos posteriores
a 1940".
Ese "conocimiento superficial" (Ronfeldt), producto de
los "obstáculos" y el "ferviente deseo" de los militares mexicanos
de no ser analizados (Camp), hace que hasta nuestros días la institución
castrense resulte poco menos que enigmática para la opinión
pública. Refuerza Camp: "El militar mexicano desalienta abiertamente
a los analistas domésticos y extranjeros para que no examinen su
conducta institucional (...) La restricción al acceso a los archivos
históricos ha desanimado, e incluso intimidado, a los estudiosos."
Pero si en algo coinciden los estudiosos en relación
con la situación interna militar en México, es en que existe
una filosofía castrense emanada de la Revolución que está
dominada por una "obediencia exagerada". El general Vallarta confirma el
aserto: "Las órdenes se cumplen y no se discuten", cita a O. Tirayan
en el epígrafe de un reciente artículo periodístico.
William Ackroyd cree que México posee uno de los más altos
niveles de disciplina militar de América Latina y el Tercer Mundo.
Y Camp intenta demostrar que esa disciplina facilitó la formación
de un cuerpo de oficiales homogéneo y obediente, "entre cuyos valores
está un extremado sentido de lealtad a la autoridad superior, incluyendo
la del Presidente". Sólo que se trata de una disciplina y subordinación
a la autoridad jerárquica impuesta a los jóvenes oficiales,
que asegura una lealtad incuestionable a los comandantes y "elimina" a
quienes carecen de la "actitud adecuada".
Además, como sostiene Michael Dziedzic para los
casos de los ejércitos de Estados Unidos y México, la profesionalización
no necesariamente infunde un sentido de solidaridad de corporación
(castrense) ni elimina el que se violen los códigos de conducta.
En rigor, dice, lo que domina es la "trampa". Dziedzic, oficial militar
de Estados Unidos y uno de los analistas de los militares mexicanos mejor
informados, en particular de la Fuerza Aérea, pone el ejemplo de
muchos tenientes coroneles y coroneles en puestos de mando del Pentágono
"que fueron obligados a abandonar sus escrúpulos e ignorar los preceptos
del deber y el honor; y si era necesario, a mentir y hacer trampa para
seguir siendo eficientes y competitivos".
Escuela para lavar el cerebro
Según un oficial que asistió al Heroico
Colegio Militar y que fue entrevistado por Roderic Ai Camp, esa es, "esencialmente,
una escuela para lavar el cerebro. Su objetivo más importante es
producir oficiales que no piensen y que obedezcan a la autoridad; yo diría
realmente robots". El propio Camp sostiene, con base en informes de primera
mano de oficiales estadunidenses que participaron en el programa mexicano
de adiestramiento, que el cuerpo de oficiales, aun comparado con las normas
de Estados Unidos, está sujeto a una forma extremada de disciplina
y autoridad militar. "En el contexto mexicano, la disciplina militar significa
deferencia incuestionable y absoluta obediencia a los superiores. No se
cuestiona ninguna orden y no se toma ninguna medida independientemente
de un superior."
Según Camp, otra característica que se deriva
de esa "disciplina exagerada" es la centralización de la autoridad
en las manos de unos cuantos oficiales superiores. Cita el testimonio de
un oficial de la época en que el general Félix Galván
era el titular de la Sedena (1976-1982): "Recuerdo que el subsecretario
de Defensa me dijo que yo tenía un problema. Le pregunté
al general qué problema era. Contestó que yo 'pensaba demasiado',
y que en ese ejército nosotros no pensamos. Realmente, en este país,
el secretario de la Defensa es como un pequeño dios". Según
Stephen Wesbrook, citado por Camp, el sentido de corporación profesional
depende de un ethos profesional discernible, y sin embargo, en Estados
Unidos las ideologías social y política están en conflicto
con la ideología del militar profesional. "La ideología militar
demanda autoridad, honor y obediencia; el consenso de la ideología
política, aptitud y compromiso... La ideología liberal desafía
directamente a la profesión militar considerando a los soldados
profesionales como una amenaza a la libertad, la democracia y la prosperidad
económica." Camp asimila la situación a México.
Según el experto estadunidense, una forma de participación
política de los militares en México es en la definición
de la seguridad nacional, sobre todo a partir del gobierno de Carlos Salinas
de Gortari (1988-1994). El hombre clave, dice, fue el entonces coronel
y subsecretario de Gobernación (en el área de seguridad)
Jorge Carrillo Olea, ex comandante de la Tercera Compañía
de Cadetes del Heroico Colegio Militar, graduado en la Escuela Superior
de Guerra, adiestrado en Fort Knox, Estados Unidos, quien ocupó
un cargo fundamental de la inteligencia militar como jefe de la Sección
Segunda (inteligencia) en el cuartel general de la Sedena. Con posterioridad,
de acuerdo con Camp, como director del Centro de Investigaciones y Seguridad
Nacional (Cisen), Carrillo Olea ?quien definió que los "enemigos"
de México no son externos, sino "internos"? acentuó el papel
de los uniformados en las áreas de la seguridad interior, y por
esa vía dio acceso a los militares a la información de inteligencia
política.
Camp sostiene que mientras más dependa el liderazgo
civil de los militares para llevar a cabo funciones de policía interna,
politizada, más esperan los militares tener voz en la toma de decisiones
políticas. Esa parece ser la tendencia actual. A su vez, Irving
Louis Horowitz cree que la función policiaca de los militares es
una forma de militarización. Desde 1977, el papel policiaco de los
militares, con implicaciones de seguridad interna, se ha enfocado sobre
todo al combate del narcotráfico. Camp cita el caso del general
Roberto Heine Rangel, militar mexicano destacado al programa de erradicación
de drogas. Según su currículum, tomó cursos en Fort
Leavenworht, Kansas, y Fort Benning, Georgia, y escribió un libro
sobre guerra de guerrillas. Su carrera sugiere a Camp que "se usan técnicas
de combate antiguerrillas aprendidas en Estados Unidos contra traficantes
de drogas". Sostiene que muchas de las "técnicas" que usan las fuerzas
armadas, y que podría esperarse que se utilizaran en tiempos de
guerra, especialmente en suelo extranjero, violan el artículo 129
de la Constitución, que confina al ejército a ciertas localidades,
limitando así su capacidad para subvertir el control civil. Por
ejemplo, el bloqueo permanente de carreteras es anticonstitucional". Vinculado
con lo anterior, ya el Informe sobre México de 1990 del organismo
Americas Rigth Watch sostenía que "la tortura y los asesinatos políticos
están aún institucionalizados por los militares".
Dice el general Alvaro Vallarta Ceceña que la obediencia
debida no forma parte de la legislación mexicana. Tiene razón.
Donde no la tiene es cuando afirma que en 1994 (en Chiapas) y en los años
sesenta y setenta los militares mexicanos "cumplieron órdenes apegadas
a derecho". Tampoco la tiene cuando sugiere que "tarde o temprano, al militar
que delinque se le castiga conforme a derecho". Nadie sostiene que la normatividad
militar sirva para "cubrir" delitos cometidos por los soldados mexicanos.
La "trampa", como dice Michael Dziedzic, está en la no aplicación
de la ley y en la complicidad de los mandos con quienes aplicaron órdenes
ilegales e inmorales, incluidos los que tienen la obligación de
investigar e impartir justicia.
La obediencia debida tampoco formaba parte de la legislación
argentina. Las leyes de Punto Final y Obediencia Debida fueron sancionadas
durante el gobierno de Raúl Alfonsín para exonerar de toda
responsabilidad a los militares argentinos que cometieron actos aberrantes
durante el terrorismo de Estado (1976-1983). En marzo pasado, cuando el
juez Gabriel Cavallo anuló esas dos leyes, el general retirado Martín
Balza, ex comandante en jefe del ejército argentino y autor del
histórico pedido de disculpas por la actuación de los militares
durante los "años de plomo", dijo que aunque el ejército
"no es una institución deliberativa", sí es necesario "profundizar
la autocrítica de la fuerza".
Sobre el significado del concepto obediencia debida, Balza
señaló que "es la obediencia que se debe a quien manda, en
cumplimiento y observando las leyes de la nación". Pero agregó
que "quien se margina de observar las leyes no puede invocar obediencia
debida. A lo que me opongo totalmente, y ningún país serio
lo acepta, es a la obediencia ciega. Una orden no es una invitación,
ni una sugerencia, ni un pedido: es algo imperativo. Pero el hecho de que
sea imperativa no quiere decir nunca que se deba aceptar algo inmoral o
algo ilegal. Por otra parte, no es necesario un gran análisis de
una orden para darse cuenta si es inmoral; en contadas centésimas
de segundo, quien la recibe puede determinarlo. Si yo digo 'mate, robe,
secuestre, viole' se sobrentiende que estoy impartiendo una orden inmoral.
Ante eso, la obediencia ciega es inaceptable".
Nadie está obligado a cumplir una orden inmoral:
Martín Balza
No está de más recordar que el propio general
Martín Balza, en su documento del 25 de abril de 1995, ordenó
al ejército argentino, en presencia de toda la sociedad, que "nadie
está obligado a cumplir una orden inmoral o que se aparte de las
leyes y reglamentos militares (...) Sin eufemismos digo claramente: Delinque
quien vulnera la Constitución nacional. Delinque quien imparte órdenes
inmorales. Delinque quien cumple órdenes inmorales. Delinque quien,
para cumplir un fin que cree justo, emplea medios injustos, inmorales".
Ese documento pretendió ser el reconocimiento de
las responsabilidades del ejército argentino en la por ellos denominada
guerra sucia. El general Balza olvidaba que una declaración
de culpabilidad no remplaza ni puede remplazar el derecho a la justicia
y a la verdad. Olvidaba también que una conspiración criminal
a nivel de Estado sólo es posible cuando existe una organización
criminal capaz de llevarla adelante. Desde el golpe de Estado del general
Jorge Rafael Videla, las fuerzas armadas de Argentina se feudalizaron y
llevaron a cabo un genocidio.
Por otra parte, ninguna ley puede impedir la búsqueda
de la verdad. En el caso mexicano, sin ser un "ejército golpista"
como los del Cono Sur, muchos oficiales de las fuerzas armadas cumplieron
órdenes inmorales y emplearon "medios injustos" (como la tortura
y la desaparición forzada) en su lucha contra "los delincuentes
maoístas, trotskistas y estudiantes" (general Quintanar dixit).
Se apartaron de las leyes y reglamentos militares en nombre de una obediencia
ciega. Delinquieron. Y nadie pagó por ello. Vamos, las fuerzas armadas
mexicanas hasta ahora ni siquiera se han hecho una autocrítica.
ŤRoderic Ai Camp, Los generales en Palacio.
Los militares en el México moderno. Grupo Editorial Planeta,
México (en prensa).
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