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Luis Linares Zapata
La impertinencia del espejo
La elite dirigente de México debe verse, en las tribulaciones argentinas, como si estuviera delante de un espejo por demás impertinente, aunque bastante fiel. Tanto aquí como allá es notable el bajo rendimiento de aquellos que se han colocado en los sitios estratégicos de las distintas organizaciones que orientan y conducen los rumbos nacionales. La escasa contribución que empresarios, curas, militares, científicos, críticos o sindicalistas de estas dos naciones han logrado concretar es fácilmente rastreable a través de la repetición, al parecer inacabable, de planes frustrados, latrocinios, promesas incumplidas, guerras perdidas, ambiciones desmedidas, traiciones y hasta crímenes de Estado. No han podido elevar el servicio a la ciudadanía a la categoría de ese liderazgo que la actividad pública supone. Pero tal cortedad de miras y acciones se aplica, con especial deferencia, a los políticos y las instituciones que los cobijan.
Las causas y consecuencias de la serie de crisis que ha afectado a los dos países tienen grandes similitudes y pequeñas diferencias. Pero en ambas naciones se han afectado, a profundidad, no sólo las calidades actuales de la vida de sus habitantes o la infraestructura de soporte, sino algo mucho más elemental: la esperanza de poder salir, en un futuro previsible, de las limitaciones, los agobios, y construir una nación vigorosa e igualitaria. Tanto México como Argentina tienen hipotecadas sus posibilidades de fincar, sobre bases firmes y continuables en el tiempo, sus propios desarrollos. Y ello se refiere no únicamente a lo económico, sino que, por desgracia, penetra en regiones de mayores significados y consecuencias, como pueden ser la capacidad efectiva de la población para actuar, crear o producir y perfeccionar el sostén que tales actividades pueden recibir del entorno que forman los valores colectivos. Es decir, no cuentan con la organicidad que les facilite aprovechar mejor la energía colectiva, aplicarla ahí donde la oportunidad surge, donde se generen las condiciones propicias para el progreso y no malgastarla en escaramuzas y desavenencias continuas. Esa tierra baldía donde sólo algunos salen beneficiados y muchos se estrellan con un presente de limitaciones en todos los órdenes de la existencia.
Los dirigentes de ambas naciones, qué duda cabe, van a la zaga de sus sociedades. Con frecuencia consistente han retardado, manoseado y hasta tergiversado las respuestas institucionales a las aspiraciones y necesidades que agobian a la ciudadanía. Los retrasos con que los políticos llegan a tratar los asuntos que a todos conciernen o preocupan se pueden enunciar con facilidad y son innumerables. Ya sea que se trate de comercio y apertura, de industrialización o tecnología, de apoyos a la ciencia, de métodos fiscales, cambio educativo o cuidado del medio ambiente, siempre resaltan enormes diferencias con lo que otros han logrado o, por simple medición con lo requerido, quedan cortas en las comparaciones que se hagan. En ambos casos las reformas democráticas han esperado por decenios y todavía contienen amplios bolsones de inconsecuencias y malformaciones en las leyes y las prácticas que impiden, o hacen defectuosa, la participación libre y organizada. La corrupción y el amiguismo son una plaga común de los altos círculos decisorios que desvían recursos para satisfacer insanas ambiciones de poder o riqueza de grupos e individuos. Las privatizaciones recientes en que se embarcaron los dos gobiernos son un preclaro ejemplo de ello. La misma globalización no ha sido aprovechada en sus beneficios y sí se padecen sus nocivos efectos de concentración de riqueza y pérdida de identidad. Los sistemas productivos se han abierto y todos los de fuera lo han aprovechado pero lo propio sólo en contadas ocasiones se mundializa.
Las anunciadas reformas fiscales, tanto en Argentina como en México, quedarán, una vez más y por lo que se observa, en aproximaciones y tanteos para evitar el costo electoral implícito. Allá, en el sur, no se trató siquiera de aplicarla a la desorganización interna de su desbalanceado sistema y aquí apenas se espera una simple adecuación que dé al presidente en turno algunos recursos adicionales para no fracasar tan rápido. Los argentinos, con mejores redes de protección y más igualitaria distribución del ingreso, resistieron casi cuatro años de recesión. Los mexicanos con dificultad aguantaremos otros seis meses sin que se recrudezcan los ya de por sí graves síntomas de descomposición y la figura presidencial caiga a niveles insostenibles de credibilidad y confianza, llevando la gobernabilidad a estadios por demás peligrosos.
En ambos países quienes tienen poco algo aportan al erario, y las tecnocracias y grupos de interés económico, internos y externos, encaramados sobre los políticos, tratan de imponerles gravámenes adicionales con el señuelo de la mayor facilidad para la operación del sistema y dejan, a propósito, enormes huecos por los que se cuelan ríos de impuestos no efectivos de los beneficiados de siempre. La frivolidad rampante de los dirigentes argentinos encuentra su equivalencia en la solemnidad y corta visión con la que actúan sus contrapartes mexicanos, pero en ambos países los resultados obtenidos son similares en el desempeño (con excepción de los del futbol) y las frustraciones para formar este cuadro de pesimistas disquisiciones con que nos toman las postrimerías del segundo año del milenio.
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